«Mi nombre es Weegee y soy el mejor fotógrafo del mundo»: la otra cara de la muerte en Nueva York

<p>»Mi nombre es <strong>Weegee</strong>. Soy el mejor fotógrafo del mundo». Estaba convencido de que debía presentarse por todo lo alto, pero en esta certeza de sí mismo había dos sospechas: quizá no era para tanto y tampoco se llamaba Weegee. Su nombre era este otro: Arthur H. Fellig. Y ni siquiera eso es así, porque los padres lo registraron como Usher Fellig. <strong>Nació en la actual Ucrania en 1899</strong>. Llegó en 1909 a Nueva York. En la adolescencia consiguió la primera cámara de fotos y ya no aceptó más misión que retratar lo más extraño. Lo más sórdido. Así se hizo el sitio entre los fotógrafos de Manhattan. Y se confeccionó, eso es verdad, como el más rápido. Weegee es el seudónimo que se asestó a sí mismo, una interpretación fonética de la palabra ouija. Porque <strong>Weegee estaba, como los espíritus, en todas partes</strong>.</p>

Seguir leyendo

 La Fundación Mapfre (Madrid) reúne una serie de imágenes del gran retratista de Nueva York dando sitio de las dos caras de su obra: el crimen y la marginalidad y el lujo de la alta sociedad  

«Mi nombre es Weegee. Soy el mejor fotógrafo del mundo». Estaba convencido de que debía presentarse por todo lo alto, pero en esta certeza de sí mismo había dos sospechas: quizá no era para tanto y tampoco se llamaba Weegee. Su nombre era este otro: Arthur H. Fellig. Y ni siquiera eso es así, porque los padres lo registraron como Usher Fellig. Nació en la actual Ucrania en 1899. Llegó en 1909 a Nueva York. En la adolescencia consiguió la primera cámara de fotos y ya no aceptó más misión que retratar lo más extraño. Lo más sórdido. Así se hizo el sitio entre los fotógrafos de Manhattan. Y se confeccionó, eso es verdad, como el más rápido. Weegee es el seudónimo que se asestó a sí mismo, una interpretación fonética de la palabra ouija. Porque Weegee estaba, como los espíritus, en todas partes.

Aprendió por instinto a ser un fotógrafo de calle, pero de la parte más sórdida de la calle, de los recodos más oscuros, de los territorios peores. Y de los sucesos más fuertes: crímenes, suicidios, accidentes, escenarios de reyertas… Nadie era más rápido que Weegee, capaz de oler la sangre antes de que se derramase, dispuesto a plantar el magnesio de la cámara más cerca de la cara del difunto, del boquete por donde se estaba desangrando.

Sus imágenes eran brutales, de un realismo desgarrado, jamás suavizando la escena. El almíbar lo dejaba para el otro frente de su trabajo: los retratos de la alta sociedad neoyorquina de los años 20 y 30; y 40 y 50, porque Weegee vivió hasta 1968.

Pero es a esa obra suya crudísima a la que la Fundación Mapfre dedica en Madrid la exposición Weegee, autopsia del espectáculo. Abierta del próximo 19 de septiembre al 5 de enero, de la que es comisario Clément Chéroux, director de la Fondation Henri Cartier-Bresson.

En los círculos concéntricos de la policía, los proxenetas, los tahúres, las damas y los caballeros calaveras, los camellos y los conductores de ambulancias, Weegee era un profesional respetadísimo. En 1938 obtuvo la única licencia privada de Nueva York para llevar en el coche una radio portátil de onda corta conectada a la frecuencia de la policía. Y en el maletero del coche se apañó un cuarto oscuro para revelar las fotografías antes que nadie y distribuirla por las redacciones. Vivía en el biplaza y se procuró todo lo que necesitaba para las grandes ocasiones del crimen: botas de goma, abrigo, salami, muchos calcetines, una máquina de escribir, decenas de bombillas para el flash…

Durmiendo en el circo, Madison Square Garden, Nueva York, 28 de junio de 1943Weegee

Trabajaba de noche, claro. Llegaba antes que nadie al cadáver. Cuando la policía llegaba al lugar, Weegee llevaba medio lancero fumado. Las fotografías de Weegee son el mejor testigo de la realidad marginal de Nueva York. Pero también de la cara saturnal y la frivolidad dorada en las fiestas de las familias bien. Testigo de la mugre y del espectáculo. Y entre un escenario y otro no necesitaba hacer descompresión alguna. El ojo de Weegee estaba educado para no parpadear ni por pereza ni por asombro.

La exposición de Mapfre reúne también algunas piezas de esa otra predilección fotográfica: los ricos y sus costumbres. Era un reportero. Exactamente un reportero brutal. Rápido como la sangre. Desconfiado. Invisible cuando era necesario. Sus imágenes aparecían en el Herald Tribune, el Daily News, el Washington Post o The Sun. No tenía rival en su jurisdicción. Donde estaba Weegee sucedía siempre algo que él captaba primero, revelaba primero, lanzaba primero. Y siempre era insólito.

Charles Sodokoff y Arthur Webber se tapan la cara con sus sombreros de copa, Nueva York, 26 de enero de 1942Weegee

Hombre detenido por travestismo, Nueva York, ca. 1939Weegee

El fotógrafo malvado, en Epoca, vol. XIII, nº 636 (2 de diciembre de 1962), pp. 28-29Weegee

La crítica, Nueva York, 22 de noviembre de 1943Weegee Cultura

Recomendación