‘La luz que imaginamos’: la emoción de lo que brilla por dentro (*****)

<p>Miremos el mundo cuando los ojos ya no nos cieguen. Decía Borges que decía Blake que si la vista, el tacto o el oído no interfirieran como lo hacen en nuestra relación con lo otro, con lo distinto, apreciaríamos las cosas como realmente son: infinitas dentro de nosotros. Durante demasiado tiempo, el cine se ha dedicado a capturar lo que sucede fuera de él y a hacerlo quizá demasiado pendiente de los sentidos. La experiencia cinematográfica es por definición inmersiva, cautivadora y hasta ligeramente subyugante. <strong>Pero, de tanto en tanto, el cine se ofrece libre, feliz y, lejos de dirigir la mirada, la abraza.</strong> El haz de luz no surge de fuera hacia la pantalla sino que, al revés, se proyecta desde la superficie blanca a lo profundo de la retina. Hasta cegarla. Y es entonces cuando los ojos ya no nos impiden ver.</p>

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 La india Payal Kapadia compone un retrato de dos mujeres que también lo es de un sentimiento, de una ciudad y hasta de una forma de abrir los ojos  

Miremos el mundo cuando los ojos ya no nos cieguen. Decía Borges que decía Blake que si la vista, el tacto o el oído no interfirieran como lo hacen en nuestra relación con lo otro, con lo distinto, apreciaríamos las cosas como realmente son: infinitas dentro de nosotros. Durante demasiado tiempo, el cine se ha dedicado a capturar lo que sucede fuera de él y a hacerlo quizá demasiado pendiente de los sentidos. La experiencia cinematográfica es por definición inmersiva, cautivadora y hasta ligeramente subyugante. Pero, de tanto en tanto, el cine se ofrece libre, feliz y, lejos de dirigir la mirada, la abraza. El haz de luz no surge de fuera hacia la pantalla sino que, al revés, se proyecta desde la superficie blanca a lo profundo de la retina. Hasta cegarla. Y es entonces cuando los ojos ya no nos impiden ver.

‘La luz que imaginamos‘ (el título original es aún más bello: Todo lo que imaginamos como luz), de la debutante Payal Kapadia, es esencialmente cine pleno, cine vocacionalmente construido más allá de los sentidos. Y lo es no por místico, sino más bien por ascético. El placer de mirar en esta prodigiosa película descansa en la certeza de un mundo que se muestra como es, con sus errores, sus ruidos, sus muchas dificultades, pero siempre atento a lo que le hace vivir por dentro. Cuenta la intimidad casi sagrada de lo infinitesimalmente diminuto y hasta común. La pantalla se llena de pequeños estruendos cotidianos que devuelven al espectador el placer de mirar más allá tal vez de los propios ojos.

Se cuenta la historia de dos mujeres, enfermeras en un hospital en Mumbai, cada una de ellas atrapada en su propio laberinto. La primera no encuentra la forma de verse en la intimidad con su novio. La segunda ha olvidado al marido que tiempo atrás emigró a Alemania. Las dos provienen del sur del país, pero las separa un universo entero que tiene que ver con esa fractura que divide todas las sociedades del mundo, pero de forma mucho más gráfica, establecida y ritualizada en la India. Poco a poco, se conocerán, intercambiarán heridas y hasta compartirán un viaje juntas a un bosque cerca de la costa.

Se habla de deseo, se habla de pasión, se habla de un desencanto eterno, se habla de amor y, también, de emancipación, de mujeres que se reconocen, se levantan y se enfrentan a sus miedos. La película navega por la pantalla como un sueño con los ojos abiertos; siempre pendiente de lo que se muestra, pero muy atenta al otro lado, a la respiración callada de las cosas, a la luz que abraza. Es una película profundamente sensorial, pero que apunta a lo indeleble, a lo inefable, a lo eterno, a ese infinito que solo es capaz de apreciar con justeza la parte de atrás de los ojos, y de los oídos, y de todos los demás sentidos.

Llama la atención la sabiduría nada arrogante de una directora que ni teme ni huye el error; que siempre se propone desde el riesgo, pero sin exhibicionismo; siempre muy pendiente del movimiento de unas miradas que buscan otras miradas. En una de las últimas escenas, la enfermera salva a un ahogado en la playa y el resucitado se confunde con el esposo ausente. Y en el espacio entre la vigilia y el sueño, la pantalla se agranda hasta dar un significado nuevo a la emoción. Kapadia mancha la voz y el gesto claro de sus personajes de vida y, con una puesta en escena ligeramente abstracta, consigue que las emociones abandonen esa arbitrariedad accidental muy cerca de la anécdota que las persigue para acercarse a algo mucho más noble, por infinito. La emoción de lo que brilla por dentro.

Dirección: Payal Kapadia. Intérpretes: Kani, Divya Prabha, Hridhu Haroon, Chhaya Kadam, Azees Nedumangad. Duración: 118 minutos. Nacionalidad: India.

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