<p>Si <strong>Oasis </strong>únicamente hubiera grabado sus últimos cinco discos, no sólo no rozarían esa Santísima Trinidad del <i>britpop </i>que forman junto a <strong>Pulp </strong>y <strong>Blur </strong>(me niego a incluir a Suede en el panteón) sino que se les recordaría menos que a Ocean Colour Scene. Eso son hechos. También es un hecho que antes crearon dos obras maestras de tal calibre que explican todo lo que estamos viviendo ahora. O casi todo.</p>
Los Gallagher han venido a llevarse nuestro dinero, la música les importa un comino. Han decidido explotar la nostalgia y la moda de presumir en redes de ir a conciertos para hacer caja. ¿Es eso malo?
Si Oasis únicamente hubiera grabado sus últimos cinco discos, no sólo no rozarían esa Santísima Trinidad del britpop que forman junto a Pulp y Blur (me niego a incluir a Suede en el panteón) sino que se les recordaría menos que a Ocean Colour Scene. Eso son hechos. También es un hecho que antes crearon dos obras maestras de tal calibre que explican todo lo que estamos viviendo ahora. O casi todo.
El bombardeo de vídeos de su concierto en Cardiff, el primero en 16 años, confirma tres cosas que se veían venir: los Gallagher se han vendido, suenan como la banda en fase karaoke que son y al público le da exactamente igual. Liam, al menos, conserva la actitud, pero ver a Noel convertido en un abuelete sentimental con aspecto de bibliotecario dice mucha más verdad que la chulería de su hermano. Han venido a llevarse nuestro dinero, la música les importa un comino.
Hay leyendas, véanse Neil Young o Springsteen, que siguen en la carretera con la autenticidad de siempre; otras, como los Rolling Stones, asumen que la gente va a verles más que a escucharles, pero mantienen un nivel impecable, la grandeza es la grandeza; unos pocos (te estoy mirando a ti, Bob Dylan) siguen girando por ellos mismos, porque no saben hacer otra cosa y el público se la repampinfla, disfrutan al convertir un hit en un jeroglífico para joder al que quiera cantar, frustran pero no ceden. Y luego hay una gran mayoría que ha decidido explotar la nostalgia y la moda de ir a conciertos para presumir en redes para hacer caja.
Si el paso de los años ha convertido a grupos absolutamente inanes como La Oreja de Van Gogh en noticia o ha sacado del desván entre grandes titulares a medianías como No Doubt o Linkin Park, ¿cómo no va a aprovecharlo Oasis, si sólo Whatever ya vale más que la discografía entera del 99% de bandas? Y esto nos lleva a otra pregunta, ¿es algo malo?
¡No! ¡Para nada! La música popular no es arte, es vida. Son momentos, recuerdos, amor, dolor y, con un poco de suerte, sexo para cada individuo del planeta. Y ahí no hay niveles, si te ha hecho feliz el Jesus, Etc. de Wilco no eres mejor persona que si te emociona el We will rock you de Queen (bueno, igual un poco sí, pero no estropeemos la tesis de la columna). Si el rock y el pop fueran sólo piezas de cuatro minutos, mejores o peores, su importancia social sería la misma que la de las series y ni dios pagaría cientos de euros por ver dos horas de The Wire por maravillosa que sea. Pero, no, las canciones se incrustan en ti. Son tú. Son todos nosotros.
Los conciertos de Oasis no tienen que ser buenos, sólo tienen que ser. De convertirlos en memorables ya se encarga la gente. No hay nada más hermoso que eso.
Cultura