<p>Hay espadachines, hay duelos, hay mucho vino y, claro, hay larguísimos diálogos en esa mezcla de jerga de antaño y mala leche de siempre. La vuelta al cole se hace menos cuesta arriba cuando hay un nuevo <strong>Alatriste</strong>. <strong>Arturo Pérez-Reverte</strong> lleva a las librerías este miércoles la penúltima aventura de su héroe del Siglo de Oro, y lo hace por todo lo alto con un homenaje al autor que marcó su vida: <strong>Alejandro Dumas</strong>.</p>
Vuelven las aventuras del espadachín que devolvió el Siglo de Oro a los planes de estudio hace casi tres décadas. «Los lectores me han presionado mucho, alguno incluso me ha insultado públicamente», reconoce su autor en la presentación del octavo volumen de la serie: Misión en París
Hay espadachines, hay duelos, hay mucho vino y, claro, hay larguísimos diálogos en esa mezcla de jerga de antaño y mala leche de siempre. La vuelta al cole se hace menos cuesta arriba cuando hay un nuevo Alatriste. Arturo Pérez-Reverte lleva a las librerías este miércoles la penúltima aventura de su héroe del Siglo de Oro, y lo hace por todo lo alto con un homenaje al autor que marcó su vida: Alejandro Dumas.
En Misión en París coinciden (por fin, dirán algunos) los héroes clásicos de Reverte con los mosqueteros. Coinciden y se baten en duelo, por supuesto. No fue, dice el autor, algo buscado, sino una simple coincidencia temporal. «Mi Alatriste coincidía con la época de los mosqueteros», asume. «Lo tenía en la cabeza desde hacía mucho tiempo, pero necesitaba huir del pastiche. Todo tenía que fluir». Así que Athos y compañía van apareciendo y desapareciendo. «Había problemas técnicos», bromea Reverte. «Si se enfrentan, ¿quién gana? Si hay un duelo, ¿son amigos o enemigos? ¿Quién es mejor espadachín, Athos o Alatriste? ¿Artagnan o Íñigo Balboa?«.
Alatriste vuelve al imaginario colectivo, si es que en algún momento se fue, 14 años después de su última aventura veneciana en El puente de los asesinos. Y lo hace, dice Reverte, cuando tocaba. «Hubo un momento en el que me di cuenta de que el personaje era demasiado absorbente, había otras historias que quería contar. No sabía cuánto tiempo me quedaba, así que me dije: ‘Voy a parar con Alatriste y a hacer otras cosas, si vivo lo suficiente lo retomaré. He vivido lo suficiente y he hecho esas otras novelas», resume. Y la cercanía de una efeméride redonda hizo el resto.
Alatriste nació en 1996 en un avión rumbo a México con su histórico editor Juan Cruz. «Él iba escribiendo mirando por la ventana, como si la escritura le viniera del cielo. Me dijo: ‘Mira esto’. Y esto era el sol naciente de una de las mejores historias de estas tres décadas», rememoraba el propio Cruz. Todo empezó con una frustración. La hija de Pérez-Reverte, Carlota, tenía entonces 12 años, y su libro de Historia relegaba el Siglo de Oro español a «cuatro tópicos elementales». «Fueron los dos siglos más importantes de nuestra historia, éramos lo que es hoy EEUU, para bien y para mal. Los amos del mundo, con sus luces y sus sombras. Y todo eso estaba siendo olvidado. Así que decidí devolver a mi hija un recorrido por un período fascinante del que uno se enorgullece y se horroriza al tiempo», asegura.
El resultado es una serie que ha vendido más de siete millones de ejemplares en todo el mundo y un personaje que es ya parte del imaginario colectivo convertido en protagonista de una película, de una serie, de un juego de rol, de una ruta por Madrid, de un sello de Correos y hasta ha dado nombre a un restaurante. Ah, también forma parte de los planes de estudio españoles y latinoamericanos. Misión cumplida.
Pero volvamos a nuestra misión, la que lleva a Íñigo, Alatriste, Quevedo y compañía a Francia con un misterioso objetivo que podría cambiar el rumbo de la historia. Si en la ficción apenas han transcurrido 12 meses desde la última vez que los personajes se encontraron, para los lectores, y también para el escritor, han pasado casi tres lustros. «Yo he envejecido. La vida me ha causado también estragos. Es inevitable que Alatriste se contamine de ellos», explica Reverte. «Esta vez es más amargo, tiene más remordimientos, él también ha envejecido conmigo».
Dice el autor que reconoce su huella en ese Alatriste taciturno, y subraya la palabra remordimientos. «Es un héroe oscuro que ha hecho cosas de las que no está orgulloso, y yo también», asegura. «Cuando mira hacia atrás esos fantasmas vienen a hacerle compañía, como vienen a mí algunas cosas que hice en mi época de reportero. Es un personaje oscuro, le cortó la cara a una mujer en Nápoles cuando era joven, y no lo olvida». Gana Alatriste en ensimismamiento pero no pierde ni un ápice de sus motores principales: la lealtad, la amistad, la dignidad, el valor. «Es leal a un rey en el que no cree. Desprecia a Felipe IV, lo encuentra débil, en manos de validos y cree que España se va al diablo con él, pero es su rey. Gente como él que ha perdido las grandes palabras, los grandes valores, necesita unos códigos éticos para dejarse llevar por el turbión del barrio de la vida Esta novela es una especie de compendio de todo eso que conserva».
Dice Arturo Pérez-Reverte que le gustan los héroes callados, quizá porque los ha conocido. «Al héroe de corazón puro no me lo creo. El Capitán Trueno, el Guerrero del Antifaz, eso ya no funciona. Ya no somos inocentes como entonces, hemos visto mundo y eso no nos lo creemos. Un héroe puede ser una mala persona a la que la vida pone en una situación en la que hace lo que hay que hacer», asume, y lleva su reflexión de la ficción a la realidad. «Los españoles somos así: estamos puteados, somos corruptos, sucios, pero viene una pandemia y allá vamos a ayudar como podemos; viene una dana y allá va el español con su pala a quitar barro. Eso es España». Y sentencia: «Escribiendo Alatriste me reconcilio con España. Cuando veo el telediario me alegro de ver que ese tipo de héroes siguen existiendo. Diablos, a veces no está nada mal ser español».
Por no salir del paralelismo entre Alatriste y España, España y Alatriste, el personaje al que más cariño tiene Pérez-Reverte, ese que es ya un amigo que lo espera siempre al fondo de la barra del bar, trajo a su autor, sigue trayendo, una respuesta «muy divertida y muy española»: «Lo rechazan los dos extremos. La izquierda porque lo ven como un acto de nostalgia de los periodos imperiales; la derecha, porque ahonda en la leyenda negra. No se dan cuenta unos y otros que los libros quieren contar una época como fue, con sus luces y sus sombras. Fuimos crueles y magnánimos, brillantes y grises. Esa doble crítica de los extremos me ha confirmado que tenía razón: era necesario hacer un libro así».
«El mundo actual es muy confuso», continúa el escritor. «Antes había intelectuales, había que ganarse el derecho a opinar y a ser seguido y escuchado. Eso ya no existe. Cualquier youtuber se convierte en intérprete del mundo. Al no haber una cultura, una educación que filtre el diluvio de material que inunda las redes el lector, indefenso, se lo traga todo. Alatriste ayuda a entender, a tener unas herramientas de filtro más afinadas, para que cuando te hablen de historia de España puedas decir: ‘Yo he leído Alatriste, no me cuente usted milongas'».
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