Blitz: la devastación de la guerra como mito y como cuento infantil (***)

<p>La imagen casi abstracta de un campo de margaritas se repite de forma ritual en medio de la devastación y el horror; entre la destrucción y el amor. Es solo un sueño, el lejano testimonio de una alianza inquebrantable entre un niño y su madre. Steve McQueen convierte este recuerdo, eso es, en el hilo invisible que une un pasado por fuerza idealizado con la esperanza de un futuro necesariamente mejor. En medio, el presente de una guerra que todo lo puede, todo lo arrasa, todo lo transforma en apenas nada. Digamos que el alma misma de <i>’Blitz'</i> se encuentra depositada en este instante de luz. Y desde él, el director compone un bellísimo y herido cuento infantil, que no exactamente de hadas, <strong>tan delicado y clásico como deslumbrante y, sin duda, arrebatador. </strong></p>

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 Steve McQueen compone un bellísimo, clásico y devastador relato épico e íntimo a la vez en medio del horror  

La imagen casi abstracta de un campo de margaritas se repite de forma ritual en medio de la devastación y el horror; entre la destrucción y el amor. Es solo un sueño, el lejano testimonio de una alianza inquebrantable entre un niño y su madre. Steve McQueen convierte este recuerdo, eso es, en el hilo invisible que une un pasado por fuerza idealizado con la esperanza de un futuro necesariamente mejor. En medio, el presente de una guerra que todo lo puede, todo lo arrasa, todo lo transforma en apenas nada. Digamos que el alma misma de ‘Blitz’ se encuentra depositada en este instante de luz. Y desde él, el director compone un bellísimo y herido cuento infantil, que no exactamente de hadas, tan delicado y clásico como deslumbrante y, sin duda, arrebatador.

El responsable de cintas mayores como ’12 años de esclavitud’ y de una serie revolucionaria como ‘Small Axe’ regresa al escenario de su última película, el documental ‘Occupied City’, para ofrecer una versión reconocible y a la vez rigurosamente nueva de la Segunda Guerra Mundial. Si en su cinta anterior se detenía en el Amsterdam ocupada por los nazis, ahora describe con una precisión desusada los bombardeos sufridos por Londres y los londinenses. La idea es aunar la espectacular majestuosidad de la destrucción en todas sus formas (magistral la escena del incendio con la que se abre la película) con la emoción diminuta y, a su modo, épica de un cuento infantil. Se trata de acercar la enormidad subyugante de la destrucción total de una ciudad entera a través de los ojos de un crío que imagina, sueña y añora un casi abstracto campo de margaritas.

Se cuenta la historia de un crío, tan cerca de David Copperfield como de Tom Sawyer o Telémaco, que se niega a aceptar su suerte de exiliado de su propia madre. Cuando por culpa de los bombardeos, el gobierno británico decida evacuar a los niños de la ciudad, él tomará contra todo y contra todos la decisión de volver, de regresar a su madre, a su casa, a su campo de margaritas. McQueen ordena ‘Blitz‘ como si se de una ‘road movie‘ homérica se tratara. El protagonista recorrerá en su particular odisea en sentido riguroso (como Ulises, él también vuelve junto a su Penélope) todos los peligros y todos los estamentos de la sociedad herida por la guerra. Su camino le llevará a enfrentarse con todo tipos de monstruos: hay gigantes como Polifemo, y crueles desmemoriados como los lotófagos, y lestrigones que se alimentan de carne humana, y hechiceras tan letales como Circe, y sirenas encantadoras que esconden la muerte, y hasta criaturas más letales que Escila y Caribdis. Es decir, hay saqueadores de cadáveres, y explotadores de la desesperación, y policías violentos, y asesinos, y una ciudad entera que, en su desconcierto, ya no sabe exactamente quién es (como los lotófagos) de antes. Pero también hay gente que canta, gente que sueña y gente que en las tripas del metro se reconoce como lo que es: gente que canta y gente que sueña.

El director describe un Londres que se reconoce en la solidaridad y en el dolor. Pero también de un Londres que aún arrastra las deudas de un imperio colonial profundamente racista. George, el niño al que interpreta con los ojos completamente abiertos Elliott Heffernan, es negro porque su madre, siempre perfecta Saoirse Ronan, cometió el atrevimiento de amar a un hombre procedente de las colonias.

‘Blizt’ impresiona con cada una de sus imágenes literalmente en llamas a la vez que hipnotiza con sus instantes en el que la música se apodera de la memoria. Es cine que literalmente huye del espacio siempre acotado de la pantalla; es cine que se entiende muy mal dentro de una pantalla de televisión pese a que su estreno sea en una plataforma (Apple +, para más señas). McQueen, está claro, delega todo el poder de convicción de su cinta a precisamente el contraste entre lo enorme y lo casi imperceptible, entre el relato mitológico y el cuento de hadas, entre una bomba que silba en su caída y unos ojos detenidos en el pavor, entre el ruido de las bombas y la melodía de las canciones de siempre. Y le cuesta. Le cuesta a ‘Blitz’, y aquí quizá el principal y único problema, coser la emoción a tanto derroche visual. Sea como sea, queda esa sensación perfecta y extraña entre la destrucción y el amor; entre la desolación total y el recuerdo punzante y lejano de un campo de margaritas. Es así.

Director: Steve McQueen. Intérpretes: Saoirse Ronan, Elliott Heffernan, Harris Dickinson, Benjamin Clémentine, Kathy Burke. Duración: 120 minutos. Nacionalidad: Reino Unido.

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