<p>Un gato, un mundo que se inunda, una ballena varada, una grulla alirrota, una banda de perros y un sueño. Y ni una sola palabra. Estos son los extraños elementos que componen la película de animación del año, la que hay que ver, la que animará las mejores conversaciones, la más que probable ganadora en los Oscar, la que contesta con rotundidad el delirio tecnológico que se ha apoderado del género en los últimos tiempos, la que confía en la inteligencia para armar el sentido y el sentimiento más profundo, la que discute con firmeza las lógicas más pedestres, la que anuncia desastres sin renunciar a la esperanza, <strong>la que, sencillamente, hay que amar por la inclinación natural de la gente de bien a la belleza.</strong> Podría seguir, pero como párrafo cursi ya hemos alcanzado el mínimo, o quizá hasta el máximo.</p>
El director letón Gints Zilbalodis compone uno de los milagros de la animación del año comparable en gesto y brillantez a ‘Robot Dreams’
Un gato, un mundo que se inunda, una ballena varada, una grulla alirrota, una banda de perros y un sueño. Y ni una sola palabra. Estos son los extraños elementos que componen la película de animación del año, la que hay que ver, la que animará las mejores conversaciones, la más que probable ganadora en los Oscar, la que contesta con rotundidad el delirio tecnológico que se ha apoderado del género en los últimos tiempos, la que confía en la inteligencia para armar el sentido y el sentimiento más profundo, la que discute con firmeza las lógicas más pedestres, la que anuncia desastres sin renunciar a la esperanza, la que, sencillamente, hay que amar por la inclinación natural de la gente de bien a la belleza. Podría seguir, pero como párrafo cursi ya hemos alcanzado el mínimo, o quizá hasta el máximo.
El director Gints Zilbalodis parte de una premisa sencilla: a los gatos les asusta el agua casi tanto como a los seres humanos nos da miedo el propio miedo. Y desde ahí, todo fluye. El nivel del agua sube y todos los seres vivos —salvo los peces y las ballenas, que se hunden felices— huyen, corren a refugiarse en lo más alto. Lo que sigue es una película atenta tanto a la espectacularidad de un universo nuevo y, por fuerza, irreal, tan inhóspito como magnético; como pendiente de cada uno de los diminutos y desmedidos problemas provocados por la inundación que no cesa. Sorprende la ligereza de lo que flota; impresiona la profundidad de los abismos; emociona lo emocionante de las emociones.
Flow, un mundo que salvar discurre por la pantalla como el eco de una advertencia, como la sospecha de una duda, como el delirio de la mayor de las locuras. Y siempre muy consciente de la rara y honda humanidad de un universo sin seres humanos. A ver si el problema va a estar ahí, en los que no están.
Así las cosas, el cine da la bienvenida a un nuevo gato. Y mira que hay felinos en la historia del cine. Casi tantos como en las redes. Los hay que llegaron desde más allá de las estrellas como El gato que vino del espacio; rijosos y algo cabrones como El gato Fritz; cínicos e insondables como el de Cheshire en Alicia en el país de las maravillas; descomunales como el de Mi vecino Totoro, o, mucho menos exótico, perezosamente encantadores como el de Desayuno con diamantes. Y luego está, ya se ha dicho, el de ‘Flow, un mundo que salvar’ que ya es y con todos los honores el gato del año, de este año, del año que el mundo se hundió y lo hizo con estruendo.
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Dirección: Gints Zilbalodis. Guion: Matiss Kaza, Gints Zilbalodis. Música: Rihards Zalupe, Gints Zilbalodis.
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