José María Ruiz-Mateos, el histriónico bufón estafador que azotó (incluso, literalmente) al gobierno de Felipe González al grito de: «¡Que te pego, leche!»

<p>Casi tan malo como tener un jefe que convierte el entorno de trabajo en un campo de minas es sufrir a uno que hace que los destinos de decenas de miles de personas dependan de sus caprichos, sus delirios de grandeza o sus piruetas financieras. Si alguien en España ha encarnado esa categoría es <strong>José María Ruiz-Mateos</strong> (Rota, 1931-El Puerto de Santa María, 2015).</p>

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 La victimización de este cacique gaditano caló tan hondo que lo disfrazó de bueno mientras él se disfrazaba… ¿de Superman?  

Casi tan malo como tener un jefe que convierte el entorno de trabajo en un campo de minas es sufrir a uno que hace que los destinos de decenas de miles de personas dependan de sus caprichos, sus delirios de grandeza o sus piruetas financieras. Si alguien en España ha encarnado esa categoría es José María Ruiz-Mateos (Rota, 1931-El Puerto de Santa María, 2015).

Empresario histriónico, político fracasado, personaje de tebeo –llegó a disfrazarse cual Mortadelo para protestar contra el gobierno socialista-, Ruiz-Mateos fue también el patrón de uno de los conglomerados empresariales más gigantescos y opacos de la España del tardofranquismo y la Transición: Rumasa. Un holding con más de 700 empresas y 60.000 empleados que abarcaba desde bodegas jerezanas hasta bancos, hoteles, marcas de moda (Loewe) o grandes almacenes (Galerías Preciados). Un imperio levantado a golpe de compras aceleradas, ingeniería fiscal creativa y préstamos cruzados cuya magnitud lo convirtió en un actor crucial de la economía española… hasta que se transformó él mismo en un bufón cuando la trama se descubrió.

Los trabajadores de Rumasa vivieron aparentemente durante años en un oasis de empleo garantizado. En localidades castigadas por el paro, como Jerez, tener nómina en alguna de las bodegas del grupo equivalía a respirar tranquilo. Pero el espejismo duró poco. En 1983, el Gobierno de Felipe González decretó la expropiación de Rumasa alegando deudas multimillonarias con Hacienda y la Seguridad Social, irregularidades contables y riesgo sistémico para el sector bancario. Los empleados se convirtieron en peones involuntarios de una batalla política y judicial que se prolongó durante décadas.

El jefe, mientras tanto, se exhibía como víctima heroica y construía su propia narrativa de David contra Goliat. Pero en realidad sus decisiones empresariales habían puesto a decenas de miles de familias al borde del precipicio. En la España del pelotazo, Ruiz-Mateos fue el patrón que trató a los trabajadores como extras de su gran función personal: el espectáculo de sí mismo.

En esta representación desempeñó un papel fundamental Miguel Boyer, ministro de Economía y Hacienda de Felipe González y brazo ejecutor de la expropiación, contra el que Ruiz-Mateos emprendió una sonada cruzada. Boyer, que entonces iniciaba una relación con la socialité Isabel Preysler, fue calificado de «mariconazo y cornudo» por el empresario, que aparecía ante la prensa ataviado como Supermán para protestar contra la confiscación. El momento culminante fue cuando ambos coincidieron en los juzgados de Plaza de Castilla, en 1989, y Ruiz-Mateos agredió a Boyer, rompiéndole las gafas al grito de: «¡Que te pego, leche!». Poco después una hija del agresor intentó lanzar una tarta a Preysler cuando salía del ginecólogo.

Su victimización caló en buena parte de la sociedad, que llegó a ver a Ruiz-Mateos no como un estafador, sino como el damnificado por la gestión socialista. El gaditano, supernumerario del Opus Dei, llegó incluso a presentarse a las elecciones europeas con una agrupación de electores que lo llevó a ser elegido eurodiputado, junto con uno de sus yernos, tras obtener más de 600.000 votos.

Pero aún habría segunda parte. A comienzos de este siglo, cuando muchos lo daban por amortizado, lanzó Nueva Rumasa, gestionada en parte por sus seis hijos varones (a sus siete hijas las dejó fuera de sus negocios). Un conglomerado con más de un centenar de sociedades, muchas de ellas con marcas icónicas -Dhul, Clesa, Elgorriaga, Rayo Vallecano- y con miles de asalariados. Para financiarse, emitieron pagarés dirigidos a pequeños inversores (unos 4.000), entre ellos, trabajadores del grupo a quienes prometían rendimientos jugosos (del 8% al 10%). El resultado fue un déjà vu: opacidad contable, deudas crecientes, nóminas impagadas, despidos y, finalmente, concursos de acreedores en cadena.

Así, los trabajadores de Clesa vieron cómo se les acumulaban hasta tres salarios impagados, mientras que a 420 trabajadores de Dhul (cuyos flanes había promocionado el propio Ruiz-Mateos en televisión con el eslogan: «De huevo… y leche») se les llegó a adeudar un millón de euros, entre sueldos y pagas extras. El sindicato UGT advirtió, además, que las dificultades de la empresa para asumir los pagos del día a día estaban paralizando la producción. En otra de sus empresas, Quesería Menorquina, la fabricación se paralizó por falta de materia prima, debido al impago a los proveedores. De igual modo, se cortó la luz a una de sus bodegas jerezanas por impago.

En la misma ciudad, el Banquito de Jerez captó unos 61 millones de euros de parte de pequeños inversores, muchos de ellos empleados de la entidad financiera que depositaron en ella sus ahorros. Otros trabajadores siguieron el mismo camino, movidos por el carisma del patriarca. Como comentaba una ex empleada de Nueva Rumasa a El Confidencial en 2011, «el padre del chófer de don José María metió todos sus ahorros justo antes de que las empresas entraran en concurso».

En mayo, la Audiencia Nacional condenó a 7 años y 4 meses de cárcel a los seis hijos varones de José María Ruiz-Mateos por delitos de estafa, blanqueo de capitales y alzamiento de bienes por el caso Nueva Rumasa. «Don José María» había muerto diez años antes por las complicaciones de una rotura de cadera sufrida al poco de salir de la cárcel de Soto del Real. Último acto de la biografía-sainete de un patrón más preocupado por sus shows mediáticos y sus vendettas personales que por el bienestar de sus asalariados. Para leche, la que les pegó a ellos.

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