<p>La redundante celebración de los 80 en la que vivimos instalados solo puede querer decir dos cosas: <strong>que los que mandan ahora son los adolescentes de entonces y que vamos mal. </strong>Mirado en frío, a pocas décadas del pasado hay tantas cosas que recriminar. Se quebró la tendencia a la igualdad y la redistribución que tras la Segunda Guerra Mundial había sido la guía de las economías desarrolladas (Piketty <i>dixit</i>); los sintetizadores (como el Auto-Tune de ahora) llenaron de ruidos vergonzantes la música pop, y el cine estadounidense abrazó con furia el esquema de Alto concepto o, en inglés original, High concept, que básicamente dio cuerpo a <i>Top Gun, Rocky </i>o, en efecto, nuestro<i> Karate kid</i> y su patada de la grulla. El patrón era siempre el mismo: se anunciaba el tema, argumento o propósito en el primer acto y, sin que mediaran más explicaciones, se resolvía el dilema propuesto mediante un reto en los dos siguientes, que en verdad era un solo acto con la coda de una secuencia final muy frenética (y memorable). <strong>Adiós a cualquier empeño narrativo complejo.</strong></p>
La saga sigue feliz en su eterna repetición de lo mismo tan respetuosa con el original como alérgica a cualquier amago de innovación, sorpresa o nueva idea
La redundante celebración de los 80 en la que vivimos instalados solo puede querer decir dos cosas: que los que mandan ahora son los adolescentes de entonces y que vamos mal. Mirado en frío, a pocas décadas del pasado hay tantas cosas que recriminar. Se quebró la tendencia a la igualdad y la redistribución que tras la Segunda Guerra Mundial había sido la guía de las economías desarrolladas (Piketty dixit); los sintetizadores (como el Auto-Tune de ahora) llenaron de ruidos vergonzantes la música pop, y el cine estadounidense abrazó con furia el esquema de Alto concepto o, en inglés original, High concept, que básicamente dio cuerpo a Top Gun, Rocky o, en efecto, nuestro Karate kid y su patada de la grulla. El patrón era siempre el mismo: se anunciaba el tema, argumento o propósito en el primer acto y, sin que mediaran más explicaciones, se resolvía el dilema propuesto mediante un reto en los dos siguientes, que en verdad era un solo acto con la coda de una secuencia final muy frenética (y memorable). Adiós a cualquier empeño narrativo complejo.
Digamos que Karate Kid: Legends sigue ahí. Tras el éxito de la serie Cobra Kai de la que la película dirigida por Jonathan Entwistle es algo (no me queda claro qué), era cuestión de poco tiempo que algo así pasara. ¿Y qué pasa? Pues exactamente lo que están pensando. En realidad, con quien más tiene que ver esta nueva entrada en la familia Miyagi (que descanse en paz) es con la confusa secuela de 2010. La escuela dirigida por Jackie Chan como sucesor en el trono sigue activa en China y uno de sus alumnos por motivos entre misteriosos y mal explicados se muda a Estados Unidos. Allí (o aquí, en la terminología de la propia cinta) se las tendrá que ver con el abusador tipo que igual te receta una hostia que te sube los aranceles que te receta una hostia mientras te sube los aranceles. Todo sea por humillar. Y, claro, para resistir tenemos a, en efecto, Ralph Macchio, que, en verdad, se llama Daniel Larusso. O al revés. Por cierto, ¿y si le decirmos a Ursula von der Leyen que hable con Macchio? Es solo una idea.
La película –no queda otra que admitirlo– discurre por la pantalla como una exhalación o un suspiro, como se prefiera. Además, Ben Wang, su nuevo protagonista, no solo luce carisma sino que recuerda a Data y a Tapón; es decir, a los personajes encarnados por Ke Huy Quan en Los Goonies e Indiana Jones y el Templo maldito en un nuevo homenaje no buscado a los 80. Por cierto, han tenido que pasar 40 años para que, por primera vez, el héroe de todo esto sea asiático siendo como es todo un homenaje, entre pazguato y solo evidente (¿alguien dijo racista?), a precisamente lo asiático. Y, por si con esto no fuera suficiente para que acabemos de sentirnos culpables, el escenario de las peleas es tan idiota, o solo surrealista, que no queda otra que rendirse. Más que una película, de hecho, Karate Kid: Legends se puede entender como un ritual, una eucaristía de celebración de esos 80 que tanto daño nos han hecho.
Definitivamente, todo es tan simple, reiterativo, carente de nuevas ideas y tan karatekid que enternece. Y sí, y pese a todo, nos gana. A los puntos, en el último suspiro y porque es imposible decir que no a Jackie Chan, pero vence.
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Director: Jonathan Entwistle. Intérpretes: Jackie Chan, Ralph Macchio, Ben Wang, Joshua Jackson. Duración: 94 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.
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