<p>Son tres chicas, pero se dirían muchedumbre. El grupo camina lento, muy muy lento. Dos miran su móvil. <strong>Imposible adelantarlas</strong>. Veredicto: «¡Malos peatones!». El autor del vídeo viral documenta desde hace meses a los transeúntes exasperantes que recorren su ciudad. Los que se detienen allí donde la acera se estrecha, los que te golpean con su bolsa, los que caminan erráticamente causando tropiezos… </p>
Me desesperan quienes no saben llevar paraguas. Los que atoran el paso bajo un andamio. Los que frenan inmersos en su móvil. Pero hay otros motivos para ser un peatón horrible…
Son tres chicas, pero se dirían muchedumbre. El grupo camina lento, muy muy lento. Dos miran su móvil. Imposible adelantarlas. Veredicto: «¡Malos peatones!». El autor del vídeo viral documenta desde hace meses a los transeúntes exasperantes que recorren su ciudad. Los que se detienen allí donde la acera se estrecha, los que te golpean con su bolsa, los que caminan erráticamente causando tropiezos…
«No son conscientes de su entorno», explicaba hace unos días el tiktoker al New York Times. Millones de visualizaciones, millones de likes. Todos somos Matt Bass -así se llama-. Usuarios igual de cabreados que él.
Yo también di unos cuantos «me gusta» tras leer su historia. Como a Matt, me irritan esos grupos minúsculos que te obligan a seguir su marcha parsimoniosa. Un muro de dos personas. Me molestan los que no saben llevar su paraguas. Los que atoran el paso bajo un andamio. Los que crean caravanas absurdas inmersos en su iPhone. ¡Malditos peatones!
Y entonces pienso en la escritora que mejor camina la ciudad y caigo en la cuenta de que yo también soy una mala transeúnte.
Una caminante atroz.
Durante dos décadas, Vivian Gornick dio el mismo paseo todos los días. Un rectángulo perfecto de 10 kilómetros sobre las aceras de Manhattan. De aquellas caminatas nacieron las historias de La mujer singular y la ciudad. Parejas que se quieren, amigos que conversan, desconocidos que comparten unas risas. Vivian pasea porque en la calle encuentra lo que nos hace humanos.
«Mi ciudad es la ciudad de los británicos melancólicos, aquella en la que no vamos a ningún sitio, sino que ya estamos allí; nosotros, la gente normal que vaga en busca de un yo reflejado en los ojos de un desconocido», escribe.
Envidio ese disfrutar del gentío. «La multitud es su dominio», decía Baudelaire del perfecto flâneur, ese «observador apasionado» que gozaba caminando sin rumbo, habitando en lo ondeante.
Ojalá ser más flâneur y menos muchedumbre apresurada. Porque por eso soy mala transeúnte. Camino con prisa, incluso cuando no la tengo. Consulto Google Maps, incluso cuando conozco el camino. Olvido observar eso que, como dice Vivian, nos hace humanos.
Anoche, cuando terminaba el día, me encontré con un grupo de esos peatones terribles. Eran cuatro. Todo parsimonia. Ella liaba un cigarro, él bebía agua, otros dos bromeaban. Parecían tan felices como Gornick con su paseo. Si tan sólo me dejasen un rinconcito para pasar…, pensé. Las prisas, de nuevo. ¡Mala caminante!
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