<p>Fue Pedro Salinas el que dejó escrito, quizá en sangre sobre blanco, aquello de «Qué alegría, vivir: sintiéndose vivido». Se diría que la serie <i><strong>Los años nuevos</strong></i> tiene mucho de Salinas, <i>saliniana </i>por tanto. Como en el poemario <i>La voz a ti debida</i> y en su posterior reflejo desengañado <i>Razón de amor</i>, también el proyecto que tiene a <strong>Rodrigo Sorogoyen</strong> como creador principal presenta <strong>la historia de una pasión amorosa desde su nacimiento hasta la ruptura</strong>. Pero no solo eso, también se ocupa de lo que queda cuando ya no queda nada, de lo que se queda con nosotros (básicamente dolor) cuando el amor se acaba. Son siete horas y media repartidas por diez capítulos con una concepción si no similar, sí simétrica. Cada entrega sucede entre la Nochevieja y el día siguiente de, uno a uno, todos los años desde que los protagonistas (descomunales en su vocación de eternidad cotidiana <strong>Iria del Río</strong> y<strong> Francesco Carril</strong>) se conocen con 30 años en 2014 hasta que llegan a los 40 en 2024.</p>
Los actores Iria del Río y Francesco Carril encarnan hasta la misma vida cada emoción, cada gesto y cada derrota de la década que abarca de los 30 a los 40 años en el proyecto de Movistar+ de 10 capítulos recién presentado en Venecia
Fue Pedro Salinas el que dejó escrito, quizá en sangre sobre blanco, aquello de «Qué alegría, vivir: sintiéndose vivido». Se diría que la serie Los años nuevos tiene mucho de Salinas, saliniana por tanto. Como en el poemario La voz a ti debida y en su posterior reflejo desengañado Razón de amor, también el proyecto que tiene a Rodrigo Sorogoyen como creador principal presenta la historia de una pasión amorosa desde su nacimiento hasta la ruptura. Pero no solo eso, también se ocupa de lo que queda cuando ya no queda nada, de lo que se queda con nosotros (básicamente dolor) cuando el amor se acaba. Son siete horas y media repartidas por diez capítulos con una concepción si no similar, sí simétrica. Cada entrega sucede entre la Nochevieja y el día siguiente de, uno a uno, todos los años desde que los protagonistas (descomunales en su vocación de eternidad cotidiana Iria del Río y Francesco Carril) se conocen con 30 años en 2014 hasta que llegan a los 40 en 2024.
En puridad, la serie no es solo de Sorogoyen, aunque sea él el que sale en las fotos con los actores. También Sara Cano y Paula Fabra han estado a pie de obra desde minuto uno junto al director en funciones de desarrolladoras, guionistas y hasta inventoras de emociones. Y en la dirección, junto al realizador de As bestas, figuran David Martín de los Santos y Sandra Romero. En puridad también, tampoco es correcto dejar la serie en manos de los sentimientos. No solo se habla de amor, sino que por el camino se cruzan asuntos como el final de la juventud (eso que cada vez es más largo porque no hay donde vivir), la maternidad y la llegada del peor de los monstruos: la madurez, se produzca o no en un PAU. Es decir, hablamos del tiempo. Y eso ya son palabras mayores.
Porque en verdad (o en puridad), del tiempo habla toda obra de arte que se presuma como tal. Aunque la serie se verá en Movistar+ como se ven las series, capítulo a capítulo, lo verdaderamente gratificante y sensato es ver Los años nuevos de un tirón, cinco capítulos de un lado y cinco de otro. Es entonces, cuando la propuesta de Sorogoyen-Cano-Fabra-De los Santos-Romero adquiere densidad y linklaterismo, por Ricard Linklater. Sí, la serie es salianiana, decíamos, y linklaterista por su filiación director con obras como Boyhood o la trilogía del Amanecer. Y, por tanto, en puridad (ya el último), no es tanto serie, como cine. Es decir, cine sobre el amor, sobre el tiempo y sobre el mismo cine.
«En esa década», dijo el director ante los medios para justificar la fijación, «es cuando empiezas a formar una familia; ya has tenido un gran desamor; en muchos casos seguramente pierdes a alguien importante de tu vida…». Y quizá tiene razón. Pero sobre todo en lo que de verdad no hay forma de llevarle la contraria al cineasta es en el resultado. La película (de ahora en adelante, es película) se las arregla para proponer cada capítulo desde una óptica y ritmo distinto; desde un pulso y una verdad idénticos. Nada tiene que ver el capítulo inicial entre el ruido de la fiesta y las celebraciones con el del febril y alucinado que discurre en Berlín (el quinto), ni ninguno de los dos con el que se desarrolla en la cena en su sentido más familiar y radical, ni ninguno de los tres con el de ella sola en Lyon o con el del reencuentro… Y así hasta que todos ellos rompen y se exaltan en el desenlace resuelto en éxtasis en un único plano (plano-secuencia por tanto), sin levantar el lápiz del papel. Este último queda para el recuerdo.
Y en medio, siempre, Iria del Río y Francesco Carril. Si la serie persigue deshacerse de cualquier artificio para alcanzar a representar la realidad desde la propia realidad (pocas ficciones tan difíciles de lograr como la de lo real), el concurso de los actores se antoja básico. Y los dos se muestran perfectos en cada segundo, en cada gesto, en cada polvo (que, obviamente, los hay), en cada declaración de amor y en cada despedida. Sí, a los actores españoles del año hay que buscarlos en esta serie-película y en Volveréis, la película de Jonás Trueba en la que, vaya por dios, sale el rodaje de Los años nuevos un instante.
Está clara la vocación de despojamiento de un proyecto que aspira ser espejo. Pero para nada estático. Lo relevante es que el reflejo se hunde sobre sí mismo hasta convertirse en, otra vez, tiempo. Los años nuevos, en verdad, comparte argumento con el segundo movimiento de la novena de Beethoven, con el eco de Happiness is a warm gun en Paranoid android de Radiohead, con la memoria ebria de Leopold Bloom o con el extraño puente de 20 compases de A day in the life de los Beatles. O, ya puestos y sin movernos del cine, con el primer y último plano de la filmografía circular de Tarkovski. Es sencillamente el tiempo, el tiempo, el tiempo de la juventud, el tiempo del amor, el tiempo del cine, el tiempo del propio tiempo. El año esperaba su serie y ya la tiene. «Qué alegría, vivir: sintiéndose vivido«.
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