<p>Siempre hay algo turbador en ese extraño y nunca explicado del todo ejercicio del <i>remake</i>. La excusa más común es la actualización. Se copia una obra del pasado para adaptarla a los códigos del presente. Donde antes había cartas escritas con pluma de ganso, ahora salen móviles con wasup. Pero, en realidad, como disculpa es mala. <strong>El sentido y gracia de los textos eternos no es tanto el de la lectura como el de la relectura.</strong> Y, por ello, el único <i>remake</i> con sentido es el que intentó el personaje de Borges Pierre Menard del <i>Quijote</i> y que, básicamente, y sin entrar en detalles, consistió es reescribirlo desde su más íntima necesidad punto por punto sin alterar una sola coma del original de Cervantes. Y así hasta dar con su más precisa e irrefutable actualización. Todo lo nuevo es, por necesidad, viejo por la misma razón que el presente no es nada más que el pasado.</p>
El director japonés se copia a sí mismo en una película que cambia el idioma (y nada más) de la cinta rodada por él en 1998
Siempre hay algo turbador en ese extraño y nunca explicado del todo ejercicio del remake. La excusa más común es la actualización. Se copia una obra del pasado para adaptarla a los códigos del presente. Donde antes había cartas escritas con pluma de ganso, ahora salen móviles con wasup. Pero, en realidad, como disculpa es mala. El sentido y gracia de los textos eternos no es tanto el de la lectura como el de la relectura. Y, por ello, el único remake con sentido es el que intentó el personaje de Borges Pierre Menard del Quijote y que, básicamente, y sin entrar en detalles, consistió es reescribirlo desde su más íntima necesidad punto por punto sin alterar una sola coma del original de Cervantes. Y así hasta dar con su más precisa e irrefutable actualización. Todo lo nuevo es, por necesidad, viejo por la misma razón que el presente no es nada más que el pasado.
En 1988, el muy prolífico director japonés Kiyoshi Kurosawa dirigió La senda de la serpiente, que no era nada más que un muy turbio thriller de venganza con todos los códigos de la serie B en perfecto estado de revista. Un hombre atormentado por el muy cruel rapto y asesinato de su hija de apenas 8 años dedicará el resto de su existencia a buscar a los responsables de una oscura trama de tráfico de niños. Para conseguir su cometido, contará con la colaboración de un enigmático profesor de matemáticas que, sin mucha más precisión, está ahí. Podía perfectamente no estar, pero está. Y cuidado que hay sorpresa al fondo.
Entre sobreentendidos más o menos indescifrables y una atinada mirada libre de pudor sobre la violencia, aquella película conseguía colarse en la retina del espectador como lo podría haber hecho la serpiente mentada en el título. Misteriosa, sibilante, silenciosa y entre susurros. Pues bien, ahora lo mismo. Kurosawa, mérito de la producción y el dinero francés, da el papel protagonista al intérprete Damien Bonnard (que no ha nacido en el extremo oriente, sino en el Mediodía galo), y, a su lado, en vez de un matemático coloca a una doctora (Kou Shibasaki). Ahora estamos en París que no en Tokio, y los subtítulos traducen del francés no del japonés. Y hechos los cambios pertinentes, todo sigue igual.
El esfuerzo del director recuerda al de Michael Haneke cuando decidió repetir (en su caso fue una repetición) Funny games plano a plano con un par de cambios: el del fundamental aparato reproductor que primero fue un magnetoscopio con vídeo y luego, un lector de DVD; y el idioma que originalmente fue alemán y más tarde inglés. Por lo demás, lo que discurría en Austria pasaría a suceder en Estados Unidos. Pero en esencia, y en accidente, todo era lo mismo con ostentación. Haneke quiso dejar claro desde el principio que él era a la vez Pierre Menard y el propio Cervantes. Kurosawa no quiere tanto. Se entiende que la serie B no requerie ni tantas ínfulas ni tanta firma. Él simplemente más que rodar nada deja que las cosas rueden. El resultado, eso sí, es idéntico y exactamente igual de inquietante, turbio y logrado que el original. Como diría aquél, el mejor remake es el que no existe.
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