Álvaro Pombo: «Cervantes no tuvo ningún premio. Fue un pringado genial»

<p><strong>Escuchar hablar a Álvaro Pombo es un placer casi comparable al de leer los libros de Álvaro Pombo.</strong> Alguien le hace una pregunta, le lanza al escritor cualquier idea, por ingenua que sea, y el nuevo <strong>Premio Cervantes</strong> la masca algunos segundos en silencio. ¿Ha entendido lo que le han dicho? Pombo no tiene el sentido del oído en su mejor momento… Entonces, arranca a hablar, probablemente a partir de una anécdota que deviene en una reflexión que se queda a medias. Pombo para, reconstruye la frase de una manera que expresa con absoluta claridad lo que parecía que iba a ser una divagación pero que no lo es. Jamás es un tópico ni una idea manoseada. Entonces la amplía con citas cultas y populares, pasajes de filosofía, recetas gastronómicas, viejas coplillas y vuelve a formular su idea desbastada, como versos de un poeta minimalista. Pombo es gracioso al hablar pero a<strong> veces da angustia en esos segundos en los que parece que va a perderse</strong>, es solemne y es dulce y tiene una voz frágil que resuena a medida que sus ideas se vuelven cada vez más nítidas.</p>

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 Pombo explica en la RAE su relación con la lengua española, la filosofía, la ironía y la idea de fragilidad que intuye en Cervantes  

Escuchar hablar a Álvaro Pombo es un placer casi comparable al de leer los libros de Álvaro Pombo. Alguien le hace una pregunta, le lanza al escritor cualquier idea, por ingenua que sea, y el nuevo Premio Cervantes la masca algunos segundos en silencio. ¿Ha entendido lo que le han dicho? Pombo no tiene el sentido del oído en su mejor momento… Entonces, arranca a hablar, probablemente a partir de una anécdota que deviene en una reflexión que se queda a medias. Pombo para, reconstruye la frase de una manera que expresa con absoluta claridad lo que parecía que iba a ser una divagación pero que no lo es. Jamás es un tópico ni una idea manoseada. Entonces la amplía con citas cultas y populares, pasajes de filosofía, recetas gastronómicas, viejas coplillas y vuelve a formular su idea desbastada, como versos de un poeta minimalista. Pombo es gracioso al hablar pero a veces da angustia en esos segundos en los que parece que va a perderse, es solemne y es dulce y tiene una voz frágil que resuena a medida que sus ideas se vuelven cada vez más nítidas.

Esta mañana, Pombo habló con los medios de Comunicación en la sede de la Real Academia Española para explicar cómo le ha encajado el Premio Cervantes que le comunicó el martes el ministro Ernest Urtasun, y desarrolló su método: «Estoy muy contento por este hermoso Premio. Cervantes;. Cervantes diría ‘Yo sé quien soy, soy hijo de’. Un premio como este hace que uno sienta… Miren, Cervantes no tuvo ningún premio. Es lo divertido del asunto. Le llevaron la segunda parte del Quijote, ese fue su premio. Estuvo en la cárcel, fue un pringado. Don Miguel de Cervantes y Saavedra fue un pringado genial, se diría ahora, fue un pobrecillo que solo tenía el talento, la gracia, el humor, el buen humor…».

¿Y qué tiene Pombo? Durante su comparecencia, el escritor explicó, pieza a pieza, las herramientas con las que ha construido su carrera. Por ejemplo, el idioma español: «Mi segundo idioma es el inglés, lo hablaba muy bien y lo leo mucho. Pero el español es mi lengua más viva, la más divertida, la más llena. Es a la vez solemne, de grandes frases, y cómica y rápida. Se puede hacer la hipotaxis de Ferlosio y se puede hacer toda clase de bromas cómicas, instantáneas… Es una lengua poética además. Estoy pensando en los grandes poetas que hay en España. Además, la lengua española de muchas patrias, no sólo es española, tiene muchas lenguas. La lengua española es el don de lenguas; hablamos igual y no hablamos igual. La variedad es nuestro don de lenguas».

¿Y la filosofía? «Estudié Filosofía dos veces, en Madrid con don Ángel González Álvarez, cinco años y otra vez en Londres, Filosofía y Lingüística. La Filosofía que he admirado era la de Platón y Aristóteles; también la de Sartre, que es un filósofo importante en mis novelas. Sartre decía que quería ser mitad Stendhal, mitad Spinoza. Fue Sartre, que ya era de sobra. Yo soy un buen aficionado pero no soy filósofo, soy narrador. Tampoco soy un pensador filosófico. Paul Valery, en El Cementerio Marino, dice que él no filosofa, sino que toma de la filosofía su color. Yo tomo el color, la elocuencia filosófica. Los filósofos tienen todo el derecho a matarme vivo. Dirán que cómo que el color, será el fondo. Pues eso es lo que me gusta. Y me gusta la elocuencia filosófica. La hay en Platón y Aristóteles, en Ortega y en Zubiri. Es muy hermosa. La claridad es la cortesía del filósofo, decía Ortega. Soy fiel a la filosofía. Y a la teología, de paso, a la teología racional que es la que estudié. Supongo que eso hace de mí un hombre de letras, cosa tremendamente mala».

Siguiente herramienta: la ironía: «La ironía es un recurso literario, también es una cierta… «Tienes que no tenértelo creído», en eso consiste la ironía cervantina. La ironía no es un sentimiento primario como la furia o el amor, es un sentimiento secundario. Es el sentimiento propio de una persona mayor. Si eres joven te lo puedes creer, tienes la fuerza, la luz solar… El sol también se lo tienes creído. Yo he llegado a la más profunda edad, y me doy cuenta de hasta dónde has llegado. Miren, escribir es complicado. Tardas mucho, tienes que leer, nunca estás satisfecho… Eso de no tenérselo creído es importante porque si no sale un producto reflexivo. Pero la ironía puede ser mortal para el escritor: puede convetirse en no tomar nada en serio y eso es mortal. Hay que tomar seriamente ciertas cosas. Sócrates usaba la ironía para desarmar a los sofistas».

«He pensado escribir [el discurso de aceptación del Cervantes] sobre el licenciado Vidriera«, continuó Pombo. «Tengo bosquejado algo que se llamaría: Variaciones sobre el licenciado Vidriera. El licenciado Vidriera es una novela ejemplar y Cervantes decía que no hay ningún cuento entre las novelas ejemplares del cual no se pueda sacar alguna lección espiritual o moral o filosófica. Yo creo que de El licenciado Vidriera se puede hacer una fenomenología de la fragilidad. No de la fragilidad del vidrio, sino la fragilidad del hombre de carne y hueso. Más que de la locura porque… a veces se entiende ese texto como la historia de una dama rumbosa y de tronío que le dio a comer unas hierbas a un señor y el señor perdió la cabeza. Y entonces se dice eso de que los locos dicen las verdades. Los locos y los niños, es un refrán español. Pero yo creo que Cervantes quería hacer una fenomenología de la fragilidad. Eso hay que ajustarlo bien porque es una complicación decir incluso que el Quijote estaba loco. Cervantes no lo dice nunca. Cervantes dice que era ingenioso».

El Cervantes de Pombo va a ser también un acto de justicia, la recuperación de una obra que dialoga con la mejor narrativa europea de su generación. Alguien, en el acto del Cervantes, recordó Relatos sobre la falta de sustancia, el primer libro de Pombo, y recordó que llegó antes y más lejos que La insoportable levedad del ser de Kundera. «La falta de sustancia es un concepto aristotélico, es el hipokeimenon aristotélico, es la metáfora de la persona que no tiene ni correo. La falta de sustancia se usa también para el cocido si no tiene buen tocino. El añorado tocino blanco del cocido de garbanzos de la madre de Iñaki», dijo Pombo.

Iñaki, el joven que lo lleva en la silla de ruedas sonrió. «La relación de la Filosofía y la Historia es una novedad. Yo antes escribía sin pensar en la Historia. Ya sabía que el hombre no tiene naturaleza sino historia, pero iba a las historias psicológicas… La primera vez que llegué a don Juan Benet, él abrió la primera página de ese manuscrito. Yo estaba realmente nervioso en Pisuerga, 7 [la casa de Benet] ante su imponente figura. No es constumbrista, me apresuré a decirle, porque JB odiaba el costumbrismo. Antes mis relatos, eran psicológico-costumbristas. Luego fue entrando en la Historia por un encargo que escribí, la vida de San Francisco de Asis. tenía que hacer historia pero no me podía destender de mi interés psicológico. Tenía la sensación de que no tomaba en serio ni la Historia ni la ficción… La historia de España cada vez me pesa más a mí y me parece más interesante».

Al final, alguien le preguntó por los dineros del Cervantes, 125.000 euros. «Los voy a gastar con parsimonia, ando muy mal, andamos muy mal de dinero. Me han venido muy bien. El dinero se va y se va. Se va en las tarjetas, se va en el pescado, se va en la plaza. No en los vicios, no en las juergas, también se va en eso, sí, pero no para la gente modesta como yo. Se me va. El dinero se ríe de mí. Nunca he tenido mucho, tampoco poco. He tenido decentemente. Ahora este premio es muy bueno. Tal vez haga una cosa que solo hice de joven. Me abrí una cartilla de ahorros en el Banco de Santander. Mi madre decía que iba a ser un manirroto de viejo. No es verdad. No es que sea un manirroto, es que no llega nada, es que no nos llega el mes. Mis padres no entienden el mundo moderno: el dinero no cunde. Esto es lo último que voy a ganar un poco sólido, espero que me cunda… Es un tema importantísimo. Y es un tema muy castellano, hidalgos y labriegos, ahorrar o no ahorrar, manirrotos y tacaños».

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