<p>No siempre las historias cuentan lo que parecen contar. En su cuento <i>Tema del traidor y del héroe</i>, por ejemplo, Borges imagina el argumento de un relato futuro, o quizá ya pasado. La historia, dice el autor, transcurre en un país oprimido. Allí, el bisnieto del libertador Killpatrick investiga la muerte de su antepasado. Y allí, el descendiente descubre que el mayor de los héroes de la patria fue, en realidad y a la vez, el mayor de los traidores. Su muerte no fue más que una estratagema —ideada por el que descubriera la traición y aceptada con abnegación suicida por la víctima— para, pese a todo, salvar a la causa. Y así, <strong>el traidor, que primero fue héroe, vuelve a ser héroe pese a su traición. O al revés.</strong></p>
El director debutante Javier Giner utiliza su paso por una clínica de desintoxicación para ofrecer un retrato encendido, descarnado y profundamente político de la vulnerabilidad que nos une y nos construye
No siempre las historias cuentan lo que parecen contar. En su cuento Tema del traidor y del héroe, por ejemplo, Borges imagina el argumento de un relato futuro, o quizá ya pasado. La historia, dice el autor, transcurre en un país oprimido. Allí, el bisnieto del libertador Killpatrick investiga la muerte de su antepasado. Y allí, el descendiente descubre que el mayor de los héroes de la patria fue, en realidad y a la vez, el mayor de los traidores. Su muerte no fue más que una estratagema —ideada por el que descubriera la traición y aceptada con abnegación suicida por la víctima— para, pese a todo, salvar a la causa. Y así, el traidor, que primero fue héroe, vuelve a ser héroe pese a su traición. O al revés.
Yo, adicto, la serie de Disney +, es, como el cuento del argentino, el reflejo de su contrario. Se diría que acaba por ser exactamente lo opuesto de lo que parece. El propio autor y creador es él mismo la más brillante de las pistas falsas. Hasta hace nada, apenas unos meses, Javier Giner organizaba agendas, se peleaba con los Excel, dirigía alfombras rojas y hasta ejercía de jefe de prensa del más internacional de los directores españoles. Y, sin embargo, y sin que casi nadie lo sospechara, era escritor primero y director después.
Su primer trabajo para la pantalla cumple el mismo patrón que, en verdad, es máscara. Sobre el papel, parece una historia ensimismada de drogas, adicciones y vidas desesperadas. Y, sin embargo, a medida que avanza a lo largo de sus seis enfebrecidos y descarnados episodios, se convierte en lo que de verdad es: el retrato encendido y profundamente político de la vulnerabilidad que nos une y nos construye como sociedad. Nunca hay que fiarse de los que se dicen héroes ni desconfiar demasiado de los traidores. Puede que todo sea al revés.
«En realidad, quiero creer que todo el tema de las adicciones no es más que un Macguffin«, dice en referencia a ese elemento tan hitchcockiano cuya única finalidad es distraer la atención del espectador para que, durante un instante, en apenas el tiempo que se levanta el escenario, distraer la atención del espectador. «Reconozco que todo el asunto de las drogas y las adicciones es lo más llamativo, pero lo que me interesa es dar con el ser humano que hay debajo del tumulto», sigue con gesto serio. «No he hecho una serie sobre enfermos. Yo, adicto trata sobre la dignidad, sobre la ternura, sobre el sufrimiento», añade.
Y tiene razón. Basada en su propio relato en primera persona que antes fue libro («No es una autobiografía, porque solo me ocupo de apenas los cuatro meses que pasé en 2009 en una clínica de desintoxicación»), la serie trata de caídas y recaídas, de carcajadas sonoras y lágrimas como puños, de salvación y de condena, de héroes y, en efecto, de traidores.
«Vivimos en una sociedad con una aversión al dolor tremenda. Cualquier cosa que se nos ponga por delante para no mirarnos al espejo, nos vale. La definición es que cualquier cosa o actividad que utilices para alterar tu estado de ánimo puede convertirse en una adicción. Y el problema es que habitamos un mundo adicto a todo. Adicto a la fama, al triunfo, al éxito… Todo lo que nos rodea se consume con una avidez desmesurada. Hasta el atracón de series es una adicción», dice, se toma un segundo y continúa: «Pero lo más adictivo de todo es la mentira. Vivimos en una sociedad adicta a la mentira. Por ello, una de las primeras cosas que aprendes al desintoxicarte es la honestidad radical. Ser honesto ahora mismo es revolucionario». Queda claro.
Oriol Pla es el actor que da vida a Javier, pero sin ser Javier. Y ésta es otra de las confusiones, de los inteligentes malentendidos de la serie. Pla construye el personaje por dentro hasta crear no solo a alguien distinto a Giner sino descomunal en su propia identidad. No es tanto una interpretación al uso como una reinterpretación de una brillantez sin medida.
«Quiero creer que lo que se ve es un hijo de los dos», apunta el director. Aunque en verdad lo que importa de lo que se ve es lo que se acierta a contemplar no tanto en el cuerpo de Oriol, como a través de él. El universo de la clínica que rodea al protagonista (a ese Yo del título) es la perfecta radiografía una sociedad que se desmorona y se reconstruye, se pierde y se salva. Ellos, por duro que parezca reconocerlo, somos nosotros. «Lo colectivo es lo importante y lo que nos hace mejores. Hay que aprender a hablar, a quitarse disfraces y a conectar con la humanidad», añade en lo que se antoja tan personal que no puede ser más que una afirmación política.
Cuenta Giner que las drogas y el alcohol son el síntoma, no el problema. «Recuerdo que cuando llegué a la clínica se me dejó claro que éste no era un sitio para gente que toma drogas, sino para gente que no puede dejar de tomarlas. Adicto no es el que consume, sino el que no puede parar de consumir», dice. Cuenta que lleva 16 años sobrio, que si Elton John y él han salido, que puede salir cualquiera. Cuenta que es importante hablar de que la desintoxicación no puede ser un privilegio sino un derecho, que él conoció todas las clases sociales dentro de las clínicas, pero con una diferencia: «La gente humilde se hipoteca hasta las cejas por un familiar. Y eso no puede ser. Cuenta que el alcohol es la puerta de entrada, que el tiempo cambia y con él las drogas, que si heroína, cocaína, cannabis, mefedrona, metanfetamina, benzodiazepina… «Lo curioso es que las dos únicas sustancias cuyo síndrome de abstinencia puede provocar la muerte son el alcohol y los tranquilizantes, que son las dos únicas sustancias legales». Y mientras cuenta, Giner se cuenta y, lo más relevante, nos cuenta.
Yo, adicto parece una serie sobre él, sobre el yo del título, y todo su corazón y sentido está en Nosotros. Cosas de los Macguffin, de los traidores y de los héroes.
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