Un poquito de ‘mansplaining’: Melody, los cipotudos y los cuñados

<p class=»ue-c-article__paragraph»>Les confieso que he sido incapaz de elegir un tema para esta columna. Me ha podido la presión.</p>

Seguir leyendo

 Resulta que los periodistas hombres no podemos opinar de Melody porque no sabemos cantar. ¿Esto se aplica también con Simeone, Almodóvar o C. Tangana?  

Les confieso que he sido incapaz de elegir un tema para esta columna. Me ha podido la presión.

La semana pasada escribí sobre Melody. Resumiendo, defendía que quedó antepenúltima porque la canción era «una mierda» y no debido a grandes conspiraciones, que estaba sobreactuando para que se siguiera hablando de ella más tiempo, que hacía bien porque con todo este ruido ha relanzado su carrera y que no deberíamos montar tanto drama con Eurovisión, que es un fenómeno indiscutible, pero no un festival de música. Nada muy escandaloso, creía. Ingenuo.

Al día siguiente amanecí con un mail de mi compañero de periódico Eduardo Álvarez en el que me reprochaba las formas. Bueno, y el fondo. Tras un intercambio de correos que no debió satisfacerle, publicó su propia tribuna: ‘Reflexiones eurovisivas ante tanta toxicidad de cuñados’. No sé por quién iría. No me molestó porque es lógico que un eurofan salga a defender lo que ama, el texto era interesante y tenía razón en varios puntos. Más me desconcertó la columna que, en este mismo espacio, publicó después Irene Cuevas: ‘Melody y los columnistas cipotudos‘.

Como nunca he sido cipotudo, ni filosófica ni físicamente, no me di por aludido hasta que vi que entrecomillaba frases de mi artículo. Ahí asumí que estaba pillando, llámenme Sherlock. Defiende Cuevas que, al criticar a Melody, un montón de gañanes que nos excitamos viendo deporte y bajamos a la calle en calzoncillos, seguramente sucios, hemos hecho mansplaining a una mujer explicándole cómo hacer su trabajo porque «no soportan ver a una mujer cabreada con razón». Lo de Melody convertida en Rosie, la remachadora no lo vi venir, la verdad, pero aquí estamos.

El argumento estrella es que «a lo sumo habrán cantado desafinando en el karaoke». Más allá de lo real de la frase, habría que preguntar a la autora si esto es una enmienda a la totalidad y los periodistas deportivos y culturales ya no podemos opinar sobre lo que hacen Simeone, Almodóvar y C. Tangana o sólo aplica con las mujeres. ¿O de fútbol sí y del resto no? También me gustaría saber si, en caso de que la crítica hacia dicha mujer sea positiva, de golpe desaparece la ignorancia y ya no es mansplaining sino pura sensatez.

Siempre me ha parecido, esto sí, bastante cipotudo el pique público entre columnistas, una exhibición absurda de ego que al lector no le interesa. No pensaba responder, pero esta mañana he empezado a escribir sobre Aitana y la mercantilización de la salud mental y se me ha aparecido Irene en el hombro, cual Pepito Grillo: «¿Vas a venir tú, con tu santo pene, a explicarle a una mujer cómo debe gestionar su ansiedad? ¡Mansplaining! ¡Mansplaining!». Y, claro, me he hundido. Asumo que el pene sí me legitimaría a criticar, por ejemplo, los 20 libros sobre el tema que lleva Ángel Martín, pero he preferido no arriesgar.

No sé, tal vez tendría más sentido criticar el evidente machirulismo del gremio sin basarse en tópicos de calzoncillos, fútbol y cojones. Y esto, estimada Irene Cuevas, sí es mansplaining. Lo sé, lo asumo y no me gusta. Pido perdón. Esta vez sí.

 Cultura

Recomendación