Paolo Sorrentino: «No soy ni ateo ni creyente. Simplemente estoy esperando a que alguien me diga qué debo ser»

<p>Son las diez de la mañana en el hotel que mira al río Urumea de San Sebastián donde se alojan los visitantes ilustres del festival de cine y <strong>Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970),</strong> convertido ya en uno de sus propios personajes, pide hacer la entrevista asomado a la ventana. Fuera llueve. No es tanto melancolía como ganas de fumar. Y allí, de pie, habla. Habla y fuma. Fuma para fuera y habla para dentro. Por momentos, se diría que está más pendiente de las volutas de humo que expele que de las palabras que dice. En eso también se parece a sus personajes. El día de Navidad estrena en los cines <i>Parthenope</i>, la segunda vez que su cine visita Nápoles. Tras la película autobiográfica ‘Fue la mano de dios’, ahora es el turno para la historia de una mujer que no es nada más que la encarnación antes que solo metáfora de la ciudad acostada a las faldas del Vesubio. Parthenope, recuérdese, es el nombre de la sirena que fue a morir en la playa donde hoy se levanta, en efecto, Nápoles. La película narra la vida del personaje encarnado por Celeste Dalla Porta desde su nacimiento hasta casi el fin, desde los años 50 al último Scudetto ganado por el equipo local. Y Sorrentino fuma.</p>

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 El director italiano, que regresa a su Nápoles natal con ‘Parthenope’, reflexiona sobre la política, la religión, el cine y los cigarros toscanos  

Son las diez de la mañana en el hotel que mira al río Urumea de San Sebastián donde se alojan los visitantes ilustres del festival de cine y Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970), convertido ya en uno de sus propios personajes, pide hacer la entrevista asomado a la ventana. Fuera llueve. No es tanto melancolía como ganas de fumar. Y allí, de pie, habla. Habla y fuma. Fuma para fuera y habla para dentro. Por momentos, se diría que está más pendiente de las volutas de humo que expele que de las palabras que dice. En eso también se parece a sus personajes. El día de Navidad estrena en los cines Parthenope, la segunda vez que su cine visita Nápoles. Tras la película autobiográfica ‘Fue la mano de dios’, ahora es el turno para la historia de una mujer que no es nada más que la encarnación antes que solo metáfora de la ciudad acostada a las faldas del Vesubio. Parthenope, recuérdese, es el nombre de la sirena que fue a morir en la playa donde hoy se levanta, en efecto, Nápoles. La película narra la vida del personaje encarnado por Celeste Dalla Porta desde su nacimiento hasta casi el fin, desde los años 50 al último Scudetto ganado por el equipo local. Y Sorrentino fuma.

¿Sabe que fumar perjudica seriamente a la salud, verdad?
Sí, pero no fumo cigarrillos, fumo cigarros toscanos.
Peor.
No, no inhalo el humo.
En una ocasión comentó que Roma, a la que dedicó La gran belleza, es una ciudad simétrica y Nápoles es su antítesis…
Son tantas las entrevistas que uno no para de decir tonterías. No sé qué decir. Nápoles es, en efecto, una ciudad desordenada, anárquica, que siempre te sale al encuentro. Desde el punto de vista del cineasta, es mucho más complicado trabajar en Nápoles que en Roma.
Y, sin embargo, reincide. Es la segunda vez que convierte a su ciudad en la protagonista absoluta de su cine.
Estéticamente da mucho juego. No soy mucho de complicarme la vida, pero es gratificante cuando te esfuerzas y trabajas más de lo habitual para que las cosas salgan bien.
No hace falta ser muy sagaz para ver cierto paralelismo entre Parthenope y La gran belleza, Nápoles y Roma, una es retratada por una mujer y la otra por un hombre. ¿De cuál de las dos se siente más cerca?
No lo sé realmente. Hay un paralelismo formal entre las dos películas. Las dos son presentadas a través de los ojos de un Caronte que oficia de guía, pero nada más. Son dos visiones distintas y las dos me son muy personales. La gran belleza es una película que busca la belleza en la fealdad y Parthenope busca la belleza en la propia belleza.
¿Lo que define a Nápoles es entonces la belleza?
Sin duda, Nápoles es preciosa.
Pero, además, y como se ve en la película, también es misteriosa, decadente, algo cruel…
Sí, pero eso son otros nombres para la belleza. En la primera parte de la película, Parthenope, el personaje, es esencialmente bella, pero también misteriosa, snob, espontánea, libre… En la segunda parte, ella, como la propia ciudad, entra en lo que Kierkegaard llamaba la edad ética y toma conciencia de sí misma. Es una ciudad que se convierte en observadora de la propia ciudad y deja de estar pendiente únicamente de sí.
¿Habla de su personaje o de usted mismo?
Bueno, no hay forma de distinguir uno del otro. Yo, como muchos napolitanos, amo y odio mi ciudad con la misma fuerza. Como todas las relaciones amorosas, están confeccionadas con grandes dosis de identificación y de distancia. Te acercas para luego huir. Así es como entiendo el amor. Definitivamente, todos mis personajes tienen algo de mí. Jep Gambardella, siendo completamente diferente, también, claro.
Da la impresión de que su cine es profundamente personal y, sin embargo, ha alcanzado una dimensión internacional muy evidente. ¿Cómo explica esa posible contradicción?
En lo que refiere a esta última película, todo el mérito es de Nápoles, de la ciudad, no mío. Nápoles, pese a lo que pueda parecer, siempre ha sido un lugar abierto a Europa, al mundo… Nunca ha sido simplemente una ciudad, ha sido más un lugar en el imaginario de todos los creadores del mundo. Por lo que tiene que ver con el resto de mi filmografía, ni idea. Imagino que es a los demás a los que les toca buscar este tipo de explicaciones. No me hago nunca ese tipo de preguntas.
Paolo Sorrentino en el rodaje de 'Parthenope'.
Paolo Sorrentino en el rodaje de ‘Parthenope’.
¿Cuáles son las preguntas que se hace?
Solo soy capaz de interesarme por los asuntos a muy corto plazo. Me preocupa mucho más el restaurante en el que comeré hoy que cualquier otra cosa como el destino de la humanidad o el sentido de la vida.
Eso es muy Gambardella. Pero imagino que, llegado un momento, aunque solo sea para decidir el argumento de su próxima película, dejará de pensar en la comida…
No soy ambicioso. Mi forma de razonar es muy sencilla. Por ejemplo, mis dos últimas películas han sido rodadas en Italia, eso hará que probablemente mi próxima película sea en el extranjero. Empieza a tener ganas de viajar. Ese es el tipo de razones que manejo y ésas son las cosas que me preocupan.
Volvamos a Parthenope. ¿Es la primera vez que hace una película desde la perspectiva de una mujer? ¿Hay motivos para esa opción? ¿Cómo cambia mirar a través de los ojos de una mujer?
Entiendo que esa es una pregunta muy actual. Pero tampoco tengo una respuesta. La única perspectiva que entiendo y practico es la mía. Y siempre he intentado que mi acercamiento tanto a los personajes masculinos como femeninos sea exactamente igual, intento construirlos con sus defectos, sus virtudes y sus inseguridades. No me plateo puntos de vista ideológicos simplemente porque estén de actualidad.
¿Cree que la llamada perspectiva de género sea un simple argumento de moda? ¿No cree que es más bien el síntoma de una revolución en marcha?
Digamos que, aunque sea una mujer la protagonista, el punto de vista es el mío. No tengo miedo a ofrecer una mirada masculina, porque simplemente soy un hombre. Sí, lo sé estoy muy anticuado, pero creo que el cine es un juego y el juego consiste en ofrecer una mirada diferente sobre algo diferente. No creo que tenga ni pueda ser otra cosa. En Parthenope, es la mirada de una mujer sobre su vida, sobre el tiempo que ha pasado sobre ella, sobre el hecho de que en el pasado fue una niña, luego una mujer adulta y, por último, una anciana. Es la mirada de una mujer, no de un género. Y eso afecta a todos, a cada hombre y a cada mujer independiente incluso de la vida que haya tenido, haya sido su vida increíble o completamente vulgar.
¿Por qué le interesa tanto la religión?
Me provoca una gran curiosidad. No deja de sorprenderme ese sueño recurrente por buscar explicaciones fuera del mundo. Me sorprende y me encanta explorarlo.
En alguna ocasión se definió como ateo…
No necesariamente. No soy ni ateo ni creyente. Simplemente estoy esperando a que alguien me diga qué debo ser; alguien creíble y con argumentos que valgan la pena. Cuando era niño fui a un colegio de curas. Crecí con sacerdotes y los conozco bien. Son parte de mi vida y el misterio que rodea sus vida me generó siempre mucha curiosidad. Por otro lado, la religión, sobre todo la católica, tiene una dimensión espectacular muy seductora. Y, mirado de cerca, todo los elementos de la liturgia de la Iglesia tienen que ver mucho con el cine. Es muy interesante. Hay toda una dimensión de lo sagrado y de lo profano que continuamente van juntos como si fueran vasos comunicantes que se vacían y se llenan. Esa paradoja es tremendamente atractiva.
¿Fue de niño, con los curas, cuando empezó a interesarse entonces por el cine?
Llegué al cine en medio de una depresión juvenil tendría unos 18 años… Me marcó ‘Cinema Paradiso’. La vi entonces y pensé: «Esto es lo que quiero hacer». Todo en la película de Tornatore me parecía que funcionaba de maravilla, la música, los actores, los sentimientos… Recuerdo que pensé, tengo que dejar de estar tirado en el sofá y hacer lo posible por pasar al otro lado. Ni siquiera pensé que podría hacer la primera película y cuando la hice, estaba convencido de que sería la última…
Cine, religión… nos falta el fútbol, la última de las constantes de Sorrentino…
En realidad, el fútbol en mi vida va y viene. Hay años que los paso obsesionado con él y años en los que no le presto ninguna atención. Soy un hincha muy infiel. Solo me interesa el Nápoles cuando va bien. Si no, no…
Siempre el Nápoles.
Sí claro.
¿Es el fútbol un hecho religioso quizá?
El fútbol, la Iglesia, el cine… están todos relacionados. Todos ellos son formas de entretenimiento. El partido de fútbol es una película en la que no sabes el final, no sabes el resultado. Y eso es, más o menos, la vida. No sabes muy bien el resultado, aunque el final siempre sea el mismo. Es aquí donde entra la religión.
Es el momento de hablar de política, de la política italiana.
¿Es necesario? Realmente no me gusta hablar de política.
Pero ha hecho una película sobre Andreotti y otra sobre Berlusconi. Para no interesarle, le ha dedicado mucho tiempo…
Pero de eso hace ya cinco o seis años. El problema es que los políticos de antes tenían para bien o para mal una dimensión épica, un carisma, de los que carecen los políticos de hoy. Andreotti o Berlusconi no tienen nada que ver con la insignificancia de lo que vemos en la actualidad. Desde un punto de vista dramático, la política de hoy está completamente vacía. Digamos que sigo la política como un ciudadano normal y mis opiniones sobre el asunto son tan significativas como las que un ciudadano normal.
Y como ciudadano normal, ¿qué siente al ver lo que ocurre: preocupación, aburrimiento, esperanza…?
Preocupación. Veo la política como una carrera de esquí, siempre hacia abajo… Creo que se me ha apagado el cigarro.

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