<p>El disco de oro de la primera <strong>sonda Voyager</strong>, lanzada por la NASA en 1977, contenía una versión del primer movimiento de la <i>Quinta sinfonía</i> de Beethoven dirigida por <strong>Otto Klemperer</strong> al frente de la Philharmonic Orchestra. El Concierto de Año Nuevo de 2025, plateado como una odisea espacial, se propuso reubicar nuestra posición en el cosmos con <strong>Riccardo Muti</strong> (Nápoles, 1941), los filarmónicos vieneses y la música de la dinastía Strauss como tarjeta de presentación de la <strong>cultura musical de Occidente</strong> a disposición de quienes se atrevan a visitarnos, si no lo han hecho ya, desde lejanas galaxias.</p>
El maestro italiano y la Filarmónica de Viena celebraron el bicentenario de Johann Strauss hijo con un sugerente programa que incluía un vals compuesto por Constanze Geiger con 12 años
El disco de oro de la primera sonda Voyager, lanzada por la NASA en 1977, contenía una versión del primer movimiento de la Quinta sinfonía de Beethoven dirigida por Otto Klemperer al frente de la Philharmonic Orchestra. El Concierto de Año Nuevo de 2025, plateado como una odisea espacial, se propuso reubicar nuestra posición en el cosmos con Riccardo Muti (Nápoles, 1941), los filarmónicos vieneses y la música de la dinastía Strauss como tarjeta de presentación de la cultura musical de Occidente a disposición de quienes se atrevan a visitarnos, si no lo han hecho ya, desde lejanas galaxias.
La matiné sinfónica de mayor audiencia del planeta (se estima que unos 50 millones de espectadores la siguieron desde sus televisores) comenzó, como mandan los cánones de la tradición, con una versión sumamente elegante de la Marcha de la Libertad que Johann Strauss padre compuso en 1848 en respuesta a la llama revolucionaria que se extendía entonces por Europa. Después, durante la interpretación de Golondrinas de un pueblo de Austria, de su hijo Josef, la realización se recreó con las imágenes de las flores en tonos rosados y crema de la Sala Dorada del Musikverein.
El bucólico solo de clarinete dio paso a la Polca de las Demoliciones de Johan Strauss II, para conmemorar el bicentenario del nacimiento de ‘Sachni’ (en octubre), mientras Muti, a sus 83 años pero sin un solo síntoma de abatimiento, se entregaba a las labores de la alquimia para convertir el ruido de los martillos en melódicos y suaves tríos. Y consiguió extraer pasajes de inusitada belleza del Vals de la Laguna a su paso por la Venecia habsburga sin que el público (como ocurrió durante su estreno en 1887) se sintiera llamado a proferir maullidos y otro tipo de sonidos animales.
Se contagió también el maestro napolitano de la felicidad Eduard Strauss cuando, en calidad de orgulloso embajador de los Bailes de la Corte de Viena, compuso Luftig und duftig (esto es, «aireada y perfumada»), una polca tan vertiginosa que algunos de los asistentes al Musikverein (cuyas entradas alcanzan los cuatro dígitos en euros, previo sorteo) apenas tuvieron tiempo de olerla. Tras esta pieza, se emitió un documental, 2025: Una odisea por Strauss, con Thomas ídem, tataranieto de aquel, haciendo del tripulante Dave Bowman en un divertido sucedáneo de la epopeya de Kubrick.
Tras el descanso, volvió Muti a empuñar la batuta para una lectura cuasi operística de El príncipe gitano de Johan hijo con su popurrí de emociones: contrastes en tonos menores y ritmos sincopados para una historia de alianzas (entre Austria y Hungría) con España como enemiga. Sonaron después Aceleraciones de Johan hijo y los Hermanos alegres y La chica de las violetas de Joseph Hellmesberger, apellido de compositores y músicos muy vinculados a los orígenes de la Filarmónica de Viena, una de las mejores fábricas de sonidos, y también una de las más herméticas a fin de preservar su inigualable sonido.
El momento más esperado por el público llegó con el arreglo del Wolfgang Dörner del Ferdinandus Walzer de Constanze Geiger, la primera compositora de la historia del Concierto de Año Nuevo (y con esta son 85 ediciones) en ver su nombre impreso en el programa. Geiger, niña prodigio de la alta sociedad de mediados del siglo XIX que destacó también como pianista y actriz antes de casarse el príncipe Leopoldo de Sajonia-Coburgo, compuso este vals con 12 años, pero no hay en la partitura un solo atisbo de infantil candidez, sino, al contrario, un profundo sentido de las proporciones melódicas.
Hizo después Muti alarde de su dominio del contratiempo vienés (el famoso after beat), ese que desafía (sobre todo en los valses) las expectativas del oído para insuflar vida a un surtido de polcas: ¡Una cosa o la otra! de Schani (una historia de cuernos magistralmente resuelta en el pentagrama que contó en su escenificación con el español bailarín Andrés García Torres), las Transacciones de Josef, Annen de Johann (dedicada a la matriarca de los Strauss durante una fiesta en el Prater) y El chisme, de Johann hijo, una sátira musical a la prensa sensacionalista y a la fake news. Todo muy actual.
Se lució Muti en ese precioso brindis a la esperanza en tiempos agitados que es el vals Wein, Weib und Gesang («vino, mujeres y música», por este orden) de Johan júnior con el que, según cuentan, Wagner (admirador de los Strauss) sopló las velas de su sexagésimo cumpleaños en la cima de Bayreuth. Y así el maestro italiano desveló la primera de las tres propinas (la secreta): una exquisita versión de La bayadera de Schani que predispuso al público para la traca final: El Danubio azul (con la habitual interrupción de Muti y los filarmónicos para la felicitación a coro del Año Nuevo) y la Marcha Radetzky.
Como la leyenda de Ferdinand Chevalier, quien el parecer se dedicó durante años a registrar y medir el color del Danubio a lo largo de su curso, Muti ofreció la más completa gama de matices del famoso «opus Pi» (314) del primogénito de los Strauss, en uno de cuyos pasajes el maestro italiano cerró los ojos, prueba inequívoca de que la Filarmónica de Viena había alcanzado otra dimensión y vagaba, libre de ataduras, por alguna lejana galaxia. Luego, según la costumbre, el público meció con aplausos el desarrolló de la nueva versión «desnazificada» de la marcha en honor al mariscal Radetzky.
Mientras Muti, que con esta ha dirigido en siete ocasiones el Concierto de Año Nuevo (solo por detrás de Bokovsky, Krauss y Maazel), ofrecía un brevísimo discurso en su lengua materna («por la paz, la fraternidad y el amor en todo el mundo»), las redes de la Filarmónica de Viena dieron a conocer el director de la próxima edición de la gran cita sinfónica. A pesar de que en las casas de apuestas sonaban con fuerza los nombres de las directoras Joana Mallwitz, Oksana Lyniv y la todopoderosa Mirga Graþinytë-Tyla, el elegido fue el canadiense Yannick Nézet-Séguin.
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