Robert Guédiguian: «La extrema derecha no existe, existe la derecha que cuando las cosas se vuelven complicadas para ellos se convierte en extrema derecha»

<p>En la ópera de Rossini <i>La Pie voleuse</i> (en italiano <i>La gazza ladra)</i>, la que al final se descubre como una ladrona no es la desvalida Ninetta sino, como saben, una urraca metomentodo, como son ellas. Todo no es más que un error de apreciación del juez que, una vez más o como siempre, apunta al pobre. En <i>La Pie voleuse</i> de Robert Guédiguian, traducida al español como <i>Mi querida ladrona,</i> la que se hace con los bienes ajenos es una anciana y sus robos diminutos no tienen por cometido darse lujo alguno (luego el propio Guédiguian debatirá sobre lo que es y no es suntuosidad) sino reclamar el derecho de su talentosa nieta a tocar el piano. Y hacerlo bien, con un profesor y un instrumento, los dos de verdad. Y eso es caro. </p>

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 El director francés estrena Mi querida ladrona y reflexiona sobre lo que siempre ha reflexionado su cine: el capitalismo como enfermedad… perfectamente curable  

En la ópera de Rossini La Pie voleuse (en italiano La gazza ladra), la que al final se descubre como una ladrona no es la desvalida Ninetta sino, como saben, una urraca metomentodo, como son ellas. Todo no es más que un error de apreciación del juez que, una vez más o como siempre, apunta al pobre. En La Pie voleuse de Robert Guédiguian, traducida al español como Mi querida ladrona, la que se hace con los bienes ajenos es una anciana y sus robos diminutos no tienen por cometido darse lujo alguno (luego el propio Guédiguian debatirá sobre lo que es y no es suntuosidad) sino reclamar el derecho de su talentosa nieta a tocar el piano. Y hacerlo bien, con un profesor y un instrumento, los dos de verdad. Y eso es caro.

«Siempre he creído», comenta el director francés de origen armenio, «que hay una dignidad en el robo. Por lo menos en cierto tipo. Es fácil entender que Robin Hood hacía lo correcto. Y eso es fácilmente trasladable a otros ámbitos de la vida. Hay una relación de ámbito moral entre el robo y la revuelta. Robar a los ricos es un deber moral, porque ellos descienden de ladrones; ellos lo hicieron antes y luego se procuraron las leyes para que robar fuera delito grave».

Digamos que Robert Guédiguian es de todos los directores franceses (y ya no digamos nada de todos los directores galos con antecedentes armenios), el más parecido a sí mismo. En su ideario hecho explícito en una veintena larga de películas, además de contar con un elenco estable compuesto de manera inmutable por actores como Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meylan, además de utilizar habitualmente (que no siempre) Marsella como escenario, y, además de insistir (esto sí siempre) en cada una de las grietas del capitalismo, además de todo, Guédiguian está convencido de que la historia no transcurre en los parlamentos, ni en los palacios de los reyes, ni en las asambleas. «Creo que la historia sucede en las habitaciones de los niños, en las cocinas, en los salones donde vive la gente», declara solemne exactamente igual que lo hacía uno de sus personajes de una de sus películas primerizas.

Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin en un momento de Mi querida ladrona.
Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin en un momento de Mi querida ladrona.MUNDO

Mi querida ladrona es el ejemplo más extremo de todos. Como si se tratara de una evolución natural, producto de algo tan a mano como el tiempo, la edad o la vejez (como se quiera llamar), ahora el trazo se suaviza, el gesto se atempera hasta casi lo ridículo y, del contraste entre la dureza de lo narrado y el lirismo naif de las formas, surge una película tan distinta, única y peculiar que se diría exageradamente de Guédiguian. Pero de otro modo. «Entiendo mi trabajo como si se tratara de una compañía de teatro en el que los temas, los argumentos y los modos cambian según cambiamos nosotros, los miembros del equipo. Es una cuestión bastante orgánica. Elegimos hacer una tragedia, una comedia o un melodrama, en función de nuestro estado de ánimo. Además, la propia ciudad de Marsella es ella misma una sala de teatro con escenarios únicos y completamente diferentes entre sí. Desde hace siglos en Marsella hay gente de todo el mundo, siempre ha sido una ciudad abierta a la emigración y eso la hace diferente y completamente humana. Porque la inmigración es el acto mismo de la humanidad. La humanidad camina. La humanidad no se planta; no somos árboles, somos hombres. Marsella si me apuras es impura y, de hecho, solo me gusta la gente impura de origen, claro. Solo me gusta la gente con ideas mixtas. Un ejemplo: la mejor pizza de Marsella la hacen gente que viene de las islas Comoras».

Todo lo que dice no parece estar en sintonía con la ola reaccionaria que se extiende por todo el mundo…
Quizá tendría que pensarlo un poco, pero creo que no hay nada que deteste más que el nacionalismo, si es a lo que se refiere. Soy francés, pero también soy armenio y alemán y europeo… Y quizá por todo ello tenga algo de cristiano. Y he leído a Marx y a Brecht…
¿No le preocupa el ascenso de la extrema derecha?
Vivimos un momento terrible y es producto del miedo. El capitalismo vive del miedo; del miedo a la inmigración, del miedo al calentamiento global, del miedo a no tener dinero para echar a los inmigrantes. Es un miedo cerval a perder el poder. De ahí el endurecimiento de las posturas. Pero hay que tener en cuenta que la extrema derecha no existe, existe la derecha que cuando las cosas se vuelven complicadas para ellos se convierte en extrema derecha.

Mi querida ladrona discute y plantea todo lo anterior, pero sin renunciar a las cuestiones de detalle. Es decir, si admitimos la legitimidad de cierto robo, ¿hasta cuánto y a quién exactamente más allá del genérico «los ricos»? «Esa es una cuestión importante y que va ligada con debates sociales tan actuales como, por ejemplo, el salario mínimo. A mí modo ver, el planteamiento es erróneo. Se habla de la cantidad justa a recibir para vivir, pero la vida se mide en calorías. Cuántas necesitas para mantenerte en pie. Y eso no es cierto. Cualquiera que admita que vivir bien consiste en comer bien, en leer buenos libros, en habitar sitios agradables, en ir al cine… El salario mínimo debería contemplar todo esto. Es decir, el salario mínimo del que se habla tanto se calcula erróneamente por las calorías que aporta, pero ¿no debería incluir las entradas del cine, los libros, las vacaciones…?», dice.

Y sigue: «Cuando hablamos de la distribución de la riqueza cometemos el mismo error. Nos quedamos en la distribución de proteínas, frutas, carne y verduras. Y techo y ropa, por supuesto. Pero olvidamos que tenemos derecho a la distribución del estado intelectual de una sociedad, a la distribución cultural de la ciencia, el saber, el arte, el deporte…». Y ahí, de momento, lo deja. Para Guédiguian, y volvemos a lo de arriba, lo que algunos llaman lujos son objetos de primera necesidad. Y es complicado llevarle la contraria.

En cualquier caso, y pese a la claridad de su argumentación, su película no evita un cierto deje pesimista pese a todo…
Lo que observo y me empuja a ser pesimista es que la base no funciona. Hay un momento en la película que un personaje dice: «Debería haberles pedido el dinero y me lo habrían dado». Ya no nos atrevemos a pedir siquiera ayuda al que es como nosotros. Los partidos políticos son necesarios y la democracia representativa es lo único que funciona, pero antes tiene que haber un sentido de comunidad, que es lo que se está perdiendo, me temo… Porque la historia transcurre en las habitaciones de los niños, en las cocinas, en los salones donde vive la gente.

Guédiguian, idéntico a sí mismo.

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