Luca Guadagnino abruma, subyuga y desnuda todos los mitos sexuales en el cuerpo de Daniel Craig (****)

<p>En un momento de <i>Desconocidos</i>, la película de fantasmas de Andrew Haigh, los personajes hablan entre ellos sobre usar la conveniencia de utilizar la palabra gay o <i>queer</i>. No discuten, pero casi. Parece una cuestión generacional y como tal es tratada en el guion. En <i><strong>Queer</strong></i>, la cinta de <strong>Luca Guadagnino</strong> recién presentada en Venecia, hay pocas opciones para el debate, porque, en su ideario, aspira a trascenderlo. Se trata de ir más allá, de «descorporizarse», en la expresión utilizada por el protagonista. Como si cualquier amago de definición significara por fuerza un límite, una esclavitud o una orden, la idea es abandonar las categorías por fuerza impuestas y colocarse del otro lado. Como mantiene con pasión Paul B. Preciado quizá «masculino y femenino son, en última instancia, ficciones, ficciones políticas y sociales».</p>

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 El director italiano continúa la exploración iniciada en ‘Call me by your name’ con una deslumbrante, magnética y provocadoramente abstracta reflexión sobre la sexualidad y la libertad  

En un momento de Desconocidos, la película de fantasmas de Andrew Haigh, los personajes hablan entre ellos sobre usar la conveniencia de utilizar la palabra gay o queer. No discuten, pero casi. Parece una cuestión generacional y como tal es tratada en el guion. En Queer, la cinta de Luca Guadagnino recién presentada en Venecia, hay pocas opciones para el debate, porque, en su ideario, aspira a trascenderlo. Se trata de ir más allá, de «descorporizarse», en la expresión utilizada por el protagonista. Como si cualquier amago de definición significara por fuerza un límite, una esclavitud o una orden, la idea es abandonar las categorías por fuerza impuestas y colocarse del otro lado. Como mantiene con pasión Paul B. Preciado quizá «masculino y femenino son, en última instancia, ficciones, ficciones políticas y sociales».

Digamos que, más allá del debate o cuestión de género, ésas son las coordenadas en las que se mueve la prodigiosa, además de feroz, adaptación de la novela semiautobiográfica de William S. Burroughs Queer que propone el italiano con una libertad, exuberancia y sentido del exceso realmente admirables. La película, para situarnos, narra la historia de un expatriado estadounidense de unos 50 años en Ciudad de México. Vive solo, se lame sus heridas solo, bebe (mucho) solo y se pincha heroína solo. Y así hasta que un día encuentre a un joven estudiante recién llegado a la ciudad. Entonces, sentirá que vuelve a sentir. Y por ese sentimiento será capaz de todo: desde la humillación pública a la búsqueda desesperada en mitad de la selva de la droga (ayahuasca o yagé, para señas) que le haga «descorporizarse» si es preciso. El protagonista es gay. O queer.

Que Daniel Craig, antes conocido como James Bond, sea el protagonista es muchas cosas además de una muy brillante elección. Lo que no es, desde luego, es una casualidad. La imagen de Craig asociada al más normativo de los hombres con licencia para ser muy heterosexual juega a favor tanto del personaje como del propio actor. Los dos, la ficción y lo otro, son desarmados con una contundencia tan frontal como exquisita. El sexo que se ve es sexo con todas las consecuencias. Sin vergüenza ni atajos. Es sexo homosexual primero, pero, luego, mucho más: es sexo «descorporizado» y, ya sí, plenamente ‘queer’, plenamente Burroughs, plenamente pleno.

Guadagnino juega a ofrecer algo así como la contraimagen de lo presentado en Call me by your name. Aquella era una historia exacerbada, luminosa y opulenta sobre el descubrimiento del amor y de los cuerpos. Era eso y una invitación a comer melocotones. Éste en cambio es un relato turbio, artificioso y terriblemente oscuro (aunque divertido a la vez) sobre, en buena medida, la decrepitud, el dolor de las derrotas y la claustrofobia de las comunidades marcadas. Y es en ese reflejo donde la película se agiganta hasta alcanzar el carácter casi de mito. O tótem.

El director –que confiesa haberse inspirado en el clásico Las zapatillas rojas, de Michael Powell y Emeric Pressburger– desmaterializa (por parafrasear la definición que propone la película) la imagen hasta algo más lejos que el simple paroxismo. Es sueño, es fábula y es ingesta de psicotrópicos. Si en el primero de los tres capítulos (más un epílogo) que estructura la cinta vemos al personaje de Craig bailar Come as you are, de Nirvana, con una falta de sentido del ridículo a la altura de su carencia de escrúpulos, más tarde contemplaremos la disolución literal de su cuerpo en un abrazo de pasión donde la piel se pierde dentro de la propia piel. Alucinante en su sentido más certero. Suena extraño y, en verdad, lo es mucho más. En su muy feliz y descomunal delirio, el protagonista se perderá en el espacio en una toma final digna de un Kubrick más allá del propio Kubrick.

En verdad, el director no se toma jamás del todo en serio. Y eso es bueno. El viaje que propone es tragedia, pero sobre todo es descubrimiento y, en última instancia, liberación. No hay tesis en el sentido político o poético que propuso tiempo atrás Virginia Woolf en ‘Orlando’. Y mucho menos se trata de abrir debate. La propuesta de Guadagnino es hacia el placer, hacia la búsqueda de una conquista por venir en la que no haya más géneros que la completa «descorporización» del género mismo. Y eso mediante un cine que bien podríamos llamar completamente «descorporizado». Hemos llegado.

El equipo de ‘Harvest’.ETTORE FERRARIEFE

Tras la efusividad del italiano, la sección oficial cedió su turno al abigarramiento griego. La directora Athina Rachel Tsangari propone en ‘Harvest’ (según la novela Cosecha de Jim Crace) una suerte de metáfora de la modernidad que también lo es del capitalismo. En la Inglaterra de una edad media imprecisa, un pueblo perdido descubre de repente lo que significa figurar en un mapa. Los mapas son como los relojes. Los primeros señalan el espacio de producción y conquista, y los segundos el tiempo para el trabajo productivo.

Al poblado llega un cartógrafo con alma de artista dispuesto a señalar sobre el papel el lugar de los ríos, de los bosques, del mismo mar y, sobre todo, de los límites de la propiedad. De repente, la vida más o menos equilibrada se desordena para ordenarse el tiempo y el espacio de producción. Acaba de llegar el capitalismo y aparecen asuntos como la discriminación de la mujer, el racismo, la xenofobia y la pobreza. Y no es tanto metáfora como explicación perfectamente gráfica.

La responsable de ‘Attenberg’ insite en sus juegos de significantes cambiado tan queridos de colegas como Yorgos Lanthimos (sí, ella fue productora de los primeros trabajos de él). Pero esta vez con un despliegue de medios a la altura de la ambición. ‘Harvest’ discurre por la pantalla como una serie ininterrumpida de ‘tableaux vivants’ tan deslumbrantes por momentos, como confusos en su preocupante nulidad narrativa. A ratos, sorpende y entusiasma, en otras ocasiones solo despista. Eso sí, siempre ilumina. El pasado, en efecto, es el presente.

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