<p>Pocos críticos tan duros con <strong>Woody Allen </strong>como, en efecto, Woody Allen. La autoflagelación es un arte y pocos tan mañosos y experimentados como el hombre que consiguió hacer de su hipocondría su atractivo más singular (y mal imitado, por cierto). Bien es cierto que la modestia es el modo que tienen los soberbios de ganarse un aplauso extra: el primero por su obra y el segundo por su fingida inseguridad. Pero eso es otro asunto. El cineasta de Nueva York por nacimiento, vocación y hasta necesidad decidió en <i>Conversaciones con Woody Allen</i>, de <strong>Eric Lax</strong>, que la película con la que ingresó en el nuevo milenio, <i>La maldición del escorpión de jade</i>, era la peor de todas las suyas hasta la fecha de publicación del libro. «Para mí, personalmente, puede que sea la peor película que he hecho, y eso que hay muchas candidatas para ese puesto. Me mata trabajar con un elenco tan brillante y no ser capaz de estar a la altura. Ellos depositaron su confianza en mí», confiesa Allen tras dar una cumplida explicación de por qué merece tan alto honor la historia del hipnotizador ladrón protagonizada por él mismo al lado de <strong>Helen Hunt y Charlize Theron.</strong></p>
El cineasta neoyorquino señaló la comedia como la peor decisión de su vida como actor. Su producción más cara se convirtió de manera oficial en su mayor despropósito
Pocos críticos tan duros con Woody Allen como, en efecto, Woody Allen. La autoflagelación es un arte y pocos tan mañosos y experimentados como el hombre que consiguió hacer de su hipocondría su atractivo más singular (y mal imitado, por cierto). Bien es cierto que la modestia es el modo que tienen los soberbios de ganarse un aplauso extra: el primero por su obra y el segundo por su fingida inseguridad. Pero eso es otro asunto. El cineasta de Nueva York por nacimiento, vocación y hasta necesidad decidió en Conversaciones con Woody Allen, de Eric Lax, que la película con la que ingresó en el nuevo milenio, La maldición del escorpión de jade, era la peor de todas las suyas hasta la fecha de publicación del libro. «Para mí, personalmente, puede que sea la peor película que he hecho, y eso que hay muchas candidatas para ese puesto. Me mata trabajar con un elenco tan brillante y no ser capaz de estar a la altura. Ellos depositaron su confianza en mí», confiesa Allen tras dar una cumplida explicación de por qué merece tan alto honor la historia del hipnotizador ladrón protagonizada por él mismo al lado de Helen Hunt y Charlize Theron.
Hay motivos para desconfiar de sus palabras. El primero y más evidente es que unos cuantos párrafos más allá del libro, Allen miente. No mucho, pero miente. «Prefiero no actuar en las películas que haga de aquí en adelante», dice y lo dice solemnemente tras ofrecer toda una tesis doctoral de por qué la imagen ya estereotipada que el espectador tiene de él, sea como cómico sea como intelectual (o «pseudointelectual», dice), le inhabilita como intérprete de sí mismo. Decimos que miente porque, apenas cinco años más tarde, volvería a las andadas. En Scoop volvió a aparecer. Y algo más tarde, en A Roma con amor, más de lo mismo. Cierto es que se trata de un embuste piadoso porque en ninguno de los trabajos citados, él es el protagonista como lo fue en cualquiera de sus exhibiciones más celebradas. Pero hay razones para no creerle. O no del todo. El texto de Lax abarca hasta 2007 y la última producción analizada en él es El sueño de Casandra. Y ésta sí, y sin réplica posible, es la película más aburrida, inane y mortecina con la que se atrevió jamás Woody Allen. Y esto no lo dice él, lo digo yo.
También es cierto que en su periplo europeo posterior con parada estelar en España (una pregunta: ¿rodará Allen su película número 51 otra vez en nuestro país? Desde estas páginas apostamos a que sí, a que será la tercera aquí) y que iniciará en 2005 con Match Point, Allen se ha demostrado como todo un maestro en hacer sufrir a sus seguidores y, llegado el caso, en boicotear de forma inmisericorde su propio legado. La frase «No es una obra maestra, ni siquiera una buena película, pero…» es ya ley en la mayor parte de los escritos sobre su trabajo. Si hasta Balas sobre Broadway lo excelso era la norma, desde mediados de los 90 se volvió no diríamos la excepción, pero casi. Blue Jasmine, su última obra maestra, se antoja un islote en una océano turbio con proyectos tan olvidables como la ridícula A Roma con amor, la pomposa y sobreexpuesta al atardecer Wonder Wheel o la directamente inexplicable Rifkin’s festival (ésta sí es la peor). Digamos que Allen se acerca peligrosamente a ese límite en el que el número de cintas entre discutibles, perdonables, banales o, por qué no, malas amenaza con superar el de incontestables obras maestras o simplemente buenas. Parece un juicio duro, pero, como ha demostrado en cuanta entrevista ha tenido ocasión, él estaría de acuerdo.
Sin embargo, La maldición del escorpión de jade es distinta a cuantas puedan competir con ella por el trono de gran fiasco. Y no solo porque lo diga él, sino porque durante todo lo que dura la película resulta imposible sustraerse a la idea de que estemos ante lo que bien podría haber sido otra obra irrefutable. Se trata de un descomunal intento fallido de pasar a limpio buena parte del ideario alleniano sobre la nostalgia, el cine noir clásico, la comedia lubitschiana, el engaño, el amor y el poder. Los chistes navegan a un ritmo desenfrenado, sin pausa y, admitámoslo, todos son buenos. El argumento se antoja una metáfora casi perfecta sobre los rigores y andanzas de la seducción y la pasión amorosa. Y, apurando, toda la historia acaba por alzarse como un manifiesto sobre el propio cine. Los hilos de contacto con piezas mayores y delicadamente autorreferenciales como La rosa púrpura del Cairo, Zelig, Broadway Danny Rose o la citada Balas sobre Broadway son evidentes. Y, sin embargo, nada (o casi nada) funciona.
En el argumentario de Allen, el problema, ya se ha dicho, era él. Confiesa que se equivocó al asumir el papel protagonista y, con el tiempo, acabaría por admitir que no le quedó más remedio que sacrificarse después de que Jack Nicholson y Tom Hanks le dijeran que no. «Cuando no interpreto ni a un personaje sofisticado ni a uno marginal, sino a uno que está entre un extremo y otro… la película se vuelve trivial y tonta porque no estoy a la altura», dijo. En el pasado, durante el rodaje de September, Allen volvió a filmar la película prácticamente en su totalidad cuando advirtió un error parecido en el cásting. Ahora, esa opción no era viable. Tenía entre las manos su película más cara (33 millones de euros) y pensar en la posibilidad de rehacer las tomas de época en el majestuoso escenario diseñado por Santo Loquasto estaba descartado. «Creo que hundí a todo el mundo con la película, una sensación que tenía a diario cuando veía las tomas del copión», añadió.
Sea como sea, lo cierto es que esta película cambió mucho más la filmografía de su director que las reiteradas acusaciones de su ex pareja Mia Farrow, de su hija adoptada Dylan y de su hijo biológico Ronan. No es que no volviera a ser él, sino que lo siguió siendo, pero de otro modo digamos menos exuberante. Desde la distancia, La maldición.. se antoja una extravagante rareza. Pero ni mucho menos, la más grave de una carrera tan coherente en el fondo como irregular en las formas, por así decirlo. Allen siempre es Allen en cada segundo que ha rodado en su vida, pero entre un extremo y otro de Allen cabe el universo entero. Si se escucha despacio, La maldición… cabalga sobre un guion sin huecos con un hallazgo en cada réplica en el diálogo.
-Hay una palabra para la gente que cree que todo el mundo conspira contra él.
-Lo sé, perceptivo.
Pero lo hace con una falta de ritmo y hasta de sentido, sorprendente. Helen Hunt y Charlize Theron aguantan estoicas como si en verdad estuvieran en otra película. Por lo demás, la recreación de unos años 40 más míticos que reales, más inspirados en el cine de la época que en lo libros de historia, sorprende y hasta enamora. Todo eso al margen de que los recién casados planeen su luna de miel en París, es decir, en el mismo París ocupado por los nazis. Y esto no es broma, ni siquiera error, sino simple despiste.
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Año: 2002. Dirección: Woody Allen. Intérpretes: Woody Allen, Helen Hunt, Dan Aykroyd, Charlize Theron, Brian Markinson. Duración: 103 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.
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