<p>En un momento de <i>Desconocidos</i>, la película de fantasmas de Andrew Haigh, los personajes hablan entre ellos sobre la conveniencia de utilizar la palabra <strong>gay o queer.</strong> No discuten, pero casi. Parece una cuestión generacional y como tal es tratada en el guion. En <i>Queer</i>, la cinta de <strong>Luca Guadagnino, </strong>hay pocas opciones para el debate, porque, en su ideario, aspira a trascenderlo. Se trata de ir más allá, de «descorporizarse», en la expresión utilizada por el protagonista. Como si cualquier amago de definición significara por fuerza un límite, una esclavitud o una orden, la idea es abandonar las categorías por fuerza impuestas y colocarse del otro lado. Como mantiene con pasión Paul B. Preciado tal vez «masculino y femenino son, en última instancia, ficciones, ficciones políticas y sociales».</p>
El director italiano continúa su exploración a tumba abierta de la sexualidad y la libertad de la mano de una deslumbrante, magnética y abstracta adaptación de William S. Burroughs
En un momento de Desconocidos, la película de fantasmas de Andrew Haigh, los personajes hablan entre ellos sobre la conveniencia de utilizar la palabra gay o queer. No discuten, pero casi. Parece una cuestión generacional y como tal es tratada en el guion. En Queer, la cinta de Luca Guadagnino, hay pocas opciones para el debate, porque, en su ideario, aspira a trascenderlo. Se trata de ir más allá, de «descorporizarse», en la expresión utilizada por el protagonista. Como si cualquier amago de definición significara por fuerza un límite, una esclavitud o una orden, la idea es abandonar las categorías por fuerza impuestas y colocarse del otro lado. Como mantiene con pasión Paul B. Preciado tal vez «masculino y femenino son, en última instancia, ficciones, ficciones políticas y sociales».
Digamos que, más allá del debate coyuntural, ésas son las coordenadas en las que se mueve la prodigiosa, además de feroz, adaptación de la novela semiautobiográfica de William S. Burroughs Queer que propone el italiano con una libertad, exuberancia y sentido del exceso realmente admirables. La película, para situarnos, narra la historia de un expatriado estadounidense de unos 50 años en Ciudad de México. Vive solo, se lame sus heridas solo, bebe (mucho) solo y se pincha heroína solo. Y así hasta que un día encuentre a un joven estudiante recién llegado a la ciudad. Entonces, sentirá que vuelve a sentir. Y por ese sentimiento será capaz de todo: desde la humillación pública a la búsqueda desesperada en mitad de la selva de la droga (ayahuasca o yagé, para señas) que le haga, en efecto, «descorporizarse» si es preciso. El protagonista es gay. O queer.
Que Daniel Craig, antes conocido como James Bond, sea el protagonista es muchas cosas además de una muy brillante elección. Lo que no es, desde luego, es una casualidad. La imagen de Craig asociada al más evidente de los hombres con licencia para ser muy heterosexual juega a favor tanto del personaje como del propio actor. Los dos, la ficción y lo otro, son desarmados con una contundencia tan frontal como exquisita. El sexo que se ve es sexo con todas las consecuencias. Sin vergüenza ni atajos. Es sexo homosexual primero, pero, luego, mucho más: es sexo plenamente queer, plenamente Burroughs, plenamente pleno.
El director –que confiesa haberse inspirado en el clásico Las zapatillas rojas, de Michael Powell y Emeric Pressburger– desmaterializa (o descorporiza, por seguir con el argumento) la imagen hasta algo más lejos que el simple paroxismo. Estamos ante un relato turbio, artificioso y terriblemente oscuro (aunque divertido a la vez) sobre, en buena medida, la decrepitud, el dolor, la derrota y la claustrofobia de las comunidades marcadas. Es sueño, es fábula y es ingesta de psicotrópicos. Si en el primero de los tres capítulos (más un epílogo) que estructura la cinta vemos al personaje de Craig bailar Come as you are, de Nirvana, con una falta de sentido del ridículo a la altura de su carencia de escrúpulos, más tarde contemplaremos la disolución literal de su cuerpo en un abrazo de pasión donde la piel se pierde dentro de la propia piel. Alucinante en su sentido más certero. Suena extraño y, en verdad, lo es mucho más. En su muy feliz y descomunal delirio, el protagonista se perderá incluso en el espacio en un exceso digno de un Kubrick más allá del propio Kubrick.
El viaje que propone el director de Call me by your name es tragedia, pero sobre todo es descubrimiento y, en última instancia, liberación. No hay tesis en el sentido político o poético que propuso tiempo atrás Virginia Woolf en Orlando. La propuesta de Guadagnino es hacia el placer, hacia la búsqueda de una conquista por venir en la que no haya más géneros que la completa descorporización del género mismo. Y eso mediante un cine que bien podríamos llamar completamente descorporizado. Hemos llegado.
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Director: Luca Guadagnino. Intérpretes: Daniel Craig, Drew Starkey, Jason Schwartzman, Henry Zaga, Omar Apollo. Duración: 135 minutos. Nacionalidad: Italia.
Cultura