Crónica de un niño trans: «Lo que genera perversión es no educar sexualmente»

<p>Ángeles Santos pintó en Valladolid, en el sitio preciso en el que discurre la Seminci, <i>Un mundo</i>. Lo hizo cuando apenas contaba con 17 años. El oleo fechado en 1929 cuelga en el museo Reina Sofía de Madrid y también lo hace casi como protagonista en la película <i><strong>La mitad de Ana</strong></i>,<strong> de Marta Nieto.</strong></p>

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 La actriz dirige por primera vez ‘La mitad de Ana’, una crónica detallista, cálida y profundamente humana sobre la transformación del mundo y la mirada ante un niño trans  

Ángeles Santos pintó en Valladolid, en el sitio preciso en el que discurre la Seminci, Un mundo. Lo hizo cuando apenas contaba con 17 años. El oleo fechado en 1929 cuelga en el museo Reina Sofía de Madrid y también lo hace casi como protagonista en la película La mitad de Ana, de Marta Nieto.

Lo que se ve es exactamente eso: el mundo indomesticable y en forma de cubo, que no esfera, de una adolescente que pelea contra todas las convenciones, contra todos los ritos, contra el espacio cuadrangular del mismo lienzo en el que descansa a regañadientes, contra la posibilidad misma de su existencia. Y, sin embargo, y pese al efecto entre lisérgico e hipnótico que la pintura provoca en el espectador, lo relevante no es tanto lo que se ve, como lo otro, lo que está al otro lado, lo que esconden cada una de las caras ocultas del poliedro. Ahí, Ángeles Santos y con ella Marta Nieto abrazan y nos abrazan con todas las infinitas posibilidades de ser y de estar en, en efecto, el mundo.

«Mi película», dice Marta, «no trata de lo trans». La afirmación viene justo después de la enésima pregunta sobre, claro está, lo trans. «La historia habla de lo que tiene que pasar en tu vida para que aciertes a ver lo mismo que estás mirando, pero de otra manera… Un niño está bien y feliz cuando explora su sexualidad. Es su vida, su libertad y hay que respetarlas. La responsabilidad es del adulto que tiene que revisar su propia conciencia, su manera de mirar. De eso trata la película y ésa es la metáfora que evidencia precisamente el cuadro de Ángeles», añade por aquello de delimitar el espacio en el que discurre el que es su cálido, meticuloso y profundamente humano debut como directora.

Para situarnos, La mitad de Ana cuenta la transformación, casi revolución, que vive y sufre, las dos cosas, una madre cuando su hija de ocho años Sonia elige ser llamada (o llamado, mejor) Son. Y con su nombre todo lo demás. Ella, que trabaja como vigilante en el museo que alberga ‘Un mundo’, se verá de golpe obligada a cambiarlo todo de sí y de lo que le rodea. De su mundo, decíamos. Y el primer cambio es, como no puede ser otro, el de la mirada. Y llegado a este punto, el argumento se confunde con la esencia misma de la pantalla en la que discurre todo. Al fin y al cabo, el cine no es nada más que una disciplina, oficio, arte incluso, trans. La más clara de sus certezas consiste en su firme voluntad de dudar. En palabras de Pasolini, se trata de faltarle el respeto a todo sentimiento establecido.

«Lo realmente complicado de gestionar es la incertidumbre. Y es ahí donde se coloca la película», razona Nieto. Y sigue: «Dudar forma parte de la vida igual que la sexualidad. La incertidumbre, insisto, es parte de la experiencia de crecer. Si un niño padece una crisis de identidad, hay que aprender a acompañarle. Tan malo es negárselo como precipitarse y forzarle. Son procesos vitales que duran para siempre o solo un tiempo. Eres tú quien tiene que gestionar tus sustos».

Marta Nieto y Noa Álvarez en ‘La mitad de Ana’.MUNDO

La mitad de Ana, pese a lo que pueda parecer entre el tráfago de tanta explicación, discurre con transparencia por la mirada del espectador completamente ajena a convencionalismos, dramas manidos y frases hechas; siempre entregada a la muy sana labor de hacerse fuerte en cada una de sus heridas, en todos los diminutos experimentos que salpican la pantalla. Nieto saca de sí lo mejor de esa actriz y cineasta nada convencional y siempre en vibración, a punto de romperse incluso, que vimos en Tres, de Juanjo Giménez, o en Madre, de Rodrigo Sorogoyen.

Marta Nieto dice no juzgar la, ya no tan nueva, Ley Trans. «Saca a la luz asuntos de los que es necesario hablar. Y eso siempre es bueno», afirma. Marta Nieto quiere evitar polémicas con el llamado feminismo no inclusivo. «Lo interesante es siempre integrar la mirada del otro, pero no desde el miedo, sino desde, aunque suene naif, el amor… Entiendo los miedos, pero no creo que sea coherente pensar que porque se reconozcan otras formas de sexualidad y de género vaya a desaparecer el cuerpo de la mujer. El otro no puede ser el enemigo sea hombre, mujer o trans», razona. Marta Nieto está convencida de que hablar, educar, compartir nada tiene que ver con adoctrinar. «Educar sexualmente no genera perversión; lo contrario, es probable que sí», concluye.

Y luego, ya al final, está el asunto de la niña protagonista, Noa Álvarez, que no es trans. «Ella es actriz. No quería documentar un dolor. No quería hacer pornografía emocional. Me siento más a gusto tratando con las reglas de la ficción. No quiero hablar del dolor real de alguien. No soy psicóloga y no quiero hacer sufrir a un niño. No estoy haciendo un documental. Habría sido igual de fantástico si hubiéramos encontrado un niño en transición, pero el casting nos llevó a Noa», sostiene rotunda en cada uno de sus noes.

El resultado, sea como sea, es una película que se abraza y abraza; que se quiere y que quiere ser también un mundo; una película que no evita ni un solo conflicto ni un solo riesgo ni una sola de sus dudas. ‘La mitad de Ana‘ es una invitación emocionante, clara y febril a mirar exactamente eso: la otra parte, la parte de atrás del cuadro de Ángeles Santos.

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