‘Por donde pasa el silencio’: el debut español del año tiene uñas, duele y araña las retinas (****)

<p>Cuando Heidegger, filósofo y alemán (que no sevillano), hablaba de silencio poético se refería al que se produce en la poesía cuando el poeta con su escritura «trae a presencia» aquello de lo que nos habla el poema «sin nombrarlo». Ese mutismo tan cerca de la revelación, digámoslo así, es lo más cerca que el ser humano puede estar de lo genuino, de lo que importa, del ser mismo. <strong>»El pensamiento original y la poesía son esencialmente vecinos, porque su patria común es el decir silencioso del ser»</strong>, añadía Heidegger por aquello de sumar duda a la propia duda. Suena complicado, quizá tremendo, y en verdad es solo silencio.</p>

Seguir leyendo

 Sandra Romero completa un agrio, luminoso y vibrante viaje al fondo de la identidad, de las heridas de la familia y del imposible empeño de volver  

Cuando Heidegger, filósofo y alemán (que no sevillano), hablaba de silencio poético se refería al que se produce en la poesía cuando el poeta con su escritura «trae a presencia» aquello de lo que nos habla el poema «sin nombrarlo». Ese mutismo tan cerca de la revelación, digámoslo así, es lo más cerca que el ser humano puede estar de lo genuino, de lo que importa, del ser mismo. «El pensamiento original y la poesía son esencialmente vecinos, porque su patria común es el decir silencioso del ser», añadía Heidegger por aquello de sumar duda a la propia duda. Suena complicado, quizá tremendo, y en verdad es solo silencio.

Sandra Romero no es exactamente una cineasta ‘heideggeriana‘, pero bien podría serlo. Aunque sea sin querer; aunque se lo calle. El título de su debut a la dirección, ‘Por donde pasa el silencio’, no hace tanto referencia al pensador de ‘Ser y tiempo‘ como a esa procesión de dolor que, un jueves cada año, la tradición y el tormento a un hombre machadianamente bueno se escenifica en su Écija natal. El suyo es más un silencio de respeto y de devoción, pero también, y a su manera, de descubrimiento y de abismo. Lo que no se puede aún nombrar, ni ver incluso, vive en la antesala de un silencio esforzado y algo doloroso, pero también iluminado y feliz.

La película, desde ya el más brillante debut cinematográfico del año, cuenta la historia de un reencuentro. El hermano (Antonio Araque), que se fue a la ciudad huyendo de todo aquello que hace que un pueblo sea un lugar del que huir, regresa. Allí sigue el hermano (Javier Araque) que se quedó por todo aquello que hace que un pueblo sea el mejor refugio ante el miedo. Son mellizos. Casi idénticos. Por momentos, se diría que podrían ser la misma persona. Y, sin embargo, nada les une que no sean todos y cada uno de sus resentimientos, de sus derrotas, de sus temores y de sus culpas incluso. El segundo de los hermanos, el que se escondió de sí mismo en el lugar que le vio nacer, está gravemente enfermo. Y, por ello y por todo lo que le rodea, sufre. El otro mira y en su mirar silencioso, siempre en silencio, se duele.

Con esta historia que antes fue un cortometraje completamente distinto, Romero compone un drama familiar levantado enteramente sobre todo aquello que se calla, sobre el eco del mismo silencio, decíamos. Era Godard, siempre él, el que decía que una cosa es lo que se ve y otra lo que está. Y la directora demuestra una maestría desusada y completamente nueva para tallar con la cámara todos y cada uno de esos mutismos significativos y escandalosamente ruidosos que acercan la narración a todo aquello que importa; que «traen a presencia», que diría el filósofo, aquello que aún no tiene nombre.

Se podría decir que toda la cinta discurre enteramente por los huecos y vacíos que abre la cámara a medida que avanza, como si se tratase del negativo de la historia verdadera. Lo que importa de la historia de Antonio es todo aquello que él ve reflejado en la desventura de su hermano. Y eso le da sentido y le hace dolerse en lo más profundo de su culpa. Y lo que importa de la historia de Javier son todas las esperanzas buscadas por Antonio tan lejos de él. Y eso le ahoga. Se queda sin aire porque le puede la enfermedad y le puede el no poder ser nunca todo a lo que aspira su hermano.

Romero se abisma en una gramática de espejos donde la ficción y la realidad no solo se confunden sino se dicen una a otra; se arañan a fuerza de acariciarse. Toda la película vive empeñada en señalar cada uno de sus límites, es sentirse siempre diferente, siempre otra y siempre a punto de nombrarse sin llegar a hacerlo del todo. ‘Por donde pasa el silencio’ se sabe dolida y feliz en el umbral de ese silencio que, en efecto y como el viento, pasa por donde quiere. El decir silencioso del ser, que decía el poeta.

Dirección: Sandra Romero. Intérpretes: Antonio Araque, Mona Martínez, Javier Araque, María Araque, Nicolás Montoya. Duración: 98 minutos. Nacionalidad: España.

 Cultura

Recomendación