<p class=»ue-c-article__paragraph»>»Bienvenidos a la edad de la pérdida de la inocencia. Nadie <i>desayuna con diamantes</i> ni tiene <i>algo para recordar</i>. Más bien, desayunamos a las siete e intentamos olvidar los romances rápidamente». Los 10 primeros minutos de <i><strong>Sexo en Nueva York </strong></i>(1998-2004) condensan por qué esta serie lo cambió todo.</p>
‘Sexo en Nueva York’ ayudó a cambiar la imagen de las mujeres solteras. «Antes la gente pensaba que te pasaba algo»
«Bienvenidos a la edad de la pérdida de la inocencia. Nadie desayuna con diamantes ni tiene algo para recordar. Más bien, desayunamos a las siete e intentamos olvidar los romances rápidamente». Los 10 primeros minutos de Sexo en Nueva York (1998-2004) condensan por qué esta serie lo cambió todo.
Ahí están la mordacidad de su protagonista, Carrie Bradshaw; las lenguaraces comidas con amigas; el final del amor y un dilema: «¿Pueden las mujeres tener sexo casual como los hombres?».
Hoy resulta obvio que sí. De hecho, la pregunta suena tan trasnochada porque la imagen de las mujeres solteras ha cambiado totalmente, en parte gracias a la serie. «Antes la gente pensaba que te pasaba algo», resumía hace poco la columnista Candace Bushnell, que inspiró el personaje de Carrie.
Entonces aparecieron aquellas treintañeras, profesionales de éxito, encantadoramente frívolas, que hablaban abiertamente de sexo ante un brunch. Cualquier chica de provincias llegada a la gran ciudad quería ser como ellas. Es más, sentía que también recogían sus problemas y aspiraciones.
En Un millón de cuartos propios (Paidós), Tamara Tenenbaum explica cómo funciona ese «partir de una misma para hablar de tantas más» que popularizaron Virginia Woolf y Vivian Gornick. «Una siente que le hablan, pero sabe que no le están hablando sólo a una misma y que tampoco están interpelando a todas las personas del mundo», escribe. «Es la escuela de ensayo personal que parodia Carrie cuando cuenta anécdotas sexuales para introducir una pregunta existencial que no puede evitar hacerse».
«Todos los temas que puedas pensar están en la serie», me dice mi hermana pequeña desde la generación Z. Del placer femenino a las renuncias en pareja, de las ambiciones profesionales a los difíciles equilibrios entre amigas solteras y emparejadas. Por supuesto, también la posibilidad del amor, pero al principio no parecía algo tan definitorio. De hecho, al Mr. Big con el que Carrie tenía idas y venidas sólo lo conocíamos por su mote, como esos ligues a los que todavía no nos tomamos muy en serio.
Pero después llegaron las películas y la secuela (And Just Like That…) y la cosa degeneró. Todo se redujo a una historia de amor con Mr. Big. A las críticas de que la serie era demasiado blanca y demasiado hetero respondieron con un reparto quirúrgicamente woke. Con cada nueva temporada de And Just Like That… he vivido el mismo desencanto.
Esta semana se estrena la tercera y, pese a todo, Carrie será mi citadel viernes. Se ha convertido en esa vieja amiga que se volvió un poco imbécil: ya no tenéis nada en común, pero sigues quedando con ella. Por el cariño que le tienes, por los viejos tiempos, por si vuelves a reconocer algo de lo que entonces os unió.
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