<p>Diana Thomas cada noche se dedicaba a servir birras y mojitos en un chiringuito. Diana Thomas cada día se dedicaba a teclear en su máquina de escribir al mismo ritmo y con la pasión que la escritora de novela rosa Joan Wilder, personaje que protagonizaba su guión. De día y de noche, Thomas era una de tantos escritores y actores que sobreviven con cualquier trabajo en Los Ángeles, a la espera de una llamada de su agente que les cambie la vida que casi nunca llega.</p>
La serie del verano cinéfilo de 1984 concluye con ‘Tras el corazón verde’, una película de aventuras deliciosa que arrasó en taquilla y encumbró a dos mujeres con un triste desenlace: Diana Thomas y Kathlenn Turner
Diana Thomas cada noche se dedicaba a servir birras y mojitos en un chiringuito. Diana Thomas cada día se dedicaba a teclear en su máquina de escribir al mismo ritmo y con la pasión que la escritora de novela rosa Joan Wilder, personaje que protagonizaba su guión. De día y de noche, Thomas era una de tantos escritores y actores que sobreviven con cualquier trabajo en Los Ángeles, a la espera de una llamada de su agente que les cambie la vida que casi nunca llega.
Pero la llamada llegó. El manuscrito que había escrito de una aventura romántica acabó primero en una montaña de papel de un gran estudio y, poco tiempo después, en la mesa de Michael Douglas, hijo de un mito y productor de prestigio -le debemos títulos de juventud tan notables como Alguien voló sobre el nido del cuco y El síndrome de China-, pero que como intérprete no pasaba de estrella televisiva. Cuando Douglas leyó Tras el corazón verde, lo vio claro: era lo que necesitaba para dar un giro a su carrera. Se llevó el proyecto a la Fox y propuso para dirigirlo a un joven realizador muy prometedor: Robert Zemeckis. A los 10 días ambos estaban en una avión rumbo a México para buscar localizaciones, aunque la historia de Thomas está ambientada en Colombia.
Hasta aquí la versión oficial. La versión romántica es mucho más acorde con el argumento de esta película, aunque no está contrastada. Una noche la Diana Thomas camarera vio que Michael Douglas se estaba tomando una copa en una de sus mesas. Con la cuenta le dejó un ejemplar de su guion. Y llegó la magia. Qué grande es el cine.
Sin embargo esta bonita historia tiene un epílogo trágico.
Thomas cobró por su historia un cheque de 250.000 dólares -se acabó el aguantar a clientes borrachos- y cuando la película fue un bombazo -en 1984 recaudó 115 millones de dólares- recibió una llamada: Steven Spielberg la quería en su equipo para trabajar en su próxima película. Thomas había triunfado en Hollywood antes de cumplir los 30. Como debe ser cuando uno toca la gloria, se compró un Porsche, como el que tiene Hank Moody en Californication-. Pero a los pocos días su coche se estrelló contra un poste telefónico en una incorporación a la autopista. Ella no iba al volante. Su novio, con varias copas de más, se salió de la carretera. Él sobrevivió y fue condenado a varios meses de cárcel, mientras que ella se despedía de su sueño. Ni Joan Wilder en una de sus novelas más lacrimógenas habría sido tan cruel.
La otra gran mujer de esta historia es, por supuesto, la versión en carne y hueso de Joan Wilder, que no es otra que Kathleen Turner, una de las mujeres más fascinantes de la historia del cine. En esta película demostró que tenía grandes dotes para la comedia, aunque todo el mundo se esperaba ver en la pantalla a una zorra ninfómana. Otro ejemplo de la perversión que convierte a los actores en sus personajes a ojos del público. En Tras el corazón verde Turner se propuso dejar de ser un icono sexual, estigma que le perseguía por su primer gran éxito: Fuego en el cuerpo, que llenó el mundo de poluciones nocturnas. No querían contratarla para Tras el corazón verde porque era demasiada mujer para interpretar a una novelista sensible. Pesaba sobre ella la sentencia del crítico Richard Schickel que la había descrito como «la primera presencia realmente misteriosa del cine desde Greta Garbo». Turner era el morbo. Tanto que Jack Nicholson, Warren Beatty y el propio Michael Douglas se habían apostado cuál de los tres se la llevaría antes a la cama. Todavía siguen esperando.
Para entender lo que era esta mujer, basta un chiste que se decía por entonces en los estudios y que ella misma contaba en las entrevistas: «Cuando la Turner entra en una habitación los únicos hombres que no la miran son gays o están muertos».
Pero más allá de la carrocería ella es un pedazo de actriz y lo demostró en Tras el corazón verde:. La película le dio un caché millonario, fama planetaria y también algún disgusto. Dado el éxito de la cinta, los productores quisieron empezar el rodaje de una segunda parte de forma inmediata. Nada podía fallar. El dúo protagonista funcionaba como un reloj, mientras que Danny DeVito era el contrapunto cómico. Sin embargo, cuando le presentaron el guion de La joya del Nilo a Turner no le gustó. Además Robert Zemeckis no iba a rodarlo. El director tenía otro proyecto de la mano de Spielberg que le convertiría en un realizador cotizadísimo: Regreso al futuro. Ante estos contratiempos y abrumada por la fama, Turner se negó a salir en la continuación de Tras el corazón verde pese a que se iba a convertir en la actriz mejor pagada de la industria. Hasta que dijo sí, claro, tras hablar con su abogado. El estudio había amenazo con demandarla por incumplimiento de contrato exigiendo 25 millones de dólares a la actriz. Así que se fue a rodar al desierto.
A pesar de este borrón -La joya del Nilo se deja ver pero no tiene la gracia de la original, Turner dirigió su carrera con inteligencia. Fue una maravillosa asesina en El honor de los Prizzi y, de nuevo, con Douglas (se hicieron íntimos amigos, pero sin derecho a roce) nos regaló La guerra de los Rose, una película que traumatizó a cualquier hijo de divorciados de los últimos 80. Su caché le permitía elegir el proyecto que resultara más interesante.
No había cumplido los 40 cuando empezó a sentir dolor en sus articulaciones. Los médicos tardaron un año en encontrar un diagnóstico: artritis reumatoide. Su rostro y cuerpo se deformaron como un espejo del callejón del Gato por culpa de los corticoides. Al verla así la prensa dijo que era alcohólica, porque en las entrevistas le temblaban las manos. Ella guardó silencio, incluso cuando se la acusaba de conflictiva, conocía demasiado bien cómo funcionaba Hollywood. Era más fácil seguir trabajando si la industria pensaba que era una adicta que una víctima de una enfermedad relativamente rara. En los 90, un director llegó a decirle a la cara que la contrataría si perdía «quince kilos» y en un artículo de periódico un gracioso comparó su físico con el de un «pez globo». Esta situación y su deterioro hundió su autoestima y entonces el bulo, cosas de la vida, se volvió real. La Turner empezó a calmar su dolor con vodka.
Esta mujer talentosa y culta -su español es impecable- tuvo que someterse a la más cruel degradación en su estatus profesional por culpa de su aspecto mórbido y su voz grave pasando de superestrella a actriz casi de reparto. Pero lo hizo con sentido del humor y mucha clase. Cuando se enteró de que en el guion de la segunda parte de Dos tontos muy tontos un personaje aparecía descrito como «una Kathleen Turner de segunda», llamó a los directores para ofrecerse para el papel: por un módico precio, les dijo, podían tener a la original.. En Friends encarnó en tres capítulos al padre transexual de Mathew Perry. La gran belleza era entonces para los productores como un monstruo de feria con fisonomía de estibador.
Cansada, volvió al teatro, donde triunfó tras desintoxicarse de la bebida y mejorar su calidad de vida con nuevos tratamientos. De vez en cuando se acuerdan de ella en alguna serie y película. Cuando uno la ve de nuevo trabajar con Michael Douglas a los 70 años se acuerda con ternura de su primer encuentro caótico en la selva de Tras el corazón verde. La esmeralda era ella.
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