<p>Hace dos décadas Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975), que todavía no era el reconocido autor de novelas como Rewind y Obra maestra, acababa de comprarse un piso en Santiago. Una noche tuvo un sueño: «Llegaba a casa después de un día de trabajo y al abrir la puerta me encontraba dentro a dos personas que no conocía de nada, mi mujer y mi hija. Me trataban con tanta familiaridad y afecto que no podían no ser mi mujer y mi hija de verdad, pero no las reconocía. Y el sueño, que se repitió durante años, era angustioso. No tanto por tener de pronto familia, sino porque no podía hacer nada por rebelarme contra la situación», explica.</p>
Tras el éxito de ‘Obra maestra’, el escritor regresa con ‘El mejor del mundo’, una novela sobre la extrañeza en la que un ambicioso empresario se encuentra de un día para otro viviendo una vida que no es la suya
Hace dos décadas Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975), que todavía no era el reconocido autor de novelas como Rewind y Obra maestra, acababa de comprarse un piso en Santiago. Una noche tuvo un sueño: «Llegaba a casa después de un día de trabajo y al abrir la puerta me encontraba dentro a dos personas que no conocía de nada, mi mujer y mi hija. Me trataban con tanta familiaridad y afecto que no podían no ser mi mujer y mi hija de verdad, pero no las reconocía. Y el sueño, que se repitió durante años, era angustioso. No tanto por tener de pronto familia, sino porque no podía hacer nada por rebelarme contra la situación», explica.
De aquella pesadilla germina la nueva novela del autor gallego, El mejor del mundo (Anagrama), la historia de un ambicioso empresario, dueño de una funeraria y una compleja y turbulenta historia familiar, que tras un exitoso viaje a México regresa a una realidad paralela en la que el mundo, muy similar al que dejó atrás, está completamente cambiado. «¿Qué es realidad y qué ficción? Es un límite muy poroso. La idea es que se pueda suspender la credibilidad ante hechos que, desde un punto de vista epistemológico, racional, flaquean», defiende Tallón, que escribe la novela desde un punto de vista realista. Antonio Hitler (sí, Hitler, ahora volvemos a ello) sigue viviendo en su casa de Ourense, pero ni su mujer es la misma, ni tiene ya una hija ni su empresa, su gran pasión en la vida, existe. Ahora, el nuevo Antonio es un reputado gestor cultural y prohombre de la ciudad que, como pronto descubre, trafica con obras de arte y tiene varias cuentas en Panamá.
«Además de la extrañeza, el elemento primordial que quería explorar, me interesaba reflexionar también sobre la idea del cambio, el gran motor de la humanidad. Las cosas, las circunstancias, las relaciones, la cultura, las sociedades, cambian continuamente; a veces despacio, a veces abruptamente. Y, sin embargo, en la actualidad damos una importancia exagerada a la identidad, el gran mito contemporáneo», opina Tallón. «Ser tú mismo es, en general, una misión titánica. Muchas veces el mundo te empuja a ser otro, no puedes ser tú. Pero en realidad no existe un tú, pues a lo largo de la vida cambias de intereses, de gustos, de opiniones, entras en decaden-cia… En mi opinión no existe la inmutabilidad y ser de determinada manera o de determinado sitio es una cuestión temporal y azarosa».
En este punto entra el apellido Hitler, una de esas ideas «que no sabes si son una genialidad o una locura total». En su búsqueda de la extrañeza, Tallón -a quien disuadieron de titular así la novela, como confiesa entre risas-, decidió subir la apuesta y darle a su protagonista un elemento más de complejidad. «Quería alimentar la extrañeza hasta el paroxismo, pero no podía ser visto como una decisión meramente gratuita, provocativa, de cara a la galería -sin desvelar nada de la trama, sólo apuntaremos que está justificado y que tiene que ver con las minas de wolframio explotadas por los alemanes en la zona-. Como Antonio es un personaje bastante malvado y odioso, quería obligar al lector a ponerse en su lugar para, por ejemplo, preguntarse cómo ha tenido que ser crecer con semejante peso, cómo ha sido abrir-se paso, cuántos obstáculos, cuántas humillaciones, cuántos abusos se habrán tenido que superar».
Y hablando del carácter de Antonio, otro elemento muy presente, ya desde el título, en las páginas de El mejor del mundo, es la ambición, en el caso del protagonista, completamente desmedida y falta de escrúpulos. «La ambición tiene hoy muy mala fama, pero es, seguramente, el principal motor de la existencia. No digo la ambición desmedida, sino el hecho de aspirar a algo, de desear legítima, éticamente, mejorar», explica el escritor. «El problema es cuando se descontrola, cuando la presión, sobre todo social, nos lleva a un terreno inmoral, de depravación, de estar dispuesto a hacer lo que haga falta para conseguir aquello con lo que se sueña, que es lo que le ocurre a mi protagonista».
De nuevo sin destripar nada, Antonio está imbuido de los ideales de éxito del mundo contemporáneo y su auténtico pavor al fracaso le empuja a hacer cosas deplorables. Lo curioso es que su alter ego alternativo es igual o peor, sólo que lo hace de forma más oculta, escudándose en su popularidad pública, un guiño a toda esa casta política y empresarial que Tallón desnu-daba con pericia en Salvaje Oeste. «No solo no sabemos gestionar el miedo al fracaso, lo que genera monstruos en la sociedad actual, sino que hemos confundido la medida de qué es el éxito y nunca sabemos cuándo parar. Debemos reflexionar y comprender que con cada pequeño revés no se acaba el mundo o que porque nos vaya bien en algo no va a ser distinto el día siguiente».
Un consejo que sigue al pie de la letra a la hora de escribir. Acostumbrado a dar piruetas en trama y forma con cada libro, Tallón reconoce que le gusta el juego, «afrontar cada nueva novela casi desde cero. La idea es romper el molde cada vez que lo empleas y que lo siguiente te sitúe en el reto de hacer algo que no sabes hacer. Ese es para mí el escenario ideal», concluye.
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