<p>Aunque fue olvidada durante décadas, la historia hoy es bien conocida. En la madrugada del 5 de agosto de 1939, cuatro meses después de terminada la Guerra Civil,<strong> 13 mujeres fueron fusiladas en el cementerio del Este</strong> de Madrid. Poco antes serían ejecutados también otros 43 hombres, militantes todos del Partido Comunista de España (PCE) y de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Durante años, la memoria de las <a href=»https://www.elmundo.es/espana/2019/10/04/5d973534fc6c8323338b4637.html» target=»_blank»><strong>13 Rosas</strong></a> -llamadas así por un poema sobre su suerte- y de los 43 Claveles se mantendría en el ámbito privado y familiar, y sería olvidada por las cúpulas socialistas y comunistas, en el exilio, y perdidas en las luchas y debates ideológicos del siglo XX.</p>
En un exhaustivo y revelador ensayo, el historiador Roberto Muñoz Bolaños defiende que estas 13 mujeres, implicadas en atentados, fueron fusiladas para tapar la negligencia de la policía franquista
Aunque fue olvidada durante décadas, la historia hoy es bien conocida. En la madrugada del 5 de agosto de 1939, cuatro meses después de terminada la Guerra Civil, 13 mujeres fueron fusiladas en el cementerio del Este de Madrid. Poco antes serían ejecutados también otros 43 hombres, militantes todos del Partido Comunista de España (PCE) y de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Durante años, la memoria de las 13 Rosas -llamadas así por un poema sobre su suerte- y de los 43 Claveles se mantendría en el ámbito privado y familiar, y sería olvidada por las cúpulas socialistas y comunistas, en el exilio, y perdidas en las luchas y debates ideológicos del siglo XX.
Sería a partir de los años 90 y especialmente de los 2000, en medio del clima de recrudecimiento de la guerra cultural por la memoria histórica provocado por victoria electoral del PP, cuando se recuperó esta historia y se comenzó a construir un mito a través de novelas como Las trece rosas (2003), de Jesús Ferrero; el documental Que mi nombre no se borre de la historia (2004), de Verónica Vigil y José María Almela; la película Trece Rosas (2006), dirigida por Emilio Martínez Lázaro y ganadora de cuatro Goyas; o ensayos como Trece rosas rojas (2007) del periodista Carlos Fonseca.
Con el fin de contextualizar los hechos reales, a veces algo opacados entre las licencias de la ficción y los usos ideológicos, el historiador Roberto Muñoz Bolaños (Madrid, 1970), profesor de las universidades del Atlántico Medio, Camilo José Cela, Francisco de Vitoria y Nebrija, publica Las 13 Rosas. La verdad tras el mito (Espasa), un exhaustivo y revelador ensayo que se centra en el papel político real de estas 13 jóvenes, en las acusaciones contra ellas y en cómo se desarrollaron los interrogatorios y juicios, muy influidos por la férrea lucha con la que el franquismo quiso destruir cualquier foco de oposición en la inmediata posguerra.
El primer aspecto que desmiente Muñoz Bolaños es el muy repetido de la nula implicación de estas mujeres, muchas de las cuales eran parte activa de la estrategia del PCE para crear una guerrilla urbana, violenta y armada, que planeaba desestabilizar con atentados el nuevo régimen. «En diverso grado, todas eran militantes disciplinadas de las JSU o del PCE y obedecían las órdenes que les daban sus superiores, salvo en algunos casos donde ellos eran precisamente los superiores, como Carmen Barrero Aguado, que formaba parte de la dirección del partido», explica. Estas actividades fueron tomando forma en un atentado que, supuestamente, se celebraría el 19 de mayo, el día del Desfile de la Victoria, con el objetivo de que el franquismo quedara desprestigiado y ridiculizado en el país y ante la opinión pública internacional. Sin embargo, en esa fecha todas estarían detenidas. La primera, Joaquina López Laffite, secretaria del Comité Provincial, el 18 de abril, y Dionisia Manzanero Salas, únicamente afiliada y poco activa, el 16 de mayo. ¿Qué había pasado?
«El gran error de cálculo fue que los partidos de izquierdas, incluyendo el PCE , hicieron una lectura desastrosa de las elecciones de 1936. Pensaron, tras el triunfo del Frente Popular, que eran la ideología mayoritaria en España. Así, una vez terminada la guerra, consideraron que debían actuar cuanto antes para evitar la consolidación del régimen, que con un poco de presión guerrillera, levantamientos en las fábricas y apoyo internacional -recordemos que en 1939 la guerra europea parecía inminente- vencerían», argumenta el historiador.
«Desde ese momento de la declaración de Pena Brea están todos vendidos, la policía franquista ya conoce perfectamente la estructura de la organización»
No obstante, es significativo que todos los líderes de importancia estaban en el exilio. De hecho, estas mujeres dependían de un grupo formado por el joven militante José Pena Brea, de 21 años. Éste, a su vez seguía las directrices del secretario de organización del PCE, Pedro Fernández Checa, que ordenaba actuar con atentados. «El problema es que desde el principio hubo topos y delatores en estos grupos, el más importante Roberto Conesa, el mayor especialista que tenía la policía española en infiltrarse en grupos de la oposición de izquierdas», apunta Muñoz Bolaños, que en su libro dedica dos detallados capítulos a los protagonistas de esta maquinaria de represión -algunos olvidados, como el brutal policía Aurelio Fernández Fontela o el militar Ángel Manzaneque Feltrer, otros con un brillante porvenir como el futuro ministro Tomás Garicano Goñi-. «Había estado en contacto con ellos, conocía su cultura y sabía introducirse y desarticularlos, lo que a la postre le va permitiendo progresivamente ascender en el escalafón de la Policía».
Las detenciones se sucedieron, acompañadas de brutales torturas y las consiguientes delaciones. De los primeros en caer es Pena Brea, que pone sobre la mesa multitud de nombres, entre ellos, las 13 Rosas y muchos de sus compañeros. «Desde ese momento de la declaración de Pena Brea están todos vendidos, la policía franquista ya conoce perfectamente la estructura de la organización, por lo que conseguir las delaciones es relativamente fácil, y van cayendo todos, uno tras otro», sintetiza Muñoz Bolaños. «El miedo y la penosa situación en la cárcel juegan su papel y salvo algunos casos muy concretos -como el de José Canepa que se suicida o le suicidan estando detenido y que no cuenta nada o el de Carmen Barrero Aguado, que sólo habla cuando sus compañeros masculinos la venden-, todos los inculpados delatan a sus compañeros e incluso a familiares y a personas que han conocido en la cárcel».
Con la red prácticamente desarticulada, llegarían los juicios. Lo lógico era esperar únicamente duras penas de cárcel, pero ocurrió algo que precipitó los hechos hacia el trágico final. Los miembros del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) seguían la pista al último comando activo del PCE, integrado por tres hombres que pretendían asaltar la cárcel de Oropesa. «Ante la imposibilidad del ataque, estos hombres deciden volver a Madrid y, para ello, paran un coche y matan a sus ocupantes que, sin ellos saberlo, se tratan del comandante de la Guardia Civil y miembro del SIPM Isaac Gabaldón, su hija y su chófer«, relata el historiador. «Esto supuso un grave problema para los miembros del SIPM. «Podían haberlos detenido perfectamente, pero era viernes y lo dejaron. En ese fin de semana, el 27 de julio, se produce el asesinato, que fue una muestra de debilidad del régimen y dejaría al descubierto la incompetencia de los implicados».
«Acusadas de una ficticia conspiración comunista, ya estaban condenadas antes del juicio. Su muerte quiso ser ejemplarizante»
Así las cosas, para tapar la negligencia, el responsable del SIPM, que no es otro que Manuel Gutiérrez Mellado, con la connivencia del juez militar Carlos Arias Navarro, urde un engaño que sellaría la condena de todos los militantes encarcelados de las JUS y del PCE. «Elaboran la teoría de que existe una Gran Conspiración Comunista que pretende asesinar a los agentes del SIPM, que son los encargados de la represión. Esto afecta a estas mujeres, que no tuvieron nada que ver con la muerte de Gabaldón, pues ya estaban detenidas entonces, pero se las relaciona por pertenecer a esa organización», resume Muñoz Bolaños. «Piden un juicio rápido contra los autores de la muerte de Gabaldón y un escarmiento contra los otros supuestos integrantes de esa Gran Conspiración Comunista que están en las cárceles, y eso influye mucho en el Consejo de Guerra que va a juzgar a las 13 Rosas».
Esta mentira fue, a juicio del historiador la que provocó que la sentencia del 4 de agosto fuera tan sumamente dura. «Es realmente una condena brutal. De 59 acusados, se firman 57 condenas a muerte y no se establecen apenas diferencias entre los acusados, cuando sus actos eran muy distintos e iban desde la militancia activa a la simple colaboración. Fruto de esa conspiración inventada, ya estaban condenadas antes del juicio, pues, además, su muerte quiso ser ejemplarizante», insiste. Sólo se librarían, con grandes penas de cárcel, dos acusados, Juan José Pacheco Flores y Julia Vellisca del Amo, que no estaba ni afiliada al partido.
En su libro, Muñoz Bolaños también destaca que otro elemento que inclinó la balanza fue ideología abiertamente machista que tenía el primer franquismo. «Es curioso que en la condena se hace referencia explícitamente al hecho de ser no sólo comunistas, sino también mujeres. Esto se señala porque choca mucho con la visión que tiene este primer franquismo de la mujer como ama de casa, que no tiene que estar implicada en política», sostiene. «Esas mujeres que se han implicado en política, como explicaba muy bien el psiquiatra Vallejo-Nágera, el ideólogo de el concepto de género en el franquismo, deberían ser castigadas incluso con más dureza que los hombres por haber abandonado su función tradicional y haber usurpado un papel que correspondía al género masculino».
Consumados los fusilamientos, se levantó un gran revuelo nacional e internacional. «Fuera de España el hecho suscita mucha controversia. Por ejemplo, la hija de Marie Curie, militante comunista, moviliza a determinadas fuerzas y sectores de la población francesa para criticar ese fusilamiento brutal. Sin embargo, esta indignación dura poco tiempo, porque el 1 de septiembre empieza la Segunda Guerra Mundial», lamenta el historiador, quien, sin embargo, reconoce que también repercutió de puertas para adentro. «Afecta a casos posteriores, pues muchas compañeras de la cárcel de Ventas no van a ser fusiladas. Mujeres muy jóvenes como Nieves Torres Serrano, que luego fue clave en la construcción de la memoria histórica, Antonia García Alonso, Antonia Hernández Barrilero o María del Carmen Cuesta Rodríguez, ven conmutadas sus penas de muerte por años de cárcel».
«Su asesinato fue un hecho terrible, atroz, pero no podemos dejar que se mitifique. La historia nunca debe ser ideología»
Hablando de memoria histórica, Muñoz Bolaños, autor de otros libros desmitificadores de episodios de nuestra historia como el bombardeo de Guernica, la sublevación del 36 o el golpe del 23-F, recalca la importancia de conocer cómo fueron realmente los hechos y huir de «historias parciales e interesadas que sólo sirven a la ideología. Por ejemplo, aquí no se puede esconder que las 13 Rosas acumulaban armas y preparaban atentados para que parezcan simplemente víctimas. Su asesinato fue un hecho terrible, atroz, pero no podemos dejar que se mitifique. La historia no es ideología«, recalca.
En este sentido, el historiador defiende: hoy, como hace casi un siglo, el problema es la exclusión de la memoria y el relato del otro. «Los políticos españoles están polarizados en bandos y eso no puede ser. Necesitamos una memoria inclusiva, que hable de todos, y esa responsabilidad no se puede obviar, deben asumirla todas las fuerzas políticas«, señala. «Si partimos de la idea clave de que la Segunda República fue un fracaso colectivo sería más sencillo plantear una memoria inclusiva que incluyera todas las víctimas que tuvieron lugar durante la Guerra Civil y también durante el franquismo. Todas, de todos los lados. Y de esa manera construir una visión de país que permitiese superar las divisiones que todavía existen», concluye.
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