<p><strong>»Soy como soy y no como los demás quieren que sea». </strong>La frase la pronunció Karla Sofía Gascón con el Globo de Oro a mejor comedia o musical en la mano. Fue el último premio de la noche y, en consecuencia, la última frase para el recuerdo. La protagonista de <i>Emilia Pérez</i>, la película más premiada, continuaba su cruzada contra todo lo malo que ya triunfa sin pudor en el ancho mundo; cruzada que la intérprete inició en el pasado Festival de Cannes cuando se convirtió en la actriz de éste y de casi todos los momentos. Ya saben, ella es desde hoy y para siempre la primera persona trans en hacerse con un premio de esa categoría. Pero a su modo, y aun sin querer, ponía un bonito título a una gala, en lo que al cine se refiere, que de algún modo marca el camino. En un año extraño, sin esa gran película capaz de concitar unanimidades por la sencilla razón de que ya no las hay ni puede haberlas, la temporada de premios que ya apunta a su cima en los Oscar ha tomado una feliz decisión: <strong>destacar asuntos tales como el riesgo, la fiebre, lo extremo, lo que duda, lo que se atreve a equivocarse, lo brillante…</strong> Es decir, el cine empeñado en ser lo que quiere ser. Nada más.</p>
Dos de las opciones más radicales y cinematográficamente más intensas y arriesgadas de la temporada toman la delantera de cara a los Oscar
«Soy como soy y no como los demás quieren que sea». La frase la pronunció Karla Sofía Gascón con el Globo de Oro a mejor comedia o musical en la mano. Fue el último premio de la noche y, en consecuencia, la última frase para el recuerdo. La protagonista de Emilia Pérez, la película más premiada, continuaba su cruzada contra todo lo malo que ya triunfa sin pudor en el ancho mundo; cruzada que la intérprete inició en el pasado Festival de Cannes cuando se convirtió en la actriz de éste y de casi todos los momentos. Ya saben, ella es desde hoy y para siempre la primera persona trans en hacerse con un premio de esa categoría. Pero a su modo, y aun sin querer, ponía un bonito título a una gala, en lo que al cine se refiere, que de algún modo marca el camino. En un año extraño, sin esa gran película capaz de concitar unanimidades por la sencilla razón de que ya no las hay ni puede haberlas, la temporada de premios que ya apunta a su cima en los Oscar ha tomado una feliz decisión: destacar asuntos tales como el riesgo, la fiebre, lo extremo, lo que duda, lo que se atreve a equivocarse, lo brillante… Es decir, el cine empeñado en ser lo que quiere ser. Nada más.
Así, la película más premiada de la noche fue un narcomusical que abraza el caos, el cruce de géneros (cinematográficos y de los otros), la provocación y la absoluta falta de pudor con un sentido de la libertad memorable. Emilia Pérez, del director francés Jacques Audiard, ganadora de los globos a mejor comedia o musical, película en lengua no inglesa, actriz de reparto (Zoe Saldaña) y canción (El mal, de la cantautora Camille y el compositor Clement Ducol, junto con Audiard), es exactamente como quiere ser sin limitaciones ni restricciones de ningún tipo; es exactamente como su protagonista Karla Sofía Gascón. Que la actriz de Alcobendas cediera el premio a mejor actriz para el que estaba nominada a Demi Moore por su trabajo en La sustancia, de Coralie Fargeat, es motivo de lamentación, pero sin exagerar. Al fin y al cabo, el trabajo de Moore en su última película también es radicalmente distinto a todo, incluida la propia Moore. También aquí y ahora ella es como es y no lo que los demás (especialmente Hollywood) se empeñaron durante tanto tiempo que fuera.
A su lado, The brutalist, de Brady Corbet, la otra triunfadora de la velada con los premios a mejor drama, dirección e interpretación masculina (la del renacido Adrien Brody) también es exactamente la película que quiere ser en contra de todos y cada uno de los algoritmos, ideas preconcebidas, tradiciones y prospecciones de taquilla. La historia del judío arquitecto que huye de la mayor de las atrocidades de la que ha sido capaz la humanidad para ser engullido por la más lisérgica de las pesadillas que ha ideado el hombre (que si el capitalismo, que si el sueño americano…) es una cinta desmedida de más de tres horas de duración rodada en el formato VistaVisión que abraza la pantalla y la mirada del espectador con un ansia y devoción que no admite excusas. Es cine que devora cine y es cine que se coloca a sí mismo al borde de todos los abismos, que duda y se niega, que subyuga y abrasa. Es cine que, de nuevo, quiere ser exactamente lo que es. Sea esto último lo que sea.
Apurando, se podría decir que el resto del palmarés siguió el mismo guion. Que la actriz brasileña Fernanda Torres se impusiera a nombre como el de Angelina Jolie, Nicole Kidman o Tilda Swinton, que figuraba por la película de Almodóvar La habitación de al lado, fue un acto de generosidad y hasta de lucidez. La cinta Aún estoy aquí, de Walter Salles, es ante todo un ejercicio claro de honestidad, transparencia y compromiso contra la dictadura que gente como Bolsonaro niega que ofrece a su protagonista no tanto una oportunidad para lucirse, que también, como de confesarse. Y los votantes de los Globos de Oro lo supieron ver. Y lo mismo vale para el soberbio y eléctrico trabajo de Kieran Culkin en A real pain, de Jesse Eisenberg, tras su visceral exhibición no tan lejana en la serie Succession. Y otro tanto sirve para el trabajo en parte invisible de Sebastian Stan en A different man, de Aaron Schimberg, donde da vida a un hombre aquejado (y por ello con el rostro transfigurado) de neurofibromatosis. Todos, a su modo, son exactamente los que son. Contra todos.
Se diría que en tiempos turbios no tanto por confusos, que también, como de resistencia al cambio, de odio al diferente, de señalamiento en masa, los primeros premios con glamour del año apostaron por aquello que, de un modo u otro, se levanta contra las convenciones y se propone desde el riesgo. Y ello, a pesar de errores y hasta horrores. Lo premiado –sin olvidarse de joyas como Nickel boys, de RaMell Ross, o Anora, de Sean Baker, que se fueron de vacío– es cine que abraza la identidad desde la necesidad de transformación, es cine, en el más amplio sentido de la palabra, trans.
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