Mi postre favorito: Un pequeño milagro iraní encantador, profundo y triste (***)

<p>Que lo personal es político es, según se mire, una frase hecha, una proclama para lanzarse a la calle o, dado el caso, uno de esos hallazgos diminutos que todo lo iluminan. Cuando Carol Hanisch escribió su ensayo con precisamente ese título, de repente, algo se hizo evidente. Y ese algo tiene que ver con la imposibilidad radical de separar lo que somos de lo que sufrimos. Mi postre favorito es una película profunda y declaradamente íntima. <strong>Toda ella se resuelve en un encuentro entre dos personas mayores solas que, en un momento dado y quizá por accidente, se reconocen.</strong> Y, sin embargo y en verdad, pocas decisiones tan personales se antojan más políticas. Y no solo porque su decisión de estar juntas se produzca contra todas las convenciones sociales, contra todos los tabúes y a pesar de la prohibición expresa de un régimen político que castiga cualquier disidencia por aparentemente nimia que parezca. También, y de forma evidente, es política por su propia existencia como película.</p>

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 Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha componen un drama sobre la vejez íntimo y personal a la vez que feroz y político  

Que lo personal es político es, según se mire, una frase hecha, una proclama para lanzarse a la calle o, dado el caso, uno de esos hallazgos diminutos que todo lo iluminan. Cuando Carol Hanisch escribió su ensayo con precisamente ese título, de repente, algo se hizo evidente. Y ese algo tiene que ver con la imposibilidad radical de separar lo que somos de lo que sufrimos. Mi postre favorito es una película profunda y declaradamente íntima. Toda ella se resuelve en un encuentro entre dos personas mayores solas que, en un momento dado y quizá por accidente, se reconocen. Y, sin embargo y en verdad, pocas decisiones tan personales se antojan más políticas. Y no solo porque su decisión de estar juntas se produzca contra todas las convenciones sociales, contra todos los tabúes y a pesar de la prohibición expresa de un régimen político que castiga cualquier disidencia por aparentemente nimia que parezca. También, y de forma evidente, es política por su propia existencia como película.

Mi postre favorito, de hecho, estuvo en el festival de Berlín de 2024 después de un largo y tortusoso periplo de copias pasadas de contrabando. El régimen de los ayatolás cumplió su ya cíclica amenaza de prohibir toda producción en la que las mujeres aparecen con la cabeza descubierta sin el hiyab. Todos los ordenadores y discos de almacenamiento fueron confiscados. Solo se salvó del furor cancelador una copia fuera de Irán y, así, la más pulcra e inocente historia de amor se convirtió en todo un gesto si no revolucionario, casi.

La cinta cuenta la vida en soledad de una mujer vieja y viuda en Teherán. En verdad, el personaje al que interpreta Lili Farhadpour de manera algo más que soberbia no está del todo solo. Se divierte con sus amigas, habla por zoom con su hija que vive en Europa y reclama para sí y para todo lo que le rodea el raro privilegio de la independencia. Es decir, hace lo que le da la gana con quien le viene en gana. Cosas de la edad que relaja bastante la etiqueta. Algunas de las escenas más divertidas de la película tienen como protagonista las conversaciones deslenguadas del grupo de amigas que no conocen ni la prevención ni el sentido de la medida. Todo cambiará el día en que nuestra heroína que se cruce con un taxista y éste último acceda a probar el que es su postre favorito de siempre, pero elaborado con manos nuevas.

Los directores Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha inisisten en retratar la voluntad de resistencia cuando ya todo está perdido. Lo hicieron de manera algo más que notable en El perdón. Aquella era la historia de una mujer y su hija contra un error judicial, el que condenada a muerte de manera injusta al marido y padre. Aquel era un drama exhaustivo conmovedor hasta el simple dolor. Pero siempre, desde la certeza de los gestos cotidianos, de los sufrimientos más comunes y a mano.

Mi postre favorito termina por ser un drama tintado de comedia tan encantador como profundo. Y triste. Todo un derroche de cine personal y ferozmente político.

Dirección: Maryam Moghadam, Behtash Sanaeeha. Intérpretes: Lili Farhadpour, Esmaeel Mehrabi, Mohammad Heidari. Duración: 97 minutos. Nacionalidad: Irán.

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