‘No digas nada’: la serie es tan buena como el libro, y eso que el libro es extraordinario

<p>Muchos libros se escriben pensando en sus potenciales adaptaciones audiovisuales. Es lícito e inevitable. ¿Qué autor no quiere cobrar varias veces por el mismo trabajo, ver a sus personajes interpretados por estrellas o <strong>añadir a su curriculum el título de productor ejecutivo</strong>? Cuando finalmente esas películas o series se hacen, los resultados son dispares y a menudo sorprendentes. Hay adaptaciones difíciles que salen bien (<a href=»https://www.elmundo.es/cultura/2024/11/03/6723bedcfdddffc6618b45b4.html»><i>Yo, adicto</i></a><i>, </i><a href=»https://www.elmundo.es/cultura/2022/12/06/6389dd8921efa044428b45bf.html»><i>Fácil</i></a>), traslaciones obvias pero operativas (<a href=»https://www.elmundo.es/cultura/2024/03/03/65e1f312fc6c83ef598b457e.html»><i>Reina roja</i></a><i>, </i><a href=»https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2021/01/23/600ab951fdddff7d6c8b461f.html»><i>Gambito de dama</i></a>) y proyectos desproporcionados y carísimos que a veces funcionan (<i>Juego de tronos</i>) y a veces no (<a href=»https://www.elmundo.es/television/series/2022/01/25/61ec40ede4d4d8895b8b45be.html»><i>Fundación</i></a>). Y luego están los libros que jamás imaginábamos convertidos en series porque quién se quiere meter en ese jardín. Pues bien: de ese jardín salen flores como <i>The Leftovers </i>o <i>No digas nada</i>.</p>

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 La adaptación de la obra maestra de Patrick Radden Keefe, en vez de aspirar a la traslación literal del texto, lo amplifica y complementa  

Muchos libros se escriben pensando en sus potenciales adaptaciones audiovisuales. Es lícito e inevitable. ¿Qué autor no quiere cobrar varias veces por el mismo trabajo, ver a sus personajes interpretados por estrellas o añadir a su curriculum el título de productor ejecutivo? Cuando finalmente esas películas o series se hacen, los resultados son dispares y a menudo sorprendentes. Hay adaptaciones difíciles que salen bien (Yo, adicto, Fácil), traslaciones obvias pero operativas (Reina roja, Gambito de dama) y proyectos desproporcionados y carísimos que a veces funcionan (Juego de tronos) y a veces no (Fundación). Y luego están los libros que jamás imaginábamos convertidos en series porque quién se quiere meter en ese jardín. Pues bien: de ese jardín salen flores como The Leftovers o No digas nada.

Basada en el libro de Patrick Radden Keefe, No digas nada es una inmersión en lo que en Reino Unido se conoce como «The Troubles» («los problemas», ellos siempre tan socarrones) y en el resto del mundo como el IRA desde finales de los 60 hasta casi el siglo XXI. El libro es literariamente ambicioso y temáticamente incómodo. Y largo. Adaptarlo era difícil y a Joshua Zetumer, showrunner, y sus guionistas les ha salido bien. No digas nada, la serie, se independiza del texto original porque adaptar también es eso, pero, como ocurre con La amiga estupenda, quien venga del libro encontrará en la serie una complementariedad interesante. Libro y serie dialogan de manera muy productiva. Algo que, por poner un ejemplo de lo contrario, no ocurre en la reciente Asalto al Banco Central de Netflix. Esta serie de Daniel Calparsoro (director) y Patxi Amezcúa (guionista) se parece al libro de Mar Padilla del mismo título… en nada. A lo que sí se parece es a los últimos trabajos de Calparsoro y Amezcúa. El libro es mejor.

No digas nada, disponible en Disney+, se parece a cualquier serie británica de calidad y de época. No es poca cosa eso. En ella hay actores a los que no terminamos de reconocer, mezclados con estrellas de la televisión británica que aportan la dosis de glamour a la que cualquier serie tiene derecho. Incluso si se trata de una ficción-no-ficción sobre el IRA en la que los buenos y los malos se solapan, se confunden y se equivocan. La historia de Dolours Price (Lola Petticrew de joven, Maxine Peake de adulta), miembro del IRA y esposa del actor Stephen Rhea, vertebra libro y serie. Si no has leído el primero, la segunda te invitará a hacerlo; si en su momento sí leíste No digas nada, su adaptación televisiva no te resultará redundante. Con El imperio del dolor, la otra obra maestra de Patrick Radden Keefe, ocurría lo mismo.

Lo de «el libro es mejor» sigue diciéndose, pero las cosas ahora son más complejas. Leyendo Los destrozos, de Bret Easton Ellis, me divierto con el descaro con el que esta novela pide, casi en cada página, convertirse en serie. Se supone que ya están en ello. Las correcciones y Tan poca vida, los superéxitos literarios de Franzen y Yanagihara, también circulan por el mercado de derechos y guiones, la una intentando (por segunda vez ) ser tele y la otra buscando la manera de engañarnos (por segunda vez) con una pornografía emocional mucho más efectiva sobre el papel que en la pantalla. En No digas nada no hay nada de eso. El libro no es mejor que la serie y eso que el libro es extraordinario. Comparar buenos libros y malas series sí puede hacerse, pero cuando ambos están bien no hay por qué. No digas nada está muy bien.

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