‘Querer’: una radical proeza que confirma la nueva era de las series españolas

<p>Algo de música habrá en <i><strong>Querer</strong></i>, pero yo no la he escuchado. También hay un par de estrellas (Pedro Casablanc y Miguel Bernardeau), pero yo no las he visto. Porque estaba dejándome llevar por la perfecta partitura-guion de Júlia de Paz, Eduard Solà y Alauda Ruiz de Azúa y gozando de las interpretaciones de Casablanc y Bernardeau. Pero sobre todo de la de <strong>Nagore Aranburu</strong>. A esta actriz superdotada la hemos visto últimamente en <i>Cristóbal Balenciaga </i>y <i>Patria</i>. También en las fascinantes <i>Ane </i>y <i>Loreak</i>. Con <i>Querer </i>pasa a la categoría de peso pesado. <strong>Su trabajo en esta serie de Movistar+ es arriesgado</strong>, contundente y sutil. Como la serie misma.<br><br><i>Querer </i>empieza fuerte: Miren, una mujer de mediana edad pero todavía joven, huye de su casa y <strong>denuncia a su marido, Íñigo (Pedro Casablanc), por décadas de violaciones domésticas</strong>. En ese momento, tanto los hijos del matrimonio (Iván Pellicer y Miguel Bernardeau) como los espectadores viven entre la epifanía, la tragedia y la desorientación. ¿Ahora, mamá? ¿Por qué ahora?<br><br>Pues porque si no es ahora, cuándo. Y si ese cuándo es nunca, qué vida habré vivido. Con su decisión, Miren se desclasa y se aísla en un lugar como Bilbao, suficientemente grande como para ser una ciudad y suficientemente pequeño para que pueda aplicarse eso de «pueblo pequeño, infierno grande». El infierno de Miren es relativo. Materialmente, su vida se despeña; vitalmente renace. O al menos lo intenta.</p>

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 Nagore Aranburu brilla en el nuevo estreno de Movistar, una trama profunda, sutil y nada maniquea.  

Algo de música habrá en Querer, pero yo no la he escuchado. También hay un par de estrellas (Pedro Casablanc y Miguel Bernardeau), pero yo no las he visto. Porque estaba dejándome llevar por la perfecta partitura-guion de Júlia de Paz, Eduard Solà y Alauda Ruiz de Azúa y gozando de las interpretaciones de Casablanc y Bernardeau. Pero sobre todo de la de Nagore Aranburu. A esta actriz superdotada la hemos visto últimamente en Cristóbal Balenciaga y Patria. También en las fascinantes Ane y Loreak. Con Querer pasa a la categoría de peso pesado. Su trabajo en esta serie de Movistar+ es arriesgado, contundente y sutil. Como la serie misma.

Querer empieza fuerte: Miren, una mujer de mediana edad pero todavía joven, huye de su casa y denuncia a su marido, Íñigo (Pedro Casablanc), por décadas de violaciones domésticas. En ese momento, tanto los hijos del matrimonio (Iván Pellicer y Miguel Bernardeau) como los espectadores viven entre la epifanía, la tragedia y la desorientación. ¿Ahora, mamá? ¿Por qué ahora?

Pues porque si no es ahora, cuándo. Y si ese cuándo es nunca, qué vida habré vivido. Con su decisión, Miren se desclasa y se aísla en un lugar como Bilbao, suficientemente grande como para ser una ciudad y suficientemente pequeño para que pueda aplicarse eso de «pueblo pequeño, infierno grande». El infierno de Miren es relativo. Materialmente, su vida se despeña; vitalmente renace. O al menos lo intenta.

Ella era una ama de casa burguesa: buen piso, casa en la playa, hijos criados. Sin embargo, tras aquella aparente calma había una tensión tan insoportable como, paradójicamente (o no) soportable durante años. ¿Y si querer fuese acostumbrarse, aguantar, resignarse, asumir que la vida era esto? Íñigo quizá lo vea así. O, peor aún, a lo mejor ni siquiera lo ve.

Enfrentado a la denuncia de Miren, Íñigo descubre (bueno, realmente él no, lo descubrimos nosotros) que carece de margen de maniobra, de herramientas de cambio, de manual, de valores que tengan cabida en un siglo XXI en el que lo de «sólo es sí es sí» es, como mínimo (un mínimo muy mínimo) un debate necesario. Querer lo plantea de forma directa y nada maniquea. Quieres a Miren y desprecias a Íñigo, pero comprendes los mecanismos de ambos.

También los de sus hijos, los de sus amigos, los de los abogados e incluso los del sistema que, en el último de los cuatro episodios, se pronuncia. Sin musiquitas que manipulen al espectador. Sin estrellas que intenten secuestrar la serie en su beneficio. Querer es, como su protagonista, discreta y fuerte.

Las series españolas están en un momento muy dulce. Cuando todavía no se ha cumplido ni una década de nuestras primeras grandes series de plataforma, el modelo, al menos narrativo, se ha consolidado. Que es lo mismo que decir que el modelo anterior se ha desintegrado, dando lugar a infinitas posibilidades y series muy diversas. Apenas siete años separan la primera temporada de La Peste de series como Celeste, Los años nuevos, En fin, Yo, adicto y Querer, ficciones a las que jamás podría acusárseles de ser impersonales e intercambiables, adjetivos con los que yo mismo sazonaba mis artículos sobre series cuando empecé a publicarlos. Querer es una sobria y radical proeza. En su potencia dramática, en su valentía temática y en la maestría de su apuesta visual. El pulso de Alauda Ruiz de Azúa como directora está ahí, pero ni impone ni se impone. La estrella es, en este caso, es la historia y sus personajes. La estrella es la serie. Incluso más que Nagore Aranburu, que ya es decir.

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