‘Homegrown’, el documental que retrata el ‘trumpismo’ desde dentro

<p><i>Homegrown</i> se puede traducir como nativo, autóctono. Pero también designa a todo aquello que distingue lo casero, lo único o lo de cosecha propia en su sentido más entrañable, cariñoso incluso, pero siempre intraducible. <strong>Michael Premo</strong> decidió titular así su documental y le cuesta dar no tanto con una explicación como con una definición o sinónimo preciso al término. Cada uno de los intentos se tropieza con la evidencia casi tautológica de lo definido. Se podría decir que la dificultad de dar con una solución es, a su modo, el alma misma de la irrenunciable película que hoy mismo estrena Movistar+. «Con demasiada frecuencia», razonaba Premo en la presentación de la película en la pasada edición del Festival Zinebi en Bilbao, «nos definimos por nuestras diferencias, en lugar de tratar de comprender nuestras similitudes. <strong>Estamos tan encerrados en nuestras burbujas que rara vez interactuamos con alguien que tenga perspectivas diferentes.</strong> Esto contribuye a reducir a las personas que tienen opiniones diferentes a caricaturas unidimensionales». Y sigue: «Miramos las caravanas de apoyo a Trump o el ascenso en toda Europa de los sentimientos racistas o xenófobos y nuestra reacción es: ‘Solo necesitan una mejor información o educación’. Pero este estribillo es clasista y elitista. Si realmente estamos comprometidos con la construcción de una democracia plural, necesitamos profundizar nuestra comprensión de todas las personas en nuestra sociedad».</p>

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 El cineasta Michael Premo convivió durante años con tres miembros del movimiento de apoyo a Trump hasta el momento mismo del asalto al Capitolio  

Homegrown se puede traducir como nativo, autóctono. Pero también designa a todo aquello que distingue lo casero, lo único o lo de cosecha propia en su sentido más entrañable, cariñoso incluso, pero siempre intraducible. Michael Premo decidió titular así su documental y le cuesta dar no tanto con una explicación como con una definición o sinónimo preciso al término. Cada uno de los intentos se tropieza con la evidencia casi tautológica de lo definido. Se podría decir que la dificultad de dar con una solución es, a su modo, el alma misma de la irrenunciable película que hoy mismo estrena Movistar+. «Con demasiada frecuencia», razonaba Premo en la presentación de la película en la pasada edición del Festival Zinebi en Bilbao, «nos definimos por nuestras diferencias, en lugar de tratar de comprender nuestras similitudes. Estamos tan encerrados en nuestras burbujas que rara vez interactuamos con alguien que tenga perspectivas diferentes. Esto contribuye a reducir a las personas que tienen opiniones diferentes a caricaturas unidimensionales». Y sigue: «Miramos las caravanas de apoyo a Trump o el ascenso en toda Europa de los sentimientos racistas o xenófobos y nuestra reacción es: ‘Solo necesitan una mejor información o educación’. Pero este estribillo es clasista y elitista. Si realmente estamos comprometidos con la construcción de una democracia plural, necesitamos profundizar nuestra comprensión de todas las personas en nuestra sociedad».

Digamos que sobre este presupuesto se alza la película Homegrown. Toda ella es un esfuerza de traducción, de compresión, de lo supuestamente único, peculiar y, por ello, supuestamente intraducible. Durante casi cuatro años, desde 2018 hasta otoño de 2021, cumplida la elección de Joe Biden como presidente a finales de 2020 y el posterior asalto al Capitolio, el equipo de Premo, con el propio director al frente, vivió «incrustado» en el interior del movimiento trumpista hoy triunfante. En realidad, acompañó a tres de sus integrantes de manera casi obsesiva. La cámara se sitúa a la altura de los ojos de los tres, los tres hombres, los tres Proud Boys, los tres orgullosos de su «chovinismo occidental» (que no racismo o machismo, dicen), los tres nativos de sí mismos y entusiastas de sus peculiaridades. Y desde ahí, sin falsos didactismos, sin manosear el juicio y prejuicio del espectador, la película completa un retrato claro y devastador, contradictorio y, sobre todo, revelador. De repente, la burbuja estalla con todas sus contradicciones. Igual de incomprensibles que antes, pero, al menos, reconocibles como lo que son: contradicciones.

Una imagen de 'Homegrown', de Michael Premo.
Una imagen de ‘Homegrown’, de Michael Premo.

Uno a uno, todos los mitos del progresismo paternalista caen a los pies de una nueva modalidad de fascismo que no atiende ni a delimitaciones de clase ni estatus ni educación. «Toda la rabia y fanatismo que acompañó a la decepción de 2020 es la rabia y fanatismo que acompaña ahora a la victoria», dice Premo. La derrota en las urnas lejos de aplacar nada, lo exacerbó todo. «Lo realmente terrorífico es que los que mandan ahora mismo son ellos. Sus obsesiones, teorías de la conspiración, alucinaciones y, sobre todo, su violencia en este momento, tras la victoria de Trump, se ve completamente legitimada», añade el director. «En el siglo XXI, las democracias mueren, no con un estallido, como un golpe militar, sino con un gemido, a medida que la fe en la idea se erosiona desde dentro», concluye a modo de moraleja.

Y, en efecto, es esto último lo que explica Homegrown. La película presenta nada más comenzar a Randy (un militar retirado), Chris (un trabajador de Nueva Jersey a punto de ser padre) y Thad (un tejano racista que sorprendentemente apoya los movimientos antirracistas). Premo evita dar explicaciones sobre qué les hizo llegar donde están, cuáles son sus creencias o a qué se dedicaron sus padres. No hay trauma infantil. Convencidos como están de que los «liberales» y los «Antifa» son la mayor amenaza, los tres, armados hasta más allá de lo razonable, comparten la creencia inquebrantable en un pasado idealizado y hacen suya la misión de hacerlo realidad «otra vez» (again).

De los tres, quizá el más fascinante sea Thad, un tipo sencillo, cariñoso, entrañable incluso, atrapado en la contradicción de hacer comprender a sus colegas declaradamente racistas sobre la necesidad de tender puentes con los movimientos antirracistas, tan frustrados y cabreados como ellos. Cada una de sus conversaciones con una amiga y activista de Black Lives Matter resulta sencillamente alucinógena. El autoengaño existe y es esto. A medida que avanza la película, el que toma más protagonismo, sin embargo, es Chris. Mientras se prepara para ser padre y se esfuerza en la construcción de muebles que igual valen como paraíso infantil que para escondite de su arsenal, se obsesiona con tomar medidas para evitar que Biden «robe» las elecciones, y está dispuesto a asaltar el Capitolio para que prevalezca la «justicia». Le preocupa llevar el COVID a casa y, para escarnio de sus colegas convencidos de que la enfermedad no es más que otro fake del progresismo, usa mascarilla. Habla con su mujer (que apenas aparece) de origen asiático y acto seguido se envalentona en su encendida defensa de «la raza». Cuando llega el asalto tantas veces contemplado, las cámaras de Premo se convierten en un testigo de excepción no tanto por la brutalidad clara de lo mostrado, que también, como por el hecho de que ahora, ya sí, sabemos quiénes son. Y nada tienen que ver con la caricatura de un sujeto disfrazado y con cuernos. El escalofrío procede de la inquietante normalidad de unos hombres tan peculiares, tan únicos, que se diría sospechosamente parecidos a cualquiera de nosotros. Y eso da miedo. «Y más terror da que ahora son los que mandan», añade Premo.

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