<p>Hubo un tiempo en que todo aquel al que le interesara o quisiera saber qué estaba pasando en el planeta cine no le quedaba más remedio que ir a ver llover. A principios de los 90, el Festival de Cine Gijón solo podía presumir de una bella y húmeda intrascendencia. Por entonces se celebraba en verano. <strong>Y así hasta que en 1995 se trasladó del lluvioso julio al lluvioso noviembre y, de la mano de un director con nombre de revolucionario caribeño, aquello cobró sentido, rigor y coherencia, no sólo pluviométrica.</strong> De repente, el certamen se convirtió en lo que los festivales en particular y el mundo en general deberían ser: algo con sentido. Justo en ese momento y en adelante, Gijón se ofreció como la referencia del cine, digamos, actual, moderno y relevante en este país. Raro unas veces; exclusivo, otras, y siempre radical. Y en su radicalidad, necesario. Tanto para la ciudad como para el resto de todos nosotros. Y todo gracias a un tipo inquieto, sabio, listo, amable y, con su pelo siempre erguido, digno secundario de un tebeo de Tintín. <strong>José Luis Cienfuegos se llamaba.</strong></p>
Cienfuegos tenía 60 años y fue el gran renovador del Festival de Gijón en los años 90 e introductor de los nuevos cines a lo largo de tres décadas en la ciudad asturiana, Sevilla y ahora en la Seminci
Hubo un tiempo en que todo aquel al que le interesara o quisiera saber qué estaba pasando en el planeta cine no le quedaba más remedio que ir a ver llover. A principios de los 90, el Festival de Cine Gijón solo podía presumir de una bella y húmeda intrascendencia. Por entonces se celebraba en verano. Y así hasta que en 1995 se trasladó del lluvioso julio al lluvioso noviembre y, de la mano de un director con nombre de revolucionario caribeño, aquello cobró sentido, rigor y coherencia, no sólo pluviométrica. De repente, el certamen se convirtió en lo que los festivales en particular y el mundo en general deberían ser: algo con sentido. Justo en ese momento y en adelante, Gijón se ofreció como la referencia del cine, digamos, actual, moderno y relevante en este país. Raro unas veces; exclusivo, otras, y siempre radical. Y en su radicalidad, necesario. Tanto para la ciudad como para el resto de todos nosotros. Y todo gracias a un tipo inquieto, sabio, listo, amable y, con su pelo siempre erguido, digno secundario de un tebeo de Tintín. José Luis Cienfuegos se llamaba.
El martes murió de forma repentina por culpa de un derrame cerebral a los 60 años. Hasta entonces era director de la Semana Internacional de Cine de Valladolid, la Seminci. Antes lo fue también del Festival de Sevilla. Gijón quedaba atrás. Pero, para algunos, su nombre quedará por siempre ligado al certamen asturiano. Es lo que tienen los primeros amores. La primera vez que personajes claves para entender el cine contemporáneo como Kaurismäki, Kiarostami, DiCillo, Dumont o Haynes pisaron España fue allí. Con Cienfuegos. Y, de alguna manera, lo moderno como sinónimo de provocador, bello o simplemente diferente consiguió en España una ventana, siempre algo empañada por la humedad o la tristeza (quién sabe), pero ventana al fin y al cabo. A Gijón de la mano de Cienfuegos uno iba a enamorarse, de lo que fuera que se programara (modélicos los ciclos de los nuevos cines y abrasiva la presencia constante de Balabanov) y de quien fuera que allí estuviera.
Le recordamos de hace apenas unas semanas. Le recordamos de hace apenas unos años en cada uno de los festivales de Cannes o de donde fuera. Le recordamos de hace apenas una vida entera. Fueron 16 años los que estuvo al frente del Festival de Gijón. En 2012 pasó a dirigir el Festival de Sevilla, convirtiéndolo también en el mejor sitio desde el que contemplar Europa desde una pantalla de cine. En 2023 llegó a Valladolid. Durante tres ediciones, solo tres, todo lo cambió con su forma de ser, de moverse y hasta de peinarse. Para él, como le gustaba decir, un festival no solo es un lugar para ver películas. Antes que nada es un espacio de encuentro, de diálogo, de confrontación también y siempre, siempre, de reconocimiento. El cine no está ahí para ser visto sino más bien para verse.
Recuerdo Gijón. A un lado que vaya a menudo por simple devoción, lo recuerdo por su festival. Y por Cienfuegos. Sigue lloviendo, la ciudad continúa igual de melancólica… pero no es lo mismo. Ni mucho menos. Lástima de recuerdo.
Cultura
