Juan Gómez Bárcena: «El populismo y los discursos del odio son una fábrica de soledades»

<p>En Buenos Aires, siguiendo los pasos del escritor uruguayo <strong>Horacio Quiroga</strong> y por una suerte de carambolas. Así encontró <strong>Juan Gómez Bárcena</strong> (Santander, 1984) las pesquisas que le llevaron a indagar en la soledad, un asunto infinito, perenne y poliédrico, y que ahora radiografía en <i><strong>Mapa de soledades</strong></i> (Seix Barral). En plural, porque sólo desde una óptica que alcance todas las dimensiones es posible calibrar los efectos balsámicos o devastadores, en función de si uno está solo por placer o porque no le queda más remedio, de esa «constelación de soledades» que el autor aborda con brillantez narrativa, sagacidad intelectual y un acopio de datos que revela un exhaustivo trabajo de documentación.</p>

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 Tras un viaje a Buenos Aires y unos días encerrado en un monasterio para experimentar el vacío, el autor cántabro publica ‘Mapa de soledades’, ensayo que indaga en la ambivalencia de la soledad  

En Buenos Aires, siguiendo los pasos del escritor uruguayo Horacio Quiroga y por una suerte de carambolas. Así encontró Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) las pesquisas que le llevaron a indagar en la soledad, un asunto infinito, perenne y poliédrico, y que ahora radiografía en Mapa de soledades (Seix Barral). En plural, porque sólo desde una óptica que alcance todas las dimensiones es posible calibrar los efectos balsámicos o devastadores, en función de si uno está solo por placer o porque no le queda más remedio, de esa «constelación de soledades» que el autor aborda con brillantez narrativa, sagacidad intelectual y un acopio de datos que revela un exhaustivo trabajo de documentación.

La soledad de la gran ciudad. La de tiranos como Hitler o Stalin. La de animales como la ballena que canta en una frecuencia inaudible para el resto de ballenas. La que penaliza a las mujeres que realizan «un trabajo invisible» y ajeno a la «lógica productivista» en el hogar. La del náufrago en una isla. La del suicida. O la del urbanita que busca aislarse voluntariamente en una pequeña aldea de la montaña. A caballo del ensayo cultural y la autobiografía, Mapa de soledades sobresale por ser divertido, audaz, lúcido, fruto de un vuelo de lecturas que el autor mezcla de forma inteligente con el rastro de la cultura popular.

Tal como el autor confiesa a EL MUNDO, «la soledad ayuda a construir las emociones y las experiencias que son necesarias para la escritura, pero sólo el tiempo da perspectiva». Flaubert decía que él no escribía «desde el fuego, sino desde las brasas, ver las brasas permite reconstruir el fuego». Han pasado dos años desde su incursión argentina y el escritor cántabro, al que puede considerarse por derecho propio como uno de los narradores con más talento de su generación, con novelas bien tejidas como El cielo de Lima (Salto de Página) o Lo demás es aire (Seix Barral), ha encontrado la «solitud» (un término en desuso que alude al estado de soledad sin connotaciones negativas, por elección o incluso por placer) necesaria para abordar un fenómeno transversal convertido ya en «epidemia» de las sociedades contemporáneas.

«Reino Unido y Japón -recuerda- ya han incorporado la soledad a sus estructuras ministeriales. Es un peligro para la salud pública. Hay muchos estudios que indican que vivir solos es tan nocivo como fumar, conduce a adicciones como el alcohol o las drogas, y la insatisfacción te hace vivir menos«. En el libro recoge algunas recetas para combatir la soledad. Pero la principal, a su juicio, pasa por dejar de insistir en la idea de la independencia como sinónimo de autosuficiencia. «El hecho es que no somos autosuficientes, somos dependientes. Somos seres sociales, necesitamos a los otros. Hay una necesidad de estar en compañía, de sentir que se nos quiere y, a la vez, es bueno encontrar momentos de paz y de asimilación de lo aprendido. Construir esta imagen de que nos debemos sólo a nosotros mismos genera una serie de valores que van en contra de la propia realidad humana».

Entre esos «valores» se encuentra una de las causas que explican la proliferación de las corrientes disolventes en el presente. «El populismo es una fábrica de soledades. Por un lado, sentirte aislado te lleva a comprar discursos de odio que buscan atomizar al ciudadano y separarle de la sociedad. Por otro, estos partidos alientan la división y la sospecha hacia los demás y, al mismo tiempo, generan un marco de convivencia supuestamente idílico. Apelan a conceptos como la familia. Es una estructura de secta, pero a nivel global. Si uno estudia los discursos de Trump, y yo lo he hecho, ve cómo uno de sus principales empeños es desconfiar de todo, del Covid-19, de los medios de comunicación, incluso de los políticos de Washington, aunque él haya sido presidente. Hannah Arendt ya explicó que así surge el totalitarismo».

El caldo de cultivo que amplifica la experiencia de sentirse solo tiene como epicentro las ciudades. Cada vez más personas viven en las grandes urbes -más del 56% de la población mundial-, cada vez vivimos más acelerados y cada vez dependemos más de la tecnología. Un cóctel que cristaliza en la ansiedad que provoca la soledad urbana, forzosa, digital. «La soledad voluntaria es un espacio de libertad, y la podemos encontrar, por ejemplo, yéndonos a residir a un lugar que no sea el de nacimiento. Pero vivimos en una permanente mirada hacia el futuro. La ansiedad es eso. No es estar siempre en un lugar donde no estás, sino estar siempre en el futuro«. Esa insatisfacción, concluye el autor, no se neutraliza llenando la agenda de eventos, sino tejiendo relaciones de calidad. «Una persona puede estar rodeada de gente y estar muy sola. El mejor modo de prevenir la soledad no es tener más vínculos, sino tenerlos mejores».

Gómez Bárcena, que se encerró en el monasterio de Santa María de Huerta durante varios días, en la alta meseta soriana, entre monjes y sin el teléfono móvil, admite el nerviosismo que provoca el reto de refugiarse, de huir del ruido, de frenar en seco. «Estamos enseñados a hacer cosas que sabemos que no sirven para nada, pero gran parte de nuestra vida va de lidiar con el vacío».

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