<p>Un premio del público no es un premio cualquiera. Y menos en la Berlinale, el único festival de clase A junto a Venecia y Cannes que literalmente está tomado por, precisamente, el público. En el certamen italiano, las entradas disponibles para los sectores no profesionales se consiguen a cuentagotas y básicamente en una único recinto, la enorme sala Palabiennale. En el francés, en cambio, no hay nadie que no sea prensa o industria que tenga acceso a una miserable entrada. Hay opciones en la sesiones de gala, pero hay que vestirse para la ocasión y rezar para que haya suerte. <strong>Berlín, como Toronto o San Sebastián, es distinto. </strong>En la capital alemana, la programación del festival inunda los cines de la ciudad y los berlineses llenan las salas con una devoción a prueba de los ocho grados menos cero que este año han convertido las aceras en pistas de patinaje.</p>
La cinta de Eva Libertad, que competirá en el próximo Festival de Málaga, obtiene el único galardón que no otorga un jurado
Un premio del público no es un premio cualquiera. Y menos en la Berlinale, el único festival de clase A junto a Venecia y Cannes que literalmente está tomado por, precisamente, el público. En el certamen italiano, las entradas disponibles para los sectores no profesionales se consiguen a cuentagotas y básicamente en una único recinto, la enorme sala Palabiennale. En el francés, en cambio, no hay nadie que no sea prensa o industria que tenga acceso a una miserable entrada. Hay opciones en la sesiones de gala, pero hay que vestirse para la ocasión y rezar para que haya suerte. Berlín, como Toronto o San Sebastián, es distinto. En la capital alemana, la programación del festival inunda los cines de la ciudad y los berlineses llenan las salas con una devoción a prueba de los ocho grados menos cero que este año han convertido las aceras en pistas de patinaje.
Es decir, valga la larga introducción para que quede clara una cosa: no es broma el premio del público que Sorda, de Eva Libertad, ha logrado en la sección Panorama de Berlín. El sistema es el de casi siempre. La audiencia puntúa lo que ha visto y la cinta española, la única en toda la Berlinale este año, ha sido la elegida contra nieve, hielo y frío, mucho frío. Su siguiente cita será el Festival de Málaga, donde sí estará en la competición.
Sorda, en efecto, es una película que invita al público a una experiencia empática o simpática, como se quiera, que llama al reconocimiento de unos en la vida de los otros; que quiere y busca que el público se reconozca, precisamente como tal, como público en lo público. La idea no es nada más que invitar al espectador a verse e identificarse en la existencia del otro, de lo diverso, del que se diferencia por culpa de una discapacidad. De la mano de la que está llamada a ser la actriz española del año, Miriam Garlo, la directora compone una película transparente, emotiva y frontal con la cámara siempre a la altura de los ojos.
Ángela (Garlo) va a ser madre. Es no oyente. Héctor (no menos soberbio en su implicación un Álvaro Cervantes arrollador en su manejo de la calma y los tiempos) es su pareja. Y es oyente. Lo que sigue es la historia de un conflicto en el seno de una sociedad conflictiva. ¿Qué futuro le espera a una hija sorda? ¿Y cuál a una hija oyente con una madre sorda? ¿Y a la pareja? ¿Qué será de ella sin un modelo que copiar, con todo por inventar? Digamos que la película abraza todos los problemas y lo hace, y esto es lo importante, desde dentro, desde la claridad de un relato que se muestra y despliega sin falsos melodramas, sin gestos aprendidos, sin didactismos innecesarios.
Sorda atiende a un programa común que discute el sentido mismo de la vida en común, de la vida pública en la adecuada gestión de los servicios públicos. Es decir, un premio del público muy coherente. Además de justo.
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