<p>Era Godard el que decía (entre otras tantas cosas, todas muy citables) que no es lo mismo lo que se ve que lo que está. En <i><strong>Querer</strong></i>, por ejemplo, se habla de maltrato, de abuso, de violencia, de humillación y de miedo; de un miedo que todo lo puede, todo lo atraviesa y, en efecto, todo lo marchita. Es un pánico que recorre la médula del espectador cada segundo de los 212 minutos distribuidos en cuatro episodios con los que <strong>Alauda Ruiz de Azúa (la directora de </strong><i><strong>Cinco lobitos</strong></i><strong>) se confirma como una de las cineastas de referencia de su generación.</strong> Monumental. ¿Y qué decir de su protagonista <strong>Nagore Aranburu</strong>? ¿Pero hubo alguna vez una actriz mejor? Probablemente, sí, pero se te olvida cuando ella está delante.</p>
Alauda Ruiz de Azúa radiografía con una precisión milimétrica la más oculta de las violencias machistas en una producción modélica que, desde ya, es uno de los milagros del año
Era Godard el que decía (entre otras tantas cosas, todas muy citables) que no es lo mismo lo que se ve que lo que está. En Querer, por ejemplo, se habla de maltrato, de abuso, de violencia, de humillación y de miedo; de un miedo que todo lo puede, todo lo atraviesa y, en efecto, todo lo marchita. Es un pánico que recorre la médula del espectador cada segundo de los 212 minutos distribuidos en cuatro episodios con los que Alauda Ruiz de Azúa (la directora de Cinco lobitos) se confirma como una de las cineastas de referencia de su generación. Monumental. ¿Y qué decir de su protagonista Nagore Aranburu? ¿Pero hubo alguna vez una actriz mejor? Probablemente, sí, pero se te olvida cuando ella está delante.
Decíamos que la serie habla de todo eso que mencionamos con mucho énfasis y estrépito arriba y todo eso es lo que está (y de qué manera). Pero, y no es fácil darse cuenta, nada de eso se ve. O, mejor, se ve, sí, pero por dentro. La serie discurre por la pantalla con ánimo procesal, con un aspecto de norte helado (casi glacial) donde los personajes callan lo que, en verdad, dicen y enseñan lo que con tanto cuidado y vergüenza ocultan. Todo avanza, por decirlo como aconsejan los manuales de cine, fuera de campo, al otro lado de la pantalla o, si se prefiere, en la imaginación de un espectador por fuerza petrificado. Y ahí, el mérito y el entusiasmo. Todo duele tanto y es tan relevante que no queda otra que verlo enteramente sin que las simples imágenes molesten.
Y, en verdad, lo anterior está lejos de ser un capricho o un ejercicio de virtuosismo; atiende a la lógica interna de lo que se habla. En efecto, hablamos de los maltratos dentro de la pareja, dentro de la familia. Se cuenta la historia de una mujer de clase alta (Aranburu) que después de 30 años de matrimonio decide abandonar su casa (el domicilio conyugal, que dice la publicidad institucional) y, acto seguido, denuncia a su marido (Pedro Casablanc) por violación continuada. Los hijos (Miguel Bernardeau e Iván Pellicer), ya mayores, no entienden nada. O quizá lo entienden perfectamente pero preferirían no hacerlo.
«La violencia de la que se habla», dice la directora, «ocurre en la intimidad de un dormitorio y oculta tras la fachada opaca de un matrimonio. Por eso, desde el principio, decidimos que no íbamos a usar flashbacks ni a mostrar ninguna agresión. El espectador no puede tener certezas del mismo modo que no la tienen los jueces«. Y añade para no crear ni malentendidos ni, peor aún, equidistancias: «Todo esto sobre la base de que hay algo incuestionable, y es que se ejerce una violencia sexual sistémica y estructural contra las mujeres. Eso nunca debe olvidarse».
La serie arranca con un ligero aire de thriller. Ella planea irse cuando él está de viaje. Pero, de repente, un cambio de programa y ahí que aparece el marido en casa. Viene con hambre. Pide un filete. La maleta está en la puerta. La secuencia tensa la cuerda como lo haría un violinista haciendo girar las clavijas para dar con la nota correcta. Y ahí se queda toda la serie. Veremos el desconcierto de un hijo que no entiende y la cercanía de otro que ata cabos. Veremos la ira de un padre que ni siquiera era consciente de que lo que considera un derecho. Veremos una mujer que huye y que se pierde en la huida. Pero lo que está, decíamos, es otra cosa: es miedo, luego es esperanza y es, otra vez, más miedo.
Nagore Aranburu en un momento de la serie ‘Querer’, de Alauda Ruiz de Azúa.
«La clave quizá», continúa didáctica Ruiz de Azúa, «es que nos cuesta demasiado ponernos en el lugar de las víctimas. Tendemos a juzgarlas desde nuestro bienestar emocional y nuestro sitio seguro, sin tener en cuenta que su comportamiento y sus decisiones en muchos casos están condicionados por años de malos tratos». Pausa. «Nos preguntamos cosas como: ¿cómo es posible que sucediera, si todo parecía normal? O dudamos de ella: ¿Por qué tardó ella tanto en denunciar? Por eso pusimos todo el esfuerzo en que se entendiera cómo se construye esa violencia; cómo, en el seno de una pareja que en algún momento se quisieron y tuvieron relaciones consensuadas, se llegó a una violencia que muchas veces es muy difícil de identificar». Pausa un poco más larga. «Y lo más complicado es que se comprenda lo difícil que puede ser para la víctima hablar». Lo que se habla y lo que se calla, de nuevo.
Y en el centro de todo: el consentimiento, que, al fin y al cabo, no solo es el gran tema de nuestros días, sino que es un tema y, a la vez, un no-tema por lo que tiene de tabú. «Es muy difícil asumir que esa persona con la que has hecho una vida, has tenido hijos y que te decía que te quería, de repente sea tu agresor. El agresor no es el encapuchado de la calle, sino la persona con la que has dormido toda la vida», reflexiona Ruiz de Azúa a la vez que explica y se explica a sí misma porque da tanta guerra (sobre todo, cultural) el término de marras: «Más allá de las instrumentalizaciones políticas, es importante tener en cuenta que el consentimiento tiene que ver con lo privado, y con el sexo, y ése es un asunto del que nos incomoda hablar. La tendencia es pensar que lo íntimo no es político, pero sí lo es, y mucho. Hay mucho miedo a revisar quién eres si detentas una posición de poder porque puedes perderlo. Pero hay que hacerlo y hay que contar, como se está empezando a hacer ahora, la sexualidad de la mujer».
‘Querer’ se llama así porque parte de la pregunta más básica de todas. ¿Qué significa querer bien? ¿Dónde colocamos nuestros deseos y dónde los de la persona que deseamos y nos desea? ‘Querer’, en verdad, no trata de maltratos. Querer trata de amor. Eso es lo que está. Hemos llegado. Tan sencillo, tan de verdad.
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