<p>Medio centenar de autoridades políticas y personalidades del mundo de la cultura acudieron anoche a la inauguración de la temporada del Liceo de Barcelona. Hacía más de dos décadas que no se presentaba en el escenario de La Rambla <i>Lady Macbeth de Mtsensk</i>, primer título de una trilogía de óperas que <strong>Shostakóvich </strong>se había propuesto dedicar a los destinos trágicos del arquetipo de mujer rusa. No pudo ser. Stalin se cruzó tristemente en su camino (lo cuenta Julian Barnes en <i>El ruido del tiempo</i>) y no volvió a componer una ópera.</p>
La sensacional producción de ‘Lady Macbeth de Mtsensk’ de Àlex Ollé, que inaugura la temporada del Liceu, encuentra perfecta correspondencia en el extraordinario trabajo del maestro Josep Pons
Medio centenar de autoridades políticas y personalidades del mundo de la cultura acudieron anoche a la inauguración de la temporada del Liceo de Barcelona. Hacía más de dos décadas que no se presentaba en el escenario de La Rambla Lady Macbeth de Mtsensk, primer título de una trilogía de óperas que Shostakóvich se había propuesto dedicar a los destinos trágicos del arquetipo de mujer rusa. No pudo ser. Stalin se cruzó tristemente en su camino (lo cuenta Julian Barnes en El ruido del tiempo) y no volvió a componer una ópera.
El nuevo montaje ideado por Àlex Ollé inundó el escenario con miles litros de agua (bombeados desde el subsuelo a través de la red freática del teatro) para generar una suerte de espejo líquido en el que los personajes van encontrado el reflejo de sus padecimientos y miserias. No es la primera vez que el director de escena catalán y cofundador de La Fura dels Baus utiliza este recurso (lo hizo, hace dos temporadas, en su logradísima adaptación de Pelléas et Mélisande de Debussy), pero aquí el efecto impresiona más y aporta inesperados significados al libreto original (más allá de servir de soporte profético a su desenlace: la protagonista, Katerina, muere ahogada).
La Lady Macbeth rusa es una partitura violenta, por momentos desquiciada y difícil de escuchar, que requiere de una batuta, como la de Josep Pons, que sepa gestionar los decibelios de la orquesta y mantener el ritmo vertiginoso (como fotogramas en una sala de montaje) sin opacar el sobrecogedor lirismo de algunas escenas, como el aria de Katerina del primer acto (que sirvió para el lucimiento de la soprano Sara Jakubiak, que se alternará en el rol con Ángeles Blancas en las ocho funciones programadas hasta el 7 de octubre) o el dúo de los amantes del segundo tras el asesinato de Zinovi.
Esa permanente tensión entre el mundo interior de Katerina y la brutalidad de la sociedad que la rodea encontró perfecta correspondencia en la lectura dramática de Pons y el planteamiento escénico de Ollé. Así ocurrió, por ejemplo, en la concurrida boda del tercer acto, donde las planchas oxidadas que rodean a los invitados producen una sensación claustrofóbica. Con un sutil y casi imperceptible movimiento, las paredes barren las aguas creando pequeñas ondas en un augurio de fatalidad: el de la oscura superficie de un lago donde, según canta Katerina, el viento levanta olas tenebrosas.
En el cuarto acto, Ollé introduce un cambio significativo, una licencia que le permite alejar la acción del campo de Siberia donde Katerina habrá de cumplir condena. Todo transcurre en un territorio onírico, una especie de purgatorio en el Katerina asesina primero a su compañera de celda, y se mata después, con cuchillo. El mensaje final está claro: nadie se salva, todo el mundo acaba manchado por el pozo de depravación moral de una sociedad cruel y corrupta.
Jakubiak, en otro momento de su representaciónQuique GarcíaEFE
En su viaje a Mtsensk, en el óblast de Oriol, Ollé ha encontrado los resortes que permiten activar la formidable y siempre asombrosa maquinaria de un estilo tan resistente al paso del tiempo como rompedor en cada una de sus actualizaciones. Se nota que le gusta el riesgo y no tiene inconveniente en mojarse cuando la ocasión lo merece. «La provocación por sí sola no lleva a ninguna parte», contaba durante uno de los últimos ensayos, con los pies enfundados en unas relucientes katiuskas. «Me conformaría con que el público imagine cómo sería el amor si el mundo no estuviese lleno de cosas malas».
Antes de que se elevara el telón, se proyectó un vídeo en conmemoración de los 25 años desde la reapertura del Liceu, tras el devastador incendio de 1994 y la posterior rehabilitación del edificio. Fue una noche de celebración, que contó con la presencia de Ramón Agenjo (Fundación Damm), Elena Salgado (Albertis), Mario Rotllán (Coca-Cola) y Elena Fort (FC Barcelona), entre otros mecenas y benefactores del Liceu, además de artistas como el director de cine Juan Antonio Bayona y la compositora Raquel García-Tomás. A pesar de la inexplicable espantada de parte del público durante el descanso, fue una noche sin duda para el recuerdo que sirvió de pistoletazo de salida a una temporada que contará con otras cinco nuevas producciones y grandes cantantes (como Sonya Yoncheva y Piotr Beczala).
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